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No Entres Tan Deprisa En Esa Noche Oscura
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por Antonio Ruiz Vega
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La editorial Siruela va dando a la luz, dentro de la BIBLIOTECA LOBO ANTUNES, la mayor parte de la obra de este candidato portugués al Nóbel. En esta ocasión estamos ante una obra densa, dura, voluntariamente opresiva, donde van apareciendo casi todas las obsesiones de este autor.
La familia es, como en varias de sus otras novelas, el mundo cerrado donde transcurre todo. El debate con la propia memoria, necesariamente fragmentaria, inconclusa (lo que parece evidenciarse, incluso, por el recurso de dejar palabras en blanco, huecos en la narración que pueden rellenarse con diversas posibilidades, o letras, como ese cartel de hospital, repetitivo: "Ciudados Inten ivos").
Una agonía, una larga agonía, la del padre, suavizada por los increíbles eufemismos de los doctores que, poco a poco, van convenciendo a la familia que pronto se curará, que enseguida le darán el alta, etc. (otro, como Rousseau -¿o era Voltaire?- que "muere curado"). Y enhebrado en esa melopea de hospitales, esperas, ausencias, los retazos de memoria de una niña que se debate contra el olvido.
Por los flecos va colándose otra historia, otras historias. El padre, por ejemplo, siempre en tratos con "yugoslavos y moros que apestaban su despacho"... ¿a qué se dedicaba? Camiones que van y vienen, y cruzan la frontera española. Motoras que llegan del Atlántico. Contrabando y parece que de armas, esa era la fuente misteriosa de la fortuna familiar. Y cuando el padre muere todos tienen que apretarse el cinturón.
Lo mismo que en "Esplendor De Portugal" eligió el himno del que están tomadas estas palabras, ahora Lobo sigue la falsilla del Génesis y sus jornadas arbitrarias.
El discurso es fragmentario, deshilvanado, se han recurrido a diferentes materiales narrativos. La voz interior de la niña María Clara, citas literales de sus diarios, etc. Pero también aparecen otras voces que van elevando un lamento colectivo, coral, que es el de una generación, un país, dolorido.
Es imposible reconstruir esa infancia, pese a que no ha quedado totalmente atrás. La memoria es fragmentaria, los recuerdos a menudo incompletos, cuando no contradictorios.
Quizá porque son recuerdos demasiado duros, escenas macabras apenas entrevistas, en las que es mejor no profundizar. Porque no sólo se trata del tráfico de armas:
(Pág. 145)
[...] "se va mañana a España en una de las camionetas del almacén de Murtal porque mamá les ordenó a los guardias, no te justifiques con mi padre, no me mientas, y después de la frontera, ¿no?, nadie habrá de fjarse en un cuerpo sepultado en una zanja y cubierto de ácido, con tantas piedras, hierbas y arbustos encima".
Por lo demás, la narración está llena de licencias. Por ejemplo, partiendo de términos médico, juega caprichosamente a inventarse personajes, lo que resulta bastante divertido. La historia de la prima Hemoglobina o la prima Glucemia ("nombres de primas de provincias amortajadas junto al brasero en el caserón de Tomar") o del primo Enterovioformio o el primo Argirol ("con uniforme de brigadieres en las batallas de Francia, cuál de ellos se suicidó con el gas abierto, en una habitación de hotel en Nantes con una misiva de amor en el bolsillo del chaleco.
Je ne peux pas
primo Argirol
cuando una bailarina alemana
la carta de despedida entregada cinco meses después en el luto cargado de la prima Glucemia..." (Pág. 166). Y así...
O cuando, parece que deliberadamente, va atribuyendo enfermedades humanas a las máquinas, a los objetos inanimados... Ambas cosas contribuyen a que a veces no sepamos dónde acaba el discurso o los discursos de los personajes y dónde comienza la pura especulación, dónde acaban los recuerdos (aunque sean dispersos, fragmentarios, deslavazados) y dónde comienza la propia fantasía.
El resultado es una narración donde uno ha de arrojarse, someterse a su sonambúlico hechizo, sin pretender conservar la lógica lineal de los sucesos, que se retuerce tanto que es ya imposible de retomar.
O uno se impregna de este mundo ominoso, fétido en ocasiones (la pasión odorífera de Lobo), o se pierde irremediablemente en este laberinto de memorias, de memoria colectiva. Es el Portugal eterno, el Portugal de siempre, el Portugal de Lobo Antunes, que resuella y tose asmáticamente, trastabillea sin llegar a caerse, con mala salud de hierro...
Como en otros libros, hay un trasfondo psicoanalítico. Es evidente que la protagonista, que más que "el hombre de la casa", como se ha traducido (lo que puede dar lugar a equívocos, véase el texto de la contraportada), es lo que en España, o al menos en Castilla, el "cuerpo casa", está exorcizando todo un pasado de estrecheces y represión social. El formidable ejercicio de reconstrucción termina con la huida, ("nunca volveré a Tomar") seguramente porque ya es demasiado, hace falta un poco de aire fresco, de alegría ("Hay momentos en la vida en los que necesitamos tanto una sonrisa") y Maria Clara no quiere acabar como esa señora mayor que conoció que, poco antes de morir, le dijo:
"¿No me ves un poquito cansada, María Clara?"
Evidentemente no es uno de los libros más fáciles de leer de Lobo. Lo hemos pasado mucho mejor con "Las Naves", lo que no quiere decir que no sea un gran libro. |
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