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portada Tratado De Las Pasiones
Ficha del Libro:

Título: Tratado De Las Pasiones    comprar
Autor: António Lobo Antunes
Editorial: Siruela
I.S.B.N.-10: 8478445544
I.S.B.N.-13: 9788478445547
Nº P´gs: 416


Tratado De Las Pasiones
por Antonio Ruiz Vega

  El portugués Antunes ofrece en este libro un magnífico ejemplo del manejo del lenguaje y de recursos expresivos en cuanto a la forma, y una profundización en el alma humana (a la que no será ajena, con seguridad, su ejercicio de la Psiquiatría) en cuanto al fondo conductor de este tema es el reencuentro de los dos personajes principales: un juez de instrucción y el Hombre, como llamará Antunes a uno de sus protagonistas a lo largo de toda la narración. El juez y el Hombre han crecido juntos, en la gran propiedad del segundo, donde los padres del juez eran guardeses. La vida les vuelve a unir, el hijo de los criados convertido en juez de instrucción y el Hombre en terrorista. Se trata de sacar información al Hombre (quien ya flaquea en su tarea de matar) apoyándose en esa amistad y haciendo promesas de nueva identidad y lugar de residencia: "dejar de espiar por las cortinas, de caminar lentamente, con la palma en el revólver, hacia el supermercado de las compras, de temblar si suena el timbre, de saltar si la tarima cruje, de poner una granada al lado del vaso de agua para el maldormir de la noche". (Pág. 31).

Pero en el libro cobran mayor importancia los recuerdos de la infancia de ambos, en voz alta, delante del policía encargado de ir recogiendo la larga declaración. Tema recurrente este del interrogatorio, de la inquisición. Por cierto que este libro no deja de recordarnos a la película italiana PURO TRÁMITE, con el genial torneo interpretativo entre Polansky y Depardieu, uno de comisario y el otro interpretando al escritor Onoff sospechoso de asesinato. El lector, asimismo, tiende a buscar esos recuerdos en detrimento de la historia de su dedicación a la organización terrorista, marxista por cierto, lo que da idea de cómo la infancia marcó al Hombre hasta abominar de ella y de su status social. Lo único bueno de ella era, precisamente, la amistad con el juez, a quien echa de menos de forma dolorosa desde que la vida les llevó por caminos tan distintos: "hacía mucho que se hablaban poco y mal... El amigo se había casado, usaba corbatas pomposas y vivía en un apartamento en Miratejo, pero el gusto del tabaco solitario era diferente y amargo". (Pág.26). Esa amistad va recordándose párrafo sí y párrafo no (la estructura de la narración hace que se mezclen recuerdos y actualidad en el propio texto y, hasta en ocasiones, se cuele la historia particular de otros personajes). Las seriaciones, las alternancias, los ritmos recurrentes o sincopados de la prosa de Antunes...

Por las páginas van desfilando los abuelos del Hombre, patronos a su vez de los padres del Juez, quienes llevan una vida tan poco edificante, que invade la infancia del Hombre y salpica al juez. El niño se cría con los abuelos al morir los padres en accidente de tráfico, aunque con el tiempo descubre que en una casa aislada de la hacienda vive un loco que se pasa la vida tocando el violín y que es su propio padre, al que los abuelos tienen escondido tras el accidente a causa de la locura que éste le produjo. Descubre también que la abuela es lesbiana mientras los dos miran por un agujero la sala de duchas de las criadas. Practican los abuelos, no obstante, ese paternalismo propio de los hacendados de mediados de siglo XX, y se hacen cargo de los estudios del juez. Descubre la sexualidad con prostitutas. Esa infancia va haciendo del Hombre un niño cobarde y del juez un niño estudioso. Las amenazas del abuelo, de internarle si sigue suspendiendo sistemáticamente, le llevan a intentar suicidarse, pero con un bolígrafo, que deja una marca pequeña en el brazo, de la que el Hombre alardea en la Comisaría, mientras declara. La aparición del Artista, un terrorista, va encauzándole por esa vía, donde él ve una salida a su cobardía. En cambio el juez, quien ha participado de esa infancia y cuenta en su debe con un padre alcohólico, dirigirá sus pasos hacia el prestigio que le consuele de su condición de hijo de criados.

