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Fado Alejandrino
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por Antonio Ruiz Vega
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Publicado en España en el 92, "Fado Alejandrino" apareció en Portugal en 1983 y es por tanto una de sus primeras novelas (aunque, para aquel entonces, habían ya aparecido otras cuatro: "Memoria De Elefante" y "Os Cus De Judas" –ambas del 79–, "Conhecimento Do Inferno" –1980– y "Explicaçao Dos Pássaros" –1981–), a la que seguiría "Auto Dos Danados" y "As Naus". Forma parte, por lo tanto, de una primera etapa de su obra que, a juzgar por este "Fado Alejandrino", no es más floja ni menos consistente que la actual, aunque quizá sí que denote una estructura más convencional y sea en consecuencia más "legible".
El lenguaje tenía ya la densidad opresiva de sus últimas novelas y por lo demás las obsesiones del autor son las mismas: el trauma de la guerra colonial, las relaciones hombre/mujer (aquí hay además la peripecia de un personaje que es en la práctica un "chapero", que coquetea con la homosexualidad, aunque no asuma esta condición plenamente), las enfermedades físicas, las neurosis mentales, la falta de sentido de la vida, la certeza de una decadencia –la de la nación portuguesa– que no se ve atemperada por la Revolución, la condición eminentemente mísera de la especie humana....
Estructurada en tres partes bien delimitadas (ANTES DE LA REVOLUCIÓN, LA REVOLUCIÓN, DESPUÉS DE LA REVOLUCIÓN), esta larguísima novela va desgranando las andanzas de un grupo de militares (un tte. coronel, un alférez, un oficial de transmisiones y un soldado) que se han reunido en un burdel para hablar de los viejos tiempos (en Mozambique) y de cómo les ha ido respectivamente desde entonces. Es una excusa pintiparada para, a través de cuatro puntos de vista diferentes, calibrados por la personalidad, la formación y el nivel económico de cada cual, a la evolución de Portugal durante unos períodos cruciales en su historia.
Mientras tanto los cuatro van trasegando diversos licores en compañía de prostitutas, a la vez que presencian abracadabrantes espectáculos, etc. Hay aquí algunas muestras del escaso sentido del humor de Lobo, que se especializa en la ironía. Así la increíble troupe que ameniza la noche del grupo de soldados en el improbable Bar Boite Madrid, como ese incomparable equilibrista sueco Charles, a quien define así: "era bajo, moreno, típicamente nórdico de Marvila (localidad portuguesa) y cuando en determinado momento se equivocó se le escapó del ramaje negro del bigote un impetuoso" hay que joderse "de vikingo". Más adelante prosigue describiendo los siguientes números, a cual más bizarro. "A madame Simone siguió el genial ilusionista búlgaro Mikael Mikaelov, que vaciaba jarras de leche en conos de papel de periódico que se transformaban en la bandera portuguesa y solicitaba la colaboración del público con el deje de Oporto típico de los eslavos".
Porticada por unas estrofas de la conocida canción "The Boxer", de Simon & Garfunkel, que en su día versionara Dylan, la novela comienza con la llegada a Mozambique de uno de los personajes: el soldado Abilio. Prosigue, sin solución de continuidad, con los diálogos entre los cuatro militares, ya en Lisboa Aunque hemos dicho que es una novela más convencional que las posteriores, lo cierto es que el autor ya acostumbra a cambiar de personaje sin dar ninguna pista, punto y seguido (y hasta coma), y a menudo hay que ingeniárselas para descubrir quién habla en cada momento, o a quien pertenecen las meditaciones encadenadas. El uso de seriaciones, de repeticiones rítmicas, de estructuras más o menos complicadas, pero con una lógica interna (lo que él llama "sinfónica"), está también aquí.
Estos "saltos", sin solución de continuidad, pueden llegar a ser tan chocantes como el siguiente: (Pág. 39):
"El cuerpo del negro termino por relajarse, las mandíbulas se le desencajaron en una mueca extraña, la mano, con la palma vuelta hacia arriba, señalaba las copas ralas de los árboles... Lo maté, la maté... El olor a pólvora le picajeaba la nariz. La maté con mi falta de noticias, mi desinterés, mi frialdad".
En una sola frase (Lo maté, la maté) se está refiriendo a dos cosas completamente distintas. A la muerte de un negro enemigo en Mozambique y a la de su mujer, de cáncer, en Lisboa (Por cierto que el tema de la mujer enferma de cáncer es recurrente en muchas de las novelas de Lobo, por no decir en casi todas).
