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Pastoral Americana
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por Juan Carlos Eizaguirre
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Philip Roth es, según mi opinión, el mejor escritor americano en la actualidad; y lo mismo habría que decir de la segunda mitad del siglo XX. Con sus 75 años sigue escribiendo lúcidamente, y ha sido elegido por la famosísima “Editorial Americana”, para publicar todas sus obras, distinción que obtienen pocos escritores cada siglo. Está previsto hacerlo en el 2013, cuando cuente (si vive) con 80 años.
Pero la obra que ahora nos ocupa fue escrita en 1998 y obtuvo el Premio Pulitzer de ese año. Aprovecho para decir que el Pulitzer fue uno entre muchos galardones; entre los cuales destacan la medalla de oro de las Letras, de La Casa Blanca; y la medalla de oro de la Academia de las Letras de América. Esto, por decir los más recientes… En fin, no quiero extenderme más. Vayamos a ver PASTORAL AMERICANA.
Estamos ante una novela costumbrista y de análisis social escrita para americanos. En ella el autor intenta reflejar (y lo consigue) los sobresaltos y momentos de angustia que ha padecido el norteamericano medio a lo largo de la mitad del siglo XX. No me refiero a las secuelas de la Segunda Guerra Mundial o a la Guerra Fría, sino a problemas internos, tales como las repercusiones de la Guerra de Vietnam, el movimiento “jipi”, los asesinatos de los Kennedy, la violencia racial, cuya culminación fue el asesinato de Martin Luther King…
Todo esto no surgió de improviso; estaba larvadamente escondido en los entresijos de la generación anterior, que no supo encauzar el éxito y el progreso, con el debido orden social. Así, Philip traza un cuadro incisivo y cruel de la progresiva decadencia de esa sociedad de los cincuenta. Y resulta curioso, porque se trata de una generación trabajadora, tolerante y bienintencionada; pero quizá en exceso, lo que hizo que en los sesenta se produjese un efecto rebote, y se despreciara todo eso, por parte de los hijos (a quienes dieron todo, al menos en lo material). El mundo confortable y sólido que sus padres habían edificado, se desmorona en los años sesenta, tan rápida como inexplicablemente.
Para terminar, hago mención del uso esteriotipado de sus personajes, pues a este estadounidense de origen judío, lo que le importa es el retrato social, con una inmensa galería de personajes, que maneja con maestría y fluidez, con un estilo crudo y directo. Hay un pero: es demasiado exhaustivo: casi estamos ante una novela coral. Y en la que, además, el autor no se “moja” ofreciendo opiniones personales definidas.
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