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portada El Cuarzo Rojo De Salamanca
Ficha del Libro:

Título: El Cuarzo Rojo De Salamanca    comprar
Autor: Luciano G. Egido
Editorial: Tusquets
I.S.B.N.-10: 8472236587
I.S.B.N.-13: 9788472236585
Nº P´gs: 328


El Cuarzo Rojo De Salamanca
por Antonio Ruiz Vega

  Primera novela, aunque no primer libro, de este salmantino (1928), que fue escrita entre 1990 y 1992 y publicada el año siguiente. Desde entonces Egido ha publicado otras cuatro.

"El Cuarzo Rojo De Salamanca" es un fresco histórico que no en vano ha sido relacionada con la obra de Stendhal y eso que aquí teníamos referentes más cercanos (Galdós y "Los Episodios Nacionales", aunque el estilo es bien diferente, como es lógico)....

Dividida en cuatro partes, "El Cuarzo Rojo De Salamanca" narra los sucesos acaecidos en la ciudad desde la primera llegada (amistosa y pacífica) de las tropas francesas camino de Portugal hasta su marcha definitiva al concluir la Guerra de la Independencia. En este lapso los franceses que, como dice en las primeras líneas "salieron de los libros y de las peroratas de mi padre y se presentaron en Salamanca", van y vienen, turnándose, en un rigodón marcial, con los ingleses, que no salen mejor librados, por cierto.

Quien lo cuenta todo es un adolescente salmantino en perpetua batalla dialéctica con su padre, a la sazón hidalgo menor de la ciudad y rendido admirador de la cultura francesa, "afrancesado" a la postre y que terminará sus días ejecutado por la resistencia.

Pese a que el primer contacto con los gabachos es perfectamente pacífico (son aliados, viajan a Portugal y han difundido el mensaje de que, concluida la guerra, la vecina nación volverá a unirse a España lo quiera o no) el protagonista, entonces apenas un crío, siente nacer un odio irrefrenable que no hará sino aumentar con el tiempo. Aquel niño está ya a punto de arrojar una piedra contra la hueste polvorienta y sudorosa que, de cerca, ofrece una imagen bien poco heroica o marcial. El antigalicismo es furibundo, desde las primeras páginas, y llega a bordear la genialidad en el uso de eufemismos como el siguiente:

"Ni que decir tiene que unos y otros miraban de soslayo, con turbada curiosidad y pudibunda insistencia a las putas, a las que los franceses valoraban diligentemente al pasar con su mirada de expertos y su familiar complicidad filial."

El subrayado es mío. ¿Hay manera de llamar a alguien más finamente Hijo de Puta? (Pág. 21).

Como casi en todos sus libros posteriores, el marco urbano es Salamanca y la novela constituye sin duda un homenaje a la ciudad y a sus gentes. El esfuerzo de reconstrucción histórica es notable y más apreciable en lo que tiene de recuperación de la vida cotidiana de los salmantinos de hace dos siglos, más en sus afanes e inquietudes, que en, por ejemplo, los grandes hechos o batallas ya bien conocidas.

Poco a poco vamos sabiendo de la familia del narrador y de la ciudad y sus misterios. En casa no es sólo afrancesado el padre sino, como se verá, la hermana. Y en ella convive una madre autoritaria que trae por la calle de la amargura al padre y una tía solterona y alcohólica en quien anida, como veremos, una especie de Inconsciente Colectivo de la ciudad. Adela, que así se llama la tía, interioriza en su melopea el transcurrir vital de la ciudad y va dando cuenta y razón de sus avatares. Es, también, un nexo de unión con el mundo de los muertos, recibe a los espíritus en su tertulia recoleta e introduce lo feérico, que es una de las obsesiones de Egido, como iremos viendo, que desarrolla ya cumplidamente en la hasta ahora última novela "La Piel Del Tiempo", un verdadero rifirrafe de ectoplasmas.