No son precisamente balbuceos literarios, puesto "Fado Alejandrino" es ya una novela como la copa de un pino, torrencial, de verdadera filigrana, chispeante de ideas y de hallazgos, de una densidad que a veces puede llegar a ser tan sofocante como las demasiado precisas descripciones de olores y hedores de la que está salpicada. El carácter terrenal de los seres que por aquí pululan está remarcado por esta sordidez olfativa que alcanza lo insoportable en párrafos como en las páginas 504 y 505, cuando describe a la madre de la amante del Tte. Coronel.
El desamor, que comienza en las primeras páginas, se agudiza y ejemplifica en el caso del Teniente Coronel que regresa justo cuando su mujer acaba de morir de cáncer y su muerte le golpea de lleno, a la vez que le hace sentirse culpable. Se lamenta de no haber sido mejor con ella (Pág. 41): "Si yo hubiera estado aquí no habrías muerto, te hubiera agarrado de la muñeca y no te habría dejado, te hubiera explicado que te necesito, que la casa sin ti me ahoga, que no consigo respirar sólo...".
El alférez, a su vuelta, tiene también graves problemas, fatiga de combate, obsesiones, cree distinguir en los ángulos de su casa a guerrilleros emboscados y contesta el teléfono –cuando le llama la suegra– con claves de la milicia ("Araña Dos Llama A Madrina", etc.) y mezcla continuamente en la memoria un episodio en Mozambique, cuando compró la virginidad de una niña nativa en una choza inmunda, y la peripecia de su boda (de "penalty", estando ella embarazada) con Inés, una dama de la buena sociedad. Lobo juega a yuxtaponer las escenas en la misma oración (Pág. 67) ..."besó más anillos suntuosos que olían a laca de uñas y a bacalao al horno, extrajo dos contos y se los entregó al catequista para que los escondiese de inmediato en los harapos de sus pantalones". Aquí hay que entender que está de besamanos en una recepción de la alta sociedad lusa y a continuación se refiere al catequista mozambiqueño que le ofrece el virgo de su hija para que lo disfrute en una cama herrumbrosa por dos "contos"¸ dos mil escudos.
El oficial de transmisiones era rojeras, pertenecía a una difusa "Organización" y cuando regresa a Portugal el partido le ordena que continúe en el ejército, cosa que él no deseaba, como "infiltrado". Totalmente escéptico acerca de su misión revolucionaria, continuará sin embargo militando, hasta ser detenido por la PIDE. ("La revolución se me presentaba de tal modo impensable, de tal modo absurda en un país apolillado, resignado y vago, que me parecía que mi existencia se desarrollaba como en un sueño en el interior de un sueño en el que fluctuaban al azar fragmentos impalpables de palabras de orden y de banderas rojas").
El soldado, en fin, que confiesa haber padecido meningitis de niño, no es precisamente una lumbrera. Cuando vuelve de la guerra se pone a trabajar con su tío, que tiene una empresa de mudanzas, se echa novia (Odete) y de vez en cuando hace unas chapas con un pintor bujarra, para sus vicios.
A medida que se acerca la revolución los personajes van tomando posturas, o no tomándolas. Ya sabemos que el oficial de transmisiones era rojeras, y pronto sabemos que el Teniente Coronel pasa de política, pues se resiste a definirse (aunque tampoco los denuncia) cuando los rebeldes "in péctore" le contactan.
Mientras siguen los cuatro emborrachándose y contándose sus vida en la barra de un lupanar, hay a veces párrafos que destellan por sí solos ("Un revolucionario bebido hablando de la revolución es peor que un ex–cura hablando mal del Vaticano") (Pág. 170).
Finalmente al oficial de transmisiones le detiene la PIDE, (y el se pregunta "¿Qué haría Lénin en mi lugar?"). La detención de un oficial, su tortura y cárcel es también recurrente en la narrativa de Antunes.
Para el teniente, oficial de transmisiones, el comunismo había supuesto, más que otra cosa, "Un partido que me ofreciese lo que yo no tenía en casa, un ideal de complicidad que me ayudase a aguantar la soledad de mi vida" (Pág. 174). Un partido hacia el que tiene todas las sospechas (Pág. 228). "La Organización ¿comprende?, era la única cosa que daba la impresión de no existir de hecho, de tratarse de una broma ingeniosa y rústica del Olavo, del Emilio, del Calvo, destinada a engañar a pardillos como yo, a cazar el dinerito de las cuotas, la pasta de la venta de la revista mal impresa cuyas letras se pegaban, ennegrecidas a los dedos, y después se iban los tres, con el bolsillo lleno de billetes, a comer a nuestra cosa centolla y sapateira y cangrejo...".
