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La Casa Del Rojo
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por Antonio Ruiz Vega
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Una obra tan claramente biográfica como es la de Sánchez-Ostiz hace que la transición entre literatura y vida (se supone que aquí plasmada) sea bastante leve, casi sin continuidad. A decir verdad, en ocasiones, de no ser por las referencias temporales, los detalles de actualidad literaria o los nombres de autores o periodistas conocidos, parecería que estamos inmersos en alguna de sus novelas.
No es de extrañar que por aquí aparezcan las mismas reflexiones a las que nos tiene acostumbrados, su filosofía personal, las mismas cuestiones recurrentes.
En todo caso, la lectura es entretenida para el lector no introducido en su obra, por lo que tiene de reflexiones personales contemporáneas, al hilo de la actualidad política y, sobre todo, literaria. Son consideraciones intempestivas, reflexiones hechas al margen de las modas y de los ritos del rebaño. Como puede constatarse por la lectura de libros como "El Corazón De La Niebla", la problemática del País Vasco es uno de sus "leit-motivs" para este autor, lejano y juvenil simpatizante de ETA que ha visto cómo sus puntos de vista se han ido relativizando y morigerando a medida que el horror y la muerte se han mantenido a lo largo de los años, de demasiados años.
Para el lector más próximo a su obra será una delicia adentrarse en ese mundo denso donde se fraguan las novelas de Ostiz y delimitar de donde vienen muchas de las ideas y los ambientes que aparecen en ellas. Referencias a la vieja casa solariega de Obanos, sede de "Los Papeles Del Ilusionista" y, tantos años después, de "No Existe Tal Lugar". O las andanzas por Mutilva, que dieron lugar a la abracadabrante "Un Infierno En El Jardín".
Y las inevitables pejigueras de la vida de autor. Las siempre exiguas liquidaciones de libros, el sentirse mal tratado por editores o agentes literarios, las novelas que se atraviesan, las que, una vez editadas, no llegan al mes y medio de notoriedad. La lucha por una columna al sol en algún suplemento, los ninguneos, los retrasos en los pagos o la escasez de colaboraciones. Los bajonazos de los críticos (Ostiz destila amargura por la cerrazón del grupo PRISA, que siempre le ha negado el pan y la sal, y por aquí asoma el detalle de la guía de EL PAÍS AGUILAR sobre Pamplona que le tumbaron, en una escena borrascosa que describe en "Un Infierno En El Jardín"), los cambios de chaqueta (literarios y políticos) de sus compañeros de generación, etc. etc.
Todo salpimentado con detalles de sus andanzas como propietario de una casa en semirruina (Gorritxenea, en vasco, la Casa del Rojo, que da título al volumen), sus incursiones gastronómicas, las visitas a los amigos, o de los amigos, sus viajes (a Pamplona, a San Sebastián, a Madrid, a Iparralde, etc.).
Por lo demás, sin pelos en la lengua. Pone a caer de un burro a quien considera oportuno y es evidente que con este libro no va a engrosar su círculo de amigos. Dice detestar a Umbral, y le tilda de superficial a propósito de un libro sobre Valle-Inclán, del cuál dice se ha quedado sólo con el dandismo.
A veces no pone los nombres completos, sólo siglas, pero bastante identificables. Como FSD, a quien conoce en Julio del 97 con motivo de una foto que le hacen para EL MUNDO para un libro sobre el verano.
Por este libro le han dado el príncipe de Viana de la Cultura del año 2001.
Recuerda, claro, a los diarios de Trapiello, aunque personalmente estos me interesan más. A Trapiello, realmente, no le pasa nada. Ostiz, con sus pejigueras y rivalidades, lleva siempre el conflicto tras de sí, y por estas páginas abundan los ofrecimientos de hostias y hasta algún amago de partirle un bate de beisbol (iba a poner "base-ball", pero queda horrible) en la cabeza. Por cierto que en una de esas "noches oscuras del alma", asediado por mafiosos, allá en Mutilva, cuando recurre a los amigos, es Trapiello uno de los pocos que le tienden la mano. Jura no olvidarlo.
Este diario ha sido comparado también con la obra de Pla, que Ostiz confiesa en este libro leer y admirar, y, por supuesto, con Baroja ("Desde La Última Vuelta Del Camino").
El premio príncipe de Viana, y ciertas críticas interesadas que he leído sobre "El Corazón En La Niebla", pueden ir en el sentido de "recuperar" a Ostiz, de canalizar el sentido de su obra como un antinacionalismo primario, cosa que no es cierta. Aunque sin duda el autor se debe sentir cansado por tantos años de dar coces al aguijón, supongo que la propia vida le habrá dotado de anticuerpos para no caer en esta –presunta– operación. Otra cosa es que el hombre tenga ya derecho a un poco de éxito, que se lo ha ganado.
Lo que queda, tras la lectura de esta obra abigarrada, es un mundo con sus luces y sus sombras donde este hombre se nos revela como un alma buena tras la apariencia de hosquedad y puede que de hostilidad que muchos detectan y que él no tiene pelos en la lengua para reflejar aquí. En el fondo, ¿qué hay? Una voluntad de independencia, de aspirar a ser libre, de vivir sin rendir a nadie pleitesía. A Ostiz parece ir dedicado el genial monólogo de Rostand en su Cirano de Bergerac que no he leído, pero que aparece en la bonísima película donde Cirano es Depardieu ("Volar quizá no muy alto, pero sólo"). No perder nunca del todo una cierta ingenuidad, un fondo de buena persona, eso es lo difícil, porque todo parece dispuesto para que no pueda ser así. |
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