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La Muerte De Carlos Gardel
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por Antonio Ruiz Vega
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En Portugal apareció en el 94 y aquí en el 97, siendo reeditado en el 2001.
"La Muerte De Carlos Gardel" es quizá uno de los pocos libros donde aparece cierto sentido del humor dentro de la narrativa de este autor. A decir verdad hay partes bastante desternillantes, lo que no es frecuente. De hecho, hasta la mención a Carlos Gardel no deja de ser una humorada, ya que las menciones esporádicas al cantor de tangos son bastante chuscas y cuando aparece físicamente es un imitador cutrísimo al que, sin embargo, uno de los personajes (al borde de la demencia) toma por el verdadero.
Dicho esto hay que explicar que la trama principal no tiene nada de gracioso. Un adolescente, Nuno, está agonizando en la UVI de un hospital (de hecho está en coma, aunque algunos pasajes están narrados precisamente por él, que escucha a quiénes le rodean y piensa en su pasado, en su infancia –el famoso "flash back" que precede a la muerte–, etc.
Es alrededor de este lecho mortuorio donde van desgranándose la trama y la génesis de una situación que ha desembocado en esta muerte, presuntamente por sobredosis, o puede que por hepatitis, etc., ya que Nuno (a quien ha puesto el nombre de uno de sus hermanos en la vida real) era un drogadicto.
Nuno es hijo de Álvaro y de Claudia
Por cierto, antes de que se me olvide, en este libro aparece un error insólito en un escritor minucioso como Antunes. Al describir a una mujer habla de su bocado de Adán. (Pág 163).
Uno de los monólogos más descacharrantes es el de la página 161 y siguientes, protagonizado por Margarida, una amiga marujona de Claudia, que le cuenta sus experiencias con su ex, cuando Claudia planta a Álvaro y comienza a tener otras aventuras (Carlos Gardel tuvo algo que ver, pues Álvaro era un fan absoluto y Claudia estaba hasta las narices del argentino: le advirtió que pediría el divorcio, cosa que hizo, y cuando Avaro salió de casa lo primero que hizo fue coger un martillo y cargarse la colección de discos). El ex de Margarida la llamaba a todas horas a casa y al trabajo, se le presentaba de madrugada en el rellano de su casa con café, croasans y una flor para invitarla a desayunar, y ni se despeinaba cuando ella venía acompañada, todo sonrisas. Como tenía llaves de la casa una vez que estaba Margarida en plena faena con un piloto se encendió la luz y apareció el ex, todo amable, pidiendo permiso para llevarse unos cobertores que había en el armario que eran suyos. Con este tratamiento Margarida, ya cuarentona y a la que no le era nada fácil llevarse hombres al tálamo, terminó de los nervios, porque los romeos salían indefectiblemente por piernas y nunca regresaban. Margarida contrató a su propio hermano, que era culturista, para que le diera un repaso al ex, cosa que hizo, pero a cambio de un viaje a Canarias de 37.000 escudos. Como los escudos no crecen de los árboles y el hermano era inflexible en sus tarifas, la cosa parecía no tener salida. Así que tuvo una conferencia en la cumbre con el ex y le dijo que qué tenía que hacer para terminar aquel infierno. La única opción era regresar con él, y cómo vería la situación que le pidió tiempo para pensárselo. "Mientras reflexionas te telefonearé cada media hora para despejarte las ideas".
Volvieron Y Margarida le explicaba todo esto para que viera que Álvaro, comparado con su ex, era un caballero, ya que no dio ni una bronca y se tragó en silencio su frustración.
Claudia se dedicó también a echar canas al aire, trayéndose hombres a casa (el niño los descubre haciendo el amor: "ví a mi madre y al hombre, con los miembros barajados, retrocediendo y avanzando como las bielas de los trenes"), para desolación del pequeño Nuno que así fue alimentando su neurosis. Por su parte Alvaro, que nunca le había hecho mucho caso, pasó del interés desbordante de los primeros meses, a desinteresarse de él casi del todo. Nuno, niño difícil, rechaza a los compañeros de su madre y a la compañera de su padre con la misma energía, confusamente cree que sus padres quieren deshacerse de él y tiene un miedo patológico, físico (en el sentido de que quién cuidará de él, le alimentará, etc. llegando hasta hacer acopio de alimentos por si esto le pasa).
Uno de los amantes, Helder, hombre casado, cuenta en primera persona su aventura sexual con Claudia. Sin ningún entusiasmo ha atendido sus sugerencias y se siente culpable porque teme que Teresa le descubra. Un día, en plena faena, llaman a la puerta, pero no es Teresa, sino Graça, la hermana de Álvaro (médica) que viene
Claudia se lía finalmente con Ricardo, mucho más joven que ella, pero al que también abandona, harta de todo, tras la muerte de Nuno. Se marcha a Alemania sin despedirse de nadie, con un billete de ida.
