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La Caja China
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por Antonio Ruiz Vega
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Este libro es anterior a "No Existe Tal Lugar" y posterior a "Un Infierno En El Jardín". No tiene, no obstante, mucho que ver con ambos. A decir verdad es un regreso a los parajes de "La Gran Ilusión" y a los ambientes de "Tánger Bar", sin que falten menciones al Libro Fundacional: "Los Papeles Del Ilusionista".
Esa familia ectoplásmica de Umbría (Pamplona) que se estira y se encoje como por ensalmo consta ahora, sobre todo y ante todo, de dos hermanos: Rafael y Adrián. Rafael es un nombre por el que parece sentir predilección nuestro autor ya que lo emplea, que sepamos, al menos en tres ocasión. Tenemos a Rafael Eguren, el protagonista de "Un Infierno En El Jardín" (por cierto que hay, en "La Caja China" una errata pues en una ocasión aparece "Rafael Eguren" en vez de "Rafael Vidán"), tenemos a Rafael Horne, el "macho dominante" de Tánger Bar y ahora este Rafael Vidán, que oficia de "hermano".
En la peculiar concepción de la vida que tiene nuestro autor Rafael y Adrián ocupan aproximadamente los dos extremos. Rafael, el protagonista de "La Caja China", es quien ha concluido su carrera de abogado, quien ha emprendido negocios de anticuario, quien ha mantenido mal que bien una relación con la familia (sempiternamente autoritaria y requeté), quien, en suma, pignora en un momento dado la casa de Chimunea. Es, además, quien termina yéndose de Umbría/Pamplona a Madrid, pero sin que este viaje tenga gran cosa de catarsis. Adrián, por el contrario, viaja constantemente, vive a salto de mata, lleva una vida arriesgada y peligrosa que Rafael, en el fondo, le envidia. Así ha conseguido el amor de Estela, quien en tiempos fue la novia de Rafael.
"La Caja China" a que hace referencia el título es un pequeño receptáculo donde se encuentran las pertenencias de Adrián, que le son entregadas a Rafael en un pequeño hotel de Biarritz a donde se traslada cuando le comunican la desaparición, en alta mar, de su hermano. Rafael viaja a Biarritz a saber qué ha sido realmente de su hermano, a hacerse cargo de sus objetos personales, pero, sobre todo, a reencontrarse con Estela, con quien confía en reiniciar su relación.
Allí va conociendo un grupo de personajes poco comunes y de ambientes que lo son menos. Está el famoso Gonzague, que ya vimos aparecer en "Los Papeles Del Ilusionista" y luego una cohorte de pintores, anticuarios, "maquisards" más o menos fules, etc. Se mete de lleno en este ambiente y va desentrañando lo que puede. De momento le es imposible ponerse en contacto con Estela de quien, sin embargo, sabe que está ya ligada sentimentalmente con otro, lo que no deja de desilusionarse. Después se introduce en una trama oscura relacionada con una imagen gótica que su hermano hubiera perdido y que le es reclamada. Como Rafael anda metido en negocios de anticuario con Pipe Rala (personaje que aparece en otras novelas de Ostiz), llega a interesarse por la pieza e incluso a entregarles una señal mediante un talón sin fondos.
Entre las nieblas del alcohol Rafael se va metiendo más y más en un mundo mefítico de contrabando, terrorismo, trapicheos con obras de arte, pintores más o menos fules, toques de prostitución y drogas, blanqueo de dinero, etc. En un momento determinado llega a sentirse casi un triunfador, cree que por un momento emula al hermano aventurero, e incluso lo supera.
El final, no explicado del todo, pero mostrado elocuentemente, es siniestro. Estela, finalmente, le explica que se marcha a París, y en ese mismo aeropuerto donde se han citado, aparecen las "sombras ominosas" que, tras lo que llevamos visto en la novela, deben tener para él proyectos poco piadosos:
Pág. 230.
"Y no vio como en las cristaleras de entrada del restaurante se reflejaban, temblorosas, las siluetas de aquellos extraños hermanos Alvarado".
Por cierto que alguna clave sobre esta novela nos la da el postscriptum:
"San Juan de Luz, julio de 1989,
y Gorritxenea, verano de 1996".
Estamos, por tanto, ante una novela comenzada a escribir en 1989 y terminada 7 años después. Es un mundo, por tanto, coetáneo y coterráneo, como hemos dicho, al de "Tánger Bar" y sobre todo al de la "La Gran Ilusión", que no tiene nada que ver con la fisura que supuso "Las Pirañas".
Lo mejor de "La Caja China" son las descripciones "canailles" de Biarritz, los atestados bares nocturnos, las casas de los anticuarios, sus existencias morosamente descritas. Hay, sobre todo, una meditación filosófica sobre las dos vidas, la de Rafael y la de Adrián, la del que se queda, la del que se va, y de como, al final no son tan distintas, pueden llegar a ser intercambiables y quién sabe si el uno envidiaba al otro. Como siempre es la meditación sobre el sentido de la vida, sobre qué hacer con la de cada uno, la idea de que en otro lugar, en otro tiempo, con otras gentes, debe de haber otra vida mejor, una vida plena, que siempre termina escapándose. A decir verdad el personaje de su última novela, el Udieta de "No Existe Tal Lugar" parece haber dado, con provecho, el paso hacia otro mundo mejor. |
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