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Ana Von Rebeur
 por Bibiana Ripol

portada Rebeur
¿Calificarías el embarazo como la mejor época de tu vida?
El embarazo es una época mágica, en la que brillas como una estrella de Hollywood. Primero te sientes como la chica de El Exorcista, vomitando por todas las paredes; luego te sientes como el protagonista de Alien, con un ser desconocido que se te retuerce adentro y aún no sabes por dónde saldrá; finalmente te siente como la tía Petunia de la tercer película de Harry Potter, inflada como un globo a punto de salir volando en cualquier momento.


¿Qué reacciones despierta una embarazada?
Todo el mundo quiere tocarte la tripa, te sientes como una mezcla entre Nicole Kidman y Penélope Cruz.


El parto ya debe ser el colmo.
En pleno parto eres una especie de Terminator que todo lo puede: arrancas cortinas, pateas el suero, le ruges a las enfermeras, muerdes a tu marido... y sacas al niño, y te sientes como si te sacasen un piano por la oreja.


Después del parto, ¿se acabó la agonía?
Como pierdes 10 kilos en una hora, te sientes tan delgada de golpe como una modelo de pasarela: una mezcla de Inés Sastre, Esther Cañadas y Kate Moss. Por eso el embarazo es una experiencia altamente recomendable en la que una se siente plena, poderosa e importante como nunca. No sé si se siente así porque será madre o porque mide un metro y medio de circunferencia.


¿Qué opinas de las madres que por miedo al dolor del parto optan por una cesárea aunque no sea necesaria?
Que se pierden un momento increíble y un recuerdo para siempre. El parto es un esfuerzo, pero hay esfuerzos que valen la pena. ¿O acaso le dirías a alguien: «Sube esa montaña por mi»? Además, está científicamente comprobado que al niño ese esfuerzo por salir por el canal de parto lo fortalece y lo prepara para esfuerzos mayores en la vida. Si los médicos no metieran la mano en el parto, más que cuando hay complicaciones severas, parir un bebé seria tan fácil como una gata que pare sus gatitos: El bebé sale dentro de una bolsa llena de agua que abre el canal de parto por presión hidráulica. Tu estás sentada y el bebé cae por su propio peso como una manzana ( más bien una sandía) madura. Como el proceso es paulatino, se abre la vulva sin necesidad de episiotomía. Y si hay un desgarro, seguirá el camino de las fibras musculares y cicatrizará sin dolor, mucho más fácilmente que un corte de bisturí. La cesárea te deja una cicatriz externa y –lo que es peor– otra interna. No es cierto aquello que «una vez cesárea, siempre cesárea», pero lo que sí es verdad es que la cicatriz de la cesárea hace que el útero pierda elasticidad. Pero lo peor de la cesárea es que tienes a tu hijo dormido, despiertas deprimida y dolorida, y nunca te crees que es tuyo.


Te noto muy dura con los médicos.
Ningún medico accede a que tengas a tu bebé en cuclillas, o en cuatro patas. Debes pelear con ellos en la sala de partos. O mejor aún, si todo viene bien, tenlo en tu propia casa. Los médicos quieren cesárea porque cobran más dinero que en un parto normal. Pero planear tu parto a gusto es algo que te corresponde por derecho. El parto no es algo raro. Es tan natural como un estornudo. ¿Acaso tú estornudas cómo quieren los médicos? Oye, no tendrás cientos de partos en tu vida. Tal vez tengas solo uno. Que sea a tu modo. El natural es el mejor. Te lo dice una madre que ha pasado por el Parto–Mazmorra Estilo Inquisición, y por el parto estilo “El parto es mío: ¡Hágase a un lado, doctor!”.