La filiación del protagonista (que yo creo que puede extenderse perfectamente al autor) es clarísima:

"Habíamos nacido en aquella ciudad entre la historia y la belleza y nos pertenecía por algo más que por el empadronamiento y la costumbre". (Pág. 55).

El monólogo en cursiva de la página 56 y siguientes, puesto en boca de la tía Adela es también definitorio de este entrañamiento y no tiene desperdicio. Es un canto irónico a la ciudad y una reconvención a los salmantinos de todos los tiempos. En él se alude a la misteriosa monja Sor María de los Ángeles, de una belleza extraterrena y de una feminidad a prueba de bomba. Monja cuyo aroma a hembra (Egido es un escritor eminentemente olfativo) llega a hacer empalmar a los caballos que pasan a distancia del convento. Esta Sor María de los Ángeles será violada por todo un escuadrón de dragones (los dragones, a diferencia de los húsares, no tenían la ética de los jinetes, apenas constituían una siniestra infantería de fondones bigotudos montados en percherones). La hiperbólica violación de Sor María, sería muy lamentada por los salmantinos ya que cumplía un papel de vestal y concentraba la bondad de la ciudad, "podíamos hacer lo que quisiéramos, sabiendo que había una monja que era quizás aquel justo que Dios buscó en vano en Sodoma...".

En su discurso Adela habla de las putas, de los curas salaces y descreídos (de don Manuel –por contraste– , dice, "probablemente el único cura de Salamanca que cree en Dios) Y tras pasar revista a los vivos continúa: Pero esa no es toda la ciudad, porque la ciudad es también la ciudad de los muertos".

No faltan las efemérides pasadas, como las bíblica inundaciones del Tormes, que anegaron la ciudad en 1707 y en 1718, cuando subió tanto el agua que en el convento de las Ursulas llegó hasta la cintura de las religiosas, con lo que, en palabras de la tía Adela: "la higiene personal de la comunidad mejoró mucho".

El tío Ricardo, no obstante, no es afrancesado como su hermano, él traduce la cantinela consabida (Liberté, Egalité, Fraternité) por la siguiente: "Banalité, rapacité et brutalité". (Pág. 97).

Como ya hemos dicho, los ingleses no salen mejor parados. La llegada de las tropas de Sir John Moore procedentes de Portugal, será celebrada por los salmantinos por todo lo alto, pero en breve el carácter británico se mostrará en toda su frigidez, enajenándoles el cariño de los españoles. Como dijo un pordiosero agarabatado, al paso de las tropas británicas capitaneadas por Moore: A este tío estirao, le importamos un bledo. Y así quedará demostrado, cuando ante el retorno de los franceses, las tropas de Moore dejen nuevamente desguarnecida la ciudad a la rapiña enemiga, atendiendo siempre a sus intereses directos. Por lo demás la tropa inglesa estaba trufada de maricones, según se deduce.

La novela está sembrada de personajes increíbles, que prefiguran bastante el mundo onírico y magicista de La piel del tiempo. Así esa Merceditas, una dama entrada en años que se dedica, día tras día, a plasmar a la acuarela la portada de la universidad "que venía copiando aquellas piedras milagrosas desde que un día en su juventud, buscando motivos para sus acuarelas, descubrió su perfección ornamental y la esplendorosa maravilla de su luz, que en vano trató de conseguir con sus pinceles".

Los oficiales ingleses, alucinados, comparaban su arte con el de Thomas Girtin y trataban de comprarle su obra, pero ella nunca lo permitió. Ya muy anciana, con la vista perdida e imposibilitada de acudir ante la fachada, Merceditas continuará pintando de memoria, haciendo acuarelas cada vez más confusas, puras manchas de color: inventa el impresionismo. Finalmente, a medida que avanza el Alzheimer, tenderá hacia Malevitch y su Blanco sobre Blanco ...

