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portada La Fatiga Del Sol
Ficha del Libro:

Título: La Fatiga Del Sol    comprar
Autor: Luciano G. Egido
Editorial: Tusquets
I.S.B.N.-10: 8483100029
I.S.B.N.-13: 9788483100028
Nº P´gs: 296


La Fatiga Del Sol
por Antonio Ruiz Vega

  Estamos ante una novela plagada de resentimientos hacia una tierra dura, yerma, poco amable, y sobre todo hacia unas gentes mimetizadas con esa tierra y ese paisaje, el de Salamanca, pero podría ser cualquier otro del antiguo reino de León. Por otro lado, junto a esa dureza descriptiva, tanto del paisaje como de los sentimientos, existe una ternura que se asoma tímida, un amor hacia esa tierra, tal vez por esa pobreza, que acongoja durante la lectura. El personaje principal de la novela es un escritor salmantino que inicia el camino del invierno de la vida, y que recuerda al propio autor, autor de su primera novela a los 65 años. Este hombre ha heredado de su tío, indiano, el placer de poseer y aumentar una tierra de sus antepasados y construir en ella una casa aislada, alejada de toda civilización, donde poder enfrentarse con sus particulares demonios.

Con una forma de escribir intensa, rica en metáforas y comparaciones, florida en ocasiones y en otras excesivamente descriptiva y densa, el autor va haciendo los retratos de toda su familia, de unas gentes que le han marcado, unos personajes tan densos como su propia forma de escribir. Abre la lista su tío el indiano, quien, seguro de que el sobrino sabrá continuar con sus intereses por esa tierra, se la lega. Muestra, a través de su tío, en un retrato minucioso, la vida rural, la pesadez social de la época que envuelve, dirige y maquina las vidas de toda la familia, como habitualmente sucede en el mundo rural.

Introduce la pincelada exótica con la aparición de la mujer del tío, que pasma a los habitantes del pueblo con sus altísimos tacones y su ropa colorista y provocadora: "En su cara y en su cuerpo se declaraba un mestizaje que desarbolaba cualquier precaución. Un resto de cholita teñía su piel de suave cuero curtido, levantaba sus pómulos y cuadraba su rostro, como si fuera la última descendiente de una raza de dioses, extinguida en la altiplanicie de los años". (Pág. 28). El indiano, ante la sonrisa provocadora e irónica de la mujer sureña, va cercando la finca y colocando los cimientos de los todavía sueños, que más tarde hará realidad su sobrino. El proyecto se trunca cuando la morenita comienza a aburrirse de ese mundo y, ajena a él y a la mala uva de los lugareños, decide acostarse con el cura, con quien, al final, termina escapándose: "Alguien tuvo la caridad de advertirte que habían visto a tu mujer con un hombre, retozando entrre las breñas de un valle escondido". (Pág. 30).

Como explica uno de sus personajes en otra de sus novelas: "La mujer y la mula, si no te la han hecho, es que te la van a hacer… (dicho sea con ironía y entiéndase en el contexto).

Recuerda en algo al Martín de "La Piel Del Tiempo" y a la mora Ermina, cuya presencia exótica altera todo y trae la perdición a la familia. Por lo demás el propio Martín también hace las Américas…

Al tomar el relevo del tío, el protagonista, sesentón, recién separado de una vocinglera e impertinente señora dedicada durante los trámites a dejarle en una situación económica precaria, se enamora de una joven que sirve de contrapunto a la tristeza del momento y de aire fresco a una incipiente decrepitud del hombre. Se enamora realmente de la mujer: "Aparecías como el último asidero a la vida antes del naufragio (...) Tu amor, mejor que cualquier otra prueba, me demostraba con evidencia la idea de mi caducidad (...) Era difícil compaginar tu mediodía, todavía espléndido, con mi anochecer, veteado de nieblas prematuras". (Pág. 73). Curiosamente también es sureña, de Córdoba, lo que confiere un contraste rico y voluptuoso a la sequedad y el resentimiento de los habitantes del pueblo donde, ya sí, apoyado por ella, construirán la casa, no sin antes tener que luchar con un arquitecto pagado de sí mismo, cuyo deseo es diseñar la casa a su gusto y no al de los clientes. Habría que decir, como todos los arquitectos, el gremio más dañino de entre los artísticos, pues sus productos difícilmente pueden ser ignorados (novelistas, poetas, músicos y pintores, por ejemplo, son mucho más evitables). Estos quieren, sobre todo, un gran ventanal donde puedan asomarse todos los componentes de la familia de él, que son, precisamente, los demonios con los que el protagonista desea enfrentarse.

Y por allí van apareciendo el hermano, amargado, borracho incorregible, empeñado en que no construya la casa :"Tus hijos no vendrán porque aquí no se les ha perdido maldita la cosa (...) Ni han vivido este paisaje ni les gusta esta desolación de yermos sin gracia y de arroyos sin agua". (Pág. 54). Sus tíos, unos asmáticos, otros resentidos, todos quemados por la vida rural ya desprestigiada, por el abandono de los habitantes del pueblo y por la presión que ejercen los que todavía resisten sin marcharse. Hasta del final, como en esas escenas de películas en las que alguien aparece por el horizonte y nunca termina de llegar a su destino, aparece una silueta que cada cual de la familia va identificando como su demonio particular. Todos acuden hacia él y tratan de matarle. Agotados, deciden desaparecer pensando que la sombra de las vidas que les ha perseguido siempre ha desaparecido. Al otro día, el protagonista se da cuenta de que allí no ha sucedido nada, al menos físicamente.

"Tú también estarás allí, ajena a todas estas historias, venida de otra niñez y saluda de un sur lejano, incapaz de asimilarte a este paisaje de horros, de piel dura y torrenteras vertiginosas, sin agua ni frescor y ni siquiera sombras perfumadas, como las de tu Andalucía. Mirarás con perplejidad estos campos, que no te dicen nada, con ese temor en los ojos con que miramos las tinieblas desconocidas...".

Los ectoplasmas que reinarán ubicuamente en "La Piel Del Tiempo", que ya habían nacido y tenían tertulia abierta en la rebotica de la tía Adela en "El Cuarzo Rojo De Salamanca", aparecen por aquí en forma de demonios familiares…
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