Bueno, se despide de Alvaro, que a estas alturas de la novela vive con Raquel y que se sorprende de su petición Piensa que le va a pedir dinero o algo así y además alucina porque le cita en un bar de cuando eran novios, que quizá ya ni exista. En esta entrevista postrera se convocan todos los fantasmas de una vida pasada, los pisos donde vivieron ("quién vivirá allí ahora", se pregunta Álvaro, "¿existirán?"). Pero no sabe que decirle, de hecho no le dice más que "¿Ah sí?". Ha pasado demasiado tiempo:
"Y ya ni un hijo existía para unirnos, lo había olvidado como olvidará los años conmigo, las discusiones, la carrera matinal para ducharme primero, los pasos acelerados en las escaleras, por la noche, para lavarme los dientes primero, su mal humor si me retrasaba".
En el último momento, ya en el aeropuerto, todavía piensa ella que Álvaro ha ido a despedirse, cree verlo, pero no es él, "era un funcionario con la placa de identificación en la solapa".
Cuando Nuno muere y Claudia se va a Alemania la vida continúa. Ricardo tiene derecho a su monólogo. Ella ya le había advertido que si lo dejaba él volvería con su madre. Ricardo pasa revista a su vida en común, y se va desmoralizando paulatinamente (realmente, es un poco hombre, ella –un poco puta– le cornificaba cordialmente), y termina diciendo en la última frase: "y tomé el autobús de Restelo en dirección a casa de mi madre...".
Raquel, que también tiene su corazoncito, trata de rehacer su vida con Álvaro, y realmente es poco exigente, pero Álvaro ya está majarón perdido y comienza a darle la murga con Gardel, hasta que una noche se le presenta en casa con un vejete que le imitaba, acojonado perdido y que a toda costa quería irse a su casa. Raquel le sigue la corriente en esto y en otras cosas, pero Álvaro ya no responde, pese a que Beatriz, la prima de Raquel, mujer voluntariosa, le convence de que Gardel ha muerto...Para colmo de males Raquel está embarazada ("en ese momento –dice Beatriz– confieso que me hubiera gustado pegarle. No por quedar preñada a los cuarenta y seis años, que lo más que puede ocurrir es quedarse en la mesa del ginecólogo o parir un mongólico y entrar en esas asociaciones de padres que defienden los derechos de los idiotas, se multiplican pidiendo ayudas en los semáforos, y nos colocan rectangulitos de papel en la chaqueta para poder comprar un autobús donde los hijos se babeen a gusto contra los cristales, sino por haberlo hecho a medias con ese payaso irresponsable").
Y prosigue Raquel:
"Se le ha metido en la cabeza que Carlos Gardel está vivo en Santo António dos Cavaleiros, se le ha metido en la cabeza renunciar a la agencia y vivir con él para promover su carrera".
El caso es que Álvaro se va, y quien comienza a visitar a Raquel es... Ricardo, que se aferra a cualquier cosa para no estar solo. Ricardo es tan joven que Raquel, al principio lo hace pasar por su hijastro, pero poco a poco van asumiendo su condición de pareja.
Estas últimas páginas –habla Raquel– son las más desternillantes, pues describe la visita de Álvaro –cuando aún estaban juntos– a la casa de los tíos de Raquel, en Sesimbra. Un casa de clase media baja adornada con todos los bibelots imaginables, de los cuáles el autor hace morosa descripción. Álvaro, ante el mueble bar en forma de globo terráqueo:
"(...) y Álvaro con el vaso olvidado en la mano, mirando los golletes en el interior del mundo con una expresión de espanto
– No es posible".
(Esto parece de Sánchez-Ostiz).
Y el padre insistiendo:
"– ¿Se ha fijado en la fotografía en el caballete de plástico?
Y Álvaro hacia el marco, con el vaso contra el pecho, petrificado.
– Es mentira.
Y mi prima a mí
– Ya ves el entusiasmo de tu marido, Raquel, tienes que comprar uno igual·.
Y continúa la descripción (los zuecos holandeses en un gancho, la negra de Sâo Tomé a la que se daba cuerda y bailaba, la bandeja de aperitivos que tocaba un minué de campanillas, "y Álvaro de sorpresa en sorpresa.
¿Y la quemada africana mejor que las de cervecerías, y la alfombra de falsa piel de leopardo, y las plumas en el ánfora etrusca?
(...)
– Espera, Joâo, déjame tirar de la cuerda del oso de madera que compraste en Sintra para que este señor lo oiga rugir
y durante el viaje hasta casa Álvaro, con la expresión de pavor de quien ha visitado un campo de judíos, cámaras de gas, fosas comunes, esqueletos, sacudió la cabeza todo el tiempo, y llegando al apartamento se plantó frente a las máscaras de porcelana, donde las sombras del río pasaban como luces fugaces.
(...)
Y yo a Álvaro, pellizcándole en la mejilla
– ¿Qué tal el oso de mis tíos, mi vida?
Y por un momento, palabra, se puso tan blanco que creí que le iba a dar algo, un ataque, un fallo al corazón, un desmayo, y nunca más volvimos a Sesimbra...".
Sánchez-Ostiz puro... |
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