El joven protagonista, ante el desencadenamiento generalizado de la guerra no duda en unirse a la partida de Julián Sánchez (personaje histórico, conocido como "El Charro" en honor del cual se cantaron coplas, de las que recoge algunas. Terminó incorporándose al ejército inglés y no se sabe dónde murió. Comenzó a luchar por vengar la violación de su hermana y la muerte de sus padres por los franceses).

A su padre no le corre buen pelo, como es lógico, dado su afrancesamiento y su sumisión al ejército galo cuando vuelve a la ciudad. De momento los salmantinos acuden en tropel a su casa y se lo llevan para fusilarle. Vuelven luego y saquean la casa, haciendo una hoguera con sus libros Asistimos así a un inevitable "donoso escrutinio", donde aparecen Voltaire, Dalembert, Rousseau, Diderot, etc, pero acompañados, inopinadamente por Tomás de Aquino.

La escena de la vigilia entre padre e hijo (imposible salvarle) es digna de lo mejor de la literatura contemporánea y patentiza –pese a todo– una incomunicación de fondo. El padre, anulado por la madre que le humilla sistemáticamente, se ha refugiado en una utopía enciclopedista que poco o nada tiene que ver con el mundo real del poblachón leonés donde vive.

Su infierno había estado alfombrado por "la falta de ternura de su mujer, lo que le había añadido otra soledad a sus muchas soledades y frustraciones de niño grande, herido tempranamente por el desencanto y expulsado tempranamente del Paraíso, habitante de un país que no era el suyo, lector de libros que nadie leía a su alrededor y expuesto a la agresión de un mundo que nunca llegó a entender, del que nunca supo defenderse y que ahora se disponía a liquidarlo, como el final inevitable de un mal entendimiento mutuo, en un ajuste de cuentas que se había diferido demasiado tiempo".

Dice el narrador, albacea de los últimos latires de su progenitor: "Las palabras de mi padre tenían la decepción acumulada de toda la historia de la humanidad". Y ello porque, pese a toda su fe en los franceses, ni a él se le podía ocultar su brutalidad y zafiedad ni la crónica de los excesos que habían cometido. Quedaba así a la intemperie, entre dos campos, la peor suerte, la del apátrida, la del que a nada pertenece.

Sus últimas palabras fueron: "Cuida de tu hermana" (Manuela, también afrancesada y de quien el protagonista estaba profundamente enamorado) y, después, "No pierdas la costumbre de la ternura".

Durante la ocupación de Ney el clero salmantino se negó a contribuir al mantenimiento de los invasores. Para coaccionarles se les encerró en la biblioteca de la universidad. "Durante los días de encierro, rodeados de libros, de los que no abrieron ni uno solo, estuvieron a punto de quemar la biblioteca, preocupados solamente del frío.."..

Manuela, la hermana, el amor incestuoso del protagonista (que finalmente, cuando todo haya pasado, se cumplirá, en una tórrida escena), es un personaje aparte, interesante por sí sola. Recuerda un poco al hijo de Taras Bulba, en la novela de Gogol, enamorado de una polaca y que acaba ajusticiado por su propio padre.

"Pero mis dudas y mis temores alentaron la agresividad de mi hermana y nos amamos con la insensata precipitación de una despedida Yo sabía que aquello no podía repetirse, entre los restos larvados y tenaces de nuestro ascetismo cristiano, con una cierta aura de pecado mortal, la experiencia acumulada de mis aprendizajes de amante y la brava locura de mi hermana, entregada a aquella impaciente destrucción del incesto...".

En la última ocupación francesa visita Salamanca el rey José (Pepe Botella). Nadie quiere acudir a recibirle, el pueblo, hosco, se resiste a las presiones de los notables y de los franceses. Finalmente a alguien se le ocurre sacar a los majaras de la Casa de Dementes y constituir con ellos la bienvenida real. "Estos salmantinos –comentaría el rey a su vuelta a Madrid– parece que están todos locos".

Los dos hermanos, ya amantes, suben al campanil de la Catedral Nueva y desde allí miran la ciudad a sus pies. En un momento determinado Manuela se dejará caer de la torre...
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