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Exhortación De Los Cocodrilos
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por Antonio Ruiz Vega
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Publicada aquí en el 2000, salió en Portugal un año antes, así que es de lo último escrito por el autor.
Los "cocodrilos" son, por lo visto, porque no es que quede muy claro en el libro, un grupo de militares, ex-policías, magnates, etc. golpistas que maquinan para volver al estado de cosas anterior a la Revolución de los Claveles.
Sus andanzas salen siempre en off y no son lo más importante. En cualquier caso ellos no son los protagonistas, sino sus novias, mujeres, etc. las cuáles van desgranando vivencias y recuerdos. Por cierto que todas o casi todas, testigos incómodos, acaban siendo pasaportadas al otro mundo.
Según la editorial esta novela, junto a "Esplendor De Portugal" y "Manual De Inquisidores", formaría una trilogía "sobre la violencia y el miedo".
Como en libros anteriores, nadie queda aquí inmune a la marea de decadencia y corrupción. Ni, por ejemplo, los obispos que aparecen de vez en cuando aseverando que esa es una Guerra Santa y ponen por encima los más altos ideales, pero que son puteros en su vida privada. Qué decir de los mercenarios (por aquí asoman la oreja algunos españoles y el "lobby" de conspiradores alardea alguna vez de contar con el apoyo de España), de sus jefes, de sus mentores o financiadores...
Se deja caer reiteradamente, pero sin dar nombres, un ministro al que ponen una bomba en un avión (¿Sa Carneiro?).
Las sobremesas aliñadas con comentarios sobre curas rojos que aparecen muertos en maleteros de automóviles, sobre bombas y su preparación artesanal, etc.
Doña Celina y doña Mimi son mujeres de clase alta, de los aláteres, pero están también otras, como Simone, camareras, etc. compañeras de los que pergeñan las bombas en garajes sórdidos con cables y esparadrapos, con miedo a que todo salte por los aires. Probos mercenarios que "no quieren saber nada de política" y que cuando todo esto acabe, con la pasta a buen recaudo, montarán un café en Espinho, por ejemplo.
Doña Mimi, por ejemplo, está medio sorda, y creen que no se entera de nada, pero se entera. Se acuerda constantemente de su abuela gallega que descubrió la fórmula de la Coca-Cola, con la que iban a hacerse ricas (a base de gaseosa, azúcar y café).
Y está Fátima, la sobrina/querida del obispo, que también está en el ajo. Fátima que piensa que el infierno es más humano que el cielo "repleto de virtuosos tristes...".
Doña Celina, preocupadísima por su aspecto y por si sus arrugas son, o no, "marcas de expresión", termina hasta el gorro de su marido, a quien hace ejecutar subrepticiamente porque piensa que le roba. Le paga al mercenario, al novio de Simona, que con lo que ella le da va a poder pagarse el café del Espinho entero Y ella le explica que no es "por causa de la Patria ni de la política ni de los comunistas ni de los rusos en África, era porque mi marido me había robado". Y el novio de Simone no logra comprender qué le ha robado, ni nosotros tampoco, y está por demostrar que lo supiera Celina, o el autor, pero así es. Majaradas. (¿Su juventud?, que eso lo dicen mucho las mujeres).
Por cierto que Simone pronto se da cuenta que el siete machos que tiene por novio no preña, se lo dice el doctor. Y él, como buen machito luso, la tunde a cadenazos, ofendido, pero así es. Y Simone se insinúa y se cepilla al jardinero, hombrón poco agraciado, pero preñador.
Doña Mimi, encima, tiene un cáncer de caballo y tiene que llevar peluca. Una peluca grotesca que además, a medida que avanza la enfermedad, le va quedando grande, como la ropa. Ella vigila su peso y su descenso le habla claro del progreso de la enfermedad. (Mujeres enfermas salen unas cuantas en las novelas de Lobo, cancerosas, dos con esta –la otra en "Libro De Crónicas").
El padrino de Fátima, el obispo, sí que la preña. El obispo, que daba a besar su anillo al embajador americano, que se hacía el loco y le daba la mano. El que se hacía de nuevas cuando escuchaba que los barcos españoles traían armas, pero también droga, para financiar la reacción. Las chicas, unas por una cosa, otras por otra, primero están al cabo de la calle de lo que traman (sean, o se finjan, sordas, o no) y además comienzan a rebelarse contra los machos. Dice Fátima. mi padrino me habla de amar a mis legítimos superiores, pero a mí ningún superior se me figuró legítimo. Así que empiezan a caer como moscas, sabían demasiado.
(Si bien se piensa, estaban muertas desde el principio, puede que ellas no lo supieran, pero ellos sí que lo intuían, porque sino las hubieran tenido apartadas de todo, lo que no hicieron).
A ellas, llegado el momento, tampoco parece que les importe mucho.
"Si mi novio confunde los cables y el mundo entero sale volando por los aires, a mí, palabra de honor, me resulta indiferente". (Simone).
El obispo, en sus monólogos, se explica como un libro abierto:
"(...) he tomado la decisión de dejar que los policías españoles y el marido de la sorda se ocupen del cura comunista, de acuerdo con el precepto de la Biblia de cortar el miembro que peca".
Y piensa en estas y en otras cosas (que el ministro ¿Carneiro? merecía morir en la avioneta porque además de impío era putero y demás) se cepilla a la sobrina y luego se preocupa de las lecturas de la niña, porque nunca se sabe...
El cáncer de Mimi, la sorda, que todos le niegan con una sonrisa, acaba siendo el mismo cáncer que corroe a la sociedad portuguesa. Más claro no se puede decir.
"(...) el médico con las radiografías y mi marido con los mapas, venas subrayadas con tinta y carreteras coloreadas de azul, con la misma pluma que dibujaba círculos en mi hígado rodeaba con espirales una curva del camino, un haz de casas, una ladera, hombres esperando arrodillados entre las matas, cajas de granadas, la furgoneta en el zarzal, el teléfono de campaña sonando, nombres diferentes para las personas, números que sustituyen letras, facciones cautelosas, retraídas.
– ¿Y ella?
El médico con señas de disimulo
– En siete u ocho meses a lo sumo habrá llegado a la columna y a los pulmones, no vale la pena operar".
O la masacre de comunistas que llevaron atados con alambres y un policía español disfrazaba con narices postizas y les animaba: "Venga, a reírse", y a los que quemaron vivos en una quinta que ardió con una buena dosis de gasolina...
Celina estaba al tanto de todo y acabó yéndose de la lengua y los demás se dieron cuenta.
Aparece por la misteriosa quinta uno de los mercenarios, que ya ha sido interrogado y que afirma no haber dado ningún nombre, pero no le creen y también cae.
A Mimi también se la cargan, justo cuando la cosa comienza a descubrirse y tienen que partir para España. Doña Mimi descubre a la criada probándose sus anillos, se huele algo. La matan, de camino, sacándola del coche, en un pinar.
A Fátima, la "sobrina" del obispo, también la matan, tirándola a un barranco, y detrás una manta mojada en gasolina, para desfigurarla.
Los personajes de la trama golpista, asesinos a sueldo o inductores, paganos del evento en todo caso demuestran que en su vida privada son también verdaderos angelitos y, cuando se llega al "sálvese quién pueda", aprovechan para quitarse de en medio testigos molestos, amantes infieles, o ya ajadas, enfermas terminales, etc.
Todo muy aleccionador. |
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