Ante el gran marketing que hay entorno al nacimiento de un bebé, ¿qué objetos que se venden como indispensables te parecen totalmente inútiles?
¡Hay muchísimos! Algunos ejemplos :
-Comunicador a distancia: Cuando un niño llora, lo escuchan hasta en Túnez. No necesitas altoparlante, salvo que quieras que lo escuchen también en Cuba, lo que te traerá problemas porque bastante tienen con Fidel. Los intercomunicadores electrónicos confunden a los padres, que creen que un ronquido es El Loco de la Sierra que ha entrado por la ventana, creen que un pedito infantil es otro coche bomba y que la respiración de la criatura es un tsunami.
-Cuna con barrotes: Si no traban la cabeza entre los barrotes, trepan por encima para salir. Una estupidez, ningún niño está más seguro enjaulado.
-Escarpines: Los pies de un bebe están siempre calientes, además son su manera de tocar el mundo. Por eso, si se los pones, se ponen nerviosos, y si se los quitas, se alegran. Por eso siempre se pierden: pequeño como es, un bebé de un mes es capaz de quitárselos para que no le molesten.
-Andador: Apenas te voltees para hacerte un té, el bebé que no podía ni levantar la cabeza está corriendo al perro. Un andador es absurdo: ellos saben como ingeniárselas para andar solos. No hay dos bebes que se desplacen del mismo modo. Algunos, por cierto, son muy originales. Mi sobrino no gateaba: rodaba. Mi hijo, en cambio, no rodaba: aullaba.
-Biberón: Del pecho hay que pasar al vaso. Usar biberón es conservarlo en estado de bebote de juguete.
-Termómetro digital: Cualquier madre sabe al instante si su hijo tiene fiebre o no. Lo tocas y quema. Además, le brillan los ojos, tiene las mejillas como tomates y balbucea más incoherencias que de costumbre. ¿Que diferencia hay entre 38 y 42? ¡Le das antifebriles, baños fríos, paños fríos y ya, mientras sufres como una condenada! Cuando transpira, ya pasó todo. Después de todo, el termómetro es algo que nunca hallas cuando lo precisas.
-Plato térmico: Los niños no comen comida ardiendo. Siempre la tienes que soplar ¿ cual es sentido de mantener caliente algo que quieras que se enfríe? Otra gilipollez para que gastes dinero inútilmente.


Y, ¿qué objetos aún no inventados consideras que son indispensables?
En vez de carros con capota de plástico- que indican precozmente al bebé que llegó a un mundo plástico- , debería haber carros de doble tracción y dirección hidráulica con paraguas adosado para la madre, para cuando llueve. En vez de catres y bateas para baños, deberían existir limpia–bebés en aerosol. En vez de monos baberos con puntillas, lo que precisan los niños son receptáculos plásticos que recolecten la baba, el puré de espinaca y las vitaminas escupidas que salgan de su boca. En vez de vender moisés sin estabilidad –donde un bebé de dos meses no entra ni doblado en cuatro– alguien debería vender cunas mecedoras electrónicas activadas por el llanto. Creo que se han vendido por un tiempo, pero no han tenido éxito pues las madres se sentían desplazadas, y niñas y varones crecían demasiado afectos a los vibradores y las muñecas inflables.


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¿Hay algún truquillo para que un bebé no sienta esa atracción fatídica por los enchufes?
Sí no logras mostrarle algo impactante, que los distraiga del sitio de riesgo –como “¡Mira, humo negro, mamá acaba de quemar todo el guiso de arroz!”– tendrás que usar algo de imaginación y decirles: "¡Mira , un enorme tiranosaurio verde se ha posado en nuestra ventana". Para cuando descubra que has mentido, podrá entretenerse observando la densa columna de humo negro que invade la casa desde la cocina.


En el libro hablas de diferentes tipos de madre: la sacrificada, gritona, culpógena, hippy, nutricia... ¿con cual de ellas te identificas?
Por el estado general en que se encuentra mi casa, debo ser una madre juguetona, esa que no duda en darles masa de harina a los niños para que se diviertan pegándola en los almohadones o témpera espesa para que pinten con los dedos las cortinas. He sido de esas que olvida preparar la cena por terminar un rompecabezas gigante. En casa he hecho de perro, soldado, caballo, mula, buey, reina, enemigo, cocodrilo, tiburón y dragón... pero todo eso es pan comido comparado con el papel de madre. El único problema de ser del tipo juguetón es que a veces tus hijos no te toman en serio, saltan en tu cama cuando quieres dormir, y cuando son adolescentes siguen creyendo que pueden jugar con barro en la sala o pintar las paredes con mayonesa.