Cuando finalmente se desencadena la revolución cada uno la vive de modo distinto. El soldado Abilio trata de continuar la rutina de la agencia de transportes pero se encuentra con que los soldados han tomado las calles ("Todo le parecía una pesadilla extravagante, una gran mentira, de repente el mundo al revés, un diluvio, un naufragio, un cataclismo, una terrible amenaza, la vida bocabajo imposible de vivirse"). Aunque luego se unirá a las manifestaciones de alegría de la gente, por ejemplo al asalto de un cuartel de los PIDE, donde, por cierto, la gente se queda atónita al descubrir su interior, más bien prosáico, sin mazmorras ni cosas extrañas ("¿Solamente eso? –preguntó el bizco arrojando un candelabro tallado sobre una enorme rata– ¿Me quieres hacer creer que la PIDE era sólo eso?").
Más extraño todavía es lo que le pasa al teniente de transmisiones, que está en la cárcel y que se resiste a abandonarla, con un síndrome de Estocolmo de proporciones considerables.
Habla así de sus carceleros (Pág. 235). "Ellos ordenaban y nosotros obedecíamos, ellos golpeaban y nosotros cobrábamos, nos insultaban y nosotros lo aceptábamos, pero eso no significaba nada ¿entiende?. La forma establecida para apreciarnos unos a otros, el equivalente a los pequeños y tiernos actos domésticos de los matrimonios, la exuberante manifestación de nuestra felicidad conyugal".
Y más adelante:
"Llegué a la conclusión de que fue la mejor boda que hice. Que sin darme cuenta pasé en Caxias el período de oro de mi sucia existencia, y que de repente, de golpe, sin aviso, brutalmente, me quedé viudo (al ser liberado)".
Cuando llega la revolución y los guardianes se escapan, los presos no saben qué hacer, se quedan en la cárcel, expectantes. Cuando llega el gentío a liberarles, el teniente de transmisiones no sabe qué hacer. Un periodista le dice "Póngase triste", para sacarlo en la tele, él echa de menos que no le dejen en paz. "No me dejan volver para dentro, pensó él, no me dejan esconderme en mi camastro, ¿Cuál es la sensación, supongo que inesperada para usted, de encontrarse en libertad? Y le apeteció responder: ¡Una mierda!". Tuvo que coger un taxi para volver a casa, y no tenía dinero ni para pagarle.
El teniente coronel, por su parte, asqueado de todo en general y de su vida en particular, hace oídos sordos a la jerarquía militar que le impulsa a acudir a su cuartel y hacerse con el poder. Finalmente, sin sabe muy bien a qué, acude allí, donde todos están ya sublevados. Dada su ambigüedad le detienen. Recibe una llamada del gobierno y les explica que no está con ellos. Los sublevados, emocionados, deducen que está con ellos, pero él no tarda en desengañarlos.
(Pág. 225). "Yo no me adhiero a la revolución exactamente por los mismos motivos que no me adhiero al Ministerio; si hubiesen sido ustedes los que telefonearon habrían recibido en las narices una respuesta igual es demasiado tarde, tengo tres o cuatro hipnóticos tiesos en el estómago, lo único que me interesa en serio es acabar con tanta claridad y descansar".
Y continúa: "que en cierto modo continúo pensando lo mismo, que me cago en los golpes de Estado y quizá por eso me van a embalsamar como general, porque a mí lo que me interesa es no despertar durante la noche, no ponerme a sudar, completamente lúcido, lleno de pavor, sentado en los cobertores deshechos, perseguido por los terribles rostros de los difuntos...".
El teniente coronel, mientras tanto, acaba liándose con una mujer mucho más joven que él, y es chantajeado por su madre para que le ponga un piso, etc. Finalmente descubre que la joven le engaña, lo que no le preocupa mucho y le da ocasión de romper una relación que ya le pesaba. Pero este detalle desencadena la tragedia. Los cuatro militares, cada vez más borrachos, siguen contándose su vida y pronto queda claro que el amante de la joven es el teniente de transmisiones. El soldado, justiciero, propone matarle, lo que nadie toma en serio hasta que, en un momento de cólera, le degüella con un machete. Viene luego un verdadero ejercicio de estilo por parte de Lobo, que a través de sucesivos titulares del periódico va interpretando la muerte del teniente en varias claves periodísticas (AJUSTE DE CUENTAS, CRIMEN PASIONAL, INTRIGA POLÍTICA, etc.).
Un novelón como la copa de un pino, en nada inferior a otras novelas posteriores. Se nota aquí el caudal literario de este autor, superdotado, fértil, al que hay que creer cuando dice que lleva en su cabeza doscientas novelas (que, razonablemente, no podrá llegar a escribir todas). |
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