Hasta las escenas más sórdidas están narradas con un lenguaje refinado y rebuscado, con abundancia de metáforas, a veces poético, que hacen pensar en la literatura Suramérica, si no fuera por que el uso del circunloquio no es propio de ese estilo que se recrea más en la exposición metafórica pero directa a la vez. "Una flor líquida se abría del tallo de la ducha, los pétalos se transformaban en espiras de vapor apenas tocaban las paredes, y los azulejos se turbaban al rato como las gafas con lágrimas de los viejos". (Pág. 35).

Todos estos recuerdos, a viva voz, amenazan con volver locos a los que escuchan "uno a otro se cuentan sus vidas, hablan al mismo tiempo, se irritan, se enfadan, se reconcilian... En una ocasión el Hombre se enfureció tanto que dio un puñetazo en la mesa y se puso a gritar, está escrito, Siempre serás una mierda, un provinciano, un paleto, nunca saldrás de pobre, pedazo de animal. Exactamente como los enamorados, como los novios que riñen...". (Pág. 78). Y es que, en toda la narración está latente el posible enamoramiento frustrado de ambos, incluso en un momento de ella, Antunes deja ver una posible relación homosexual casual, en un "menage a trois" con una prostituta, la misma que les inició. Homosexualidad, algo que no abunda en la prosa de Lobo, aunque algo hay, por ejemplo, en "Fado Alejandrino": el soldado Abilio es un chapero y no siempre lo hace por dinero, encuentra un indefinible compañerismo en el mundo de bujarras y travestidos.

Entre recuerdos y noches en vela, el juez y la policía logran convencer al hombre para que vuelva a la organización terrorista de infiltrado. Entonces tienen lugar una serie de sucesos, muy propios de la situación, de espionajes y contraespionajes, con un trasfondo chapuza, muy portugués, incluso yo diría que muy ibérico (véase la saga de Amedo, Vera, Corcuera, etc.) pues los terroristas (que piensan atacar el edificio de la Policía Judicial) son engañados una y otra vez con armas, micrófonos y aparatos más o menos logísticos, llegados de manos de borrachines y de marroquíes. Todos sospechan y dudan de todos. La tragedia coquetea con la comedia. Es imposible tomarse las cosas demasiado en serio. Como pasa en "Fado Alejandrino" (vaya si me gustó esta novela) o en "Exhortación A los Cocodrilos", donde diserta sobre otro terrorismo también chapuzas, el de la extrema derecha. No queda claro ante el juez si su amigo, el Hombre (quien es acusado de doble juego por la policía), logrará salvarse a pesar de las promesas hechas, y por primera vez el juez parece desmoronarse y arrepentirse de haber involucrado a su amigo, debatiéndose entre el amor y el odio que dará paso a la indiferencia.

Pero el juez es también sospechoso para los terroristas y deciden matarle, produciéndose una situación hilarante, pues a causa de las armas en mal estado, no consiguen dispararle y sí en cambio, llevarse por delante las paredes de la habitación desde donde se intenta el atentado y la piel de algunos terroristas. "el juez, finalmente vivo, con la mano a modo de visera sobre los ojos para distinguirnos mejor arrimado al portón de la Judicial, y el Sacerdote (otro terrorista), entusiasta, sentado en la alfombra revolviendo detritos. Dónde se habrá metido esa bazuca del demonio, nunca he visto un tiro así en mi vida". (Pág. 264).Jaungoikoa...

Finalmente el Hombre es asesinado. Para ello la Policía monta una escena para hacerle creer a la gente que ve cómo muere a tiros después de tenderle una trampa, que es el final de una película. Días después el juez es asimismo abatido a tiros y el autor no deja claro de dónde venían, si de los terroristas o de la propia Policía.
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