¿Qué es el síndrome de la langosta?
Alrededor de los doce años y medio, los chicos entran en duelo por su infancia perdida. Ya no son preciosuras de cachetes sonrosados, sino individuos muy altos de bigote mal crecido, pelo sucio y acné. Tu también sufres el duelo de perder a tu pequeño y ellos sufren el duelo de haber perdido una madre que los mire arrobada, a cambio de dos padres que le observan con asco y le dicen: "¿Sigues sin bañarte?". ¡Tres duelos en uno, como para que no estén raros! La psicoanalista francesa Françoise Dolto llamó a esta etapa la del Síndrome de la Langosta, porque por fuera parece que fueran durísimos y que nada les llega, pero por dentro son blanditos y sensibles como lo eran a los seis años. Para afirmar su personalidad y diferenciarse de los padres, no se les ocurre mejor manera que marcar que atacar a los padres a mansalva. Y para eso –lamento comunicarlo– necesitan padres fuertes a quienes usar de punching ball. Nos van a pelotear todo el día a ver si resistimos. La consigna para sacarlos buenos es resistir los pelotazos, no lograr que nos desmoronen ni que hagan agujeros en el alma. La adolescencia tiene su aspecto bueno: los hijos se vuelven tan inmanejables, que te empiezas a llevar maravillosamente bien con tu marido, aunque sea para tener un aliado con quien enfrentar esta delicada etapa de chicos duros por fuera, pero por dentro tan tiernitos como cuando tenían tres años.


¿Qué recomiendas a una madre primeriza ante una suegra sabelotodo?
Le dices: "Es lo que me recomendó el pediatra". O llamas a tu propia madre, y que se refuten una a la otra blandiendo sus teorías antediluvianas.


¿Cómo puede vencer una madre con complejo de culpabilidad su angustia?
Sabiendo que estás haciendo lo mejor que sabes y puedes. Eso es lo importante, junto con saber escuchar a los niños. Si les tienes suficiente paciencia como para perdonarlos una y otra vez y pasar media vida explicando otra vez las mismas cosas... ¿por qué no te tendrías paciencia a ti? Los niños te dan mil oportunidades de hacer las cosa mejor. Y, como ellos, tú también tienes derecho a equivocarte.


Si tuvieses otro bebé, ¿qué cambiarías en tu forma de actuar?
Lo dejaría llorar mucho más, para que aprenda a lidiar con sus frustraciones y que sepa que llorando no se logra nada. Le buscaría menos diversiones, para que sepa que estar aburrido no es malo, sino que ayuda a pensar y buscar él mismo que le entretenga. Le compraría menos juguetes, para que juegue con su imaginación, no con el Ultra–Rocket–Man que lanza rayos y sonidos, o la Barbie Parlante, que a ti te frustran porque te han costado carísimos, y a ellos les frustra pues al rato no le sirven para nada. Le pondría más límites y le diría más NO, para que sepa cómo rebuscárselas ante los obstáculos de la vida. Comprometería al padre a tomar parte activa de la crianza, a su modo (claro, no le saldrá tan bien como a ti, ¡pero podrás darte el ansiado baño al fin!... o continuar con tus estudios). Le explicaría que colaborar es divertido, para que supere su egoísmo natural. En suma, sería una madre mucho menos ideal que lo que he sido, pero mucho mejor madre en conjunto.


Una regla de oro para una madre primeriza.
No te desesperes ni quieras hacer todo, la casa puede esperar. Exige que tu marido colabore, cocina comida congelada. Duerme cuando el crío duerme, o te caerás a pedazos en poco tiempo. Sal de paseo: eso mejora el humor de los dos. Busca qué cosas le divierten a tu hijo tanto como a ti, y háganlas juntos: ¿hacer una pizza? ¿Arreglar el jardín? ¿tomar sol en la plaza?
Reglas para más tarde: Escúchalos el doble de los que les hablas. Por dar consejos y explicaciones toda la vida, muchas nos perdemos todo lo que ellos tienen para decirnos. Deja que se expresen libremente. No los juzgues, burles, ni censures. Acéptalos como son (distintos a una, por suerte). Son seres sensibles y se ofenden fácilmente. Un niño ofendido no volverá a hablar y te pierdes de que se abra a ti, de modo que puedas ayudarlo. ¿ Y para qué está una madre si no es para ayudarlos a crecer, volar del nido y algún día volver a ti no sólo para que le laves la ropa, sino porque tiene ganas de conversar contigo? Sé dulce y paciente: ellos serán quienes elijan tu geriátrico.






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