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| Trafalgar
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| por Irene Rodríguez Aseijas
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Soy un caso raro. Con alguna excepción notable, nunca me han apasionado los clásicos. En general prefiero el lenguaje directo y los personajes bregados de la novela del siglo XX, a la parafernalia decimonónica, a pesar de que en ella radique el origen y la esencia de la propia Literatura con mayúsculas. Quizá por eso no esperaba apasionarme por una novela como TRAFALGAR (inicio de los Episodios Nacionales y buque insignia de Benito Pérez Galdós, un autor al que había abandonado desde el colegio). Quizá por eso siento que estoy en parte en deuda con el autor y con los posibles futuros lectores que se adentren en el disfrute de esta novela. Quizá por eso, o no.
Desde su inicio, en la voz de su protagonista, un huérfano gaditano llamado Gabriel de Araceli (emparentado con muchos otros zagales claves de la Literatura Española e igualmente certero y convincente), TRAFALGAR nos arrastra a una aventura tan apasionantemente bien narrada que resulta difícil no dejarse arrastrar por ella. Un viaje en el que cada página despierta el deseo ferviente (casi infantil) de seguir leyendo, aunque conozcamos de antemano el final del relato y no esperemos un desenlace más complejo o benévolo que el de la propia Historia.
Como aperitivo y enganche con la narración, somos testigos en primera persona, de la atribulada vida del joven Gabriel. Así asistimos a su transformación de niño a muchacho, pasamos por los años de su infancia de pillo vagabundo en la Caleta gaditana, vivimos la temprana muerte de su madre, la rudeza cruel de su único tío y su reformatoria estancia con sus amos (la recia y tierna doña Francisca, el fantasioso y patriota capitán Don Alonso y su contramaestre Marcial, que a pesar de sus años, el uno y su desecho físico, el otro mantienen fuerzas y coraje para volver a enrolarse en batalla). Somos testigos de su primer amor no correspondido, y sobre todo presenciamos la primera gran aventura de su vida, que es también un capítulo clave en la propia historia de España.
Como si de una obra de Stevenson se tratara, Galdós nos lleva de la mano y consigue impregnarnos de olores y paisaje, costumbres y miserias, peripecias y batallas, en un friso tan elegante y complejo que parece tomar vida y recrearse a cada página. Sus personajes, desde don Alonso Gutiérrez de Cisniega a doña Francisca, Rosita o Marcial (el medio-hombre) están construidos de modo tan magistral que parecen cobrar vida y cada uno a su modo consigue encarnar el crisol de nuestro propio carácter, sobreponiendo el tópico y representándose ante nuestras narices como ejemplos vivos y vigentes de lo que es, y ha sido, España.
Pero si hay algo que conmueve y atrapa en TRAFALGAR es la propia batalla. Encaramados en la cubierta del Santísima Trinidad, con su majestuosidad titánica, su decadencia en ciernes (como nuestro propio Imperio) su empuje y su desgracia, asistimos en primera línea a uno de los episodios más determinantes de nuestra historia. Y mientras escuchamos de fondo el estruendo de los cañones y observamos estupefactos la sangre manando de los marineros, nos sentimos, doscientos años después, presentes en el mismo escenario. Atrapados en las hábiles maniobras de los británicos, congelados e indefensos ante la fragilidad de la patria, el sinsentido de la guerra y los avatares del propio destino.
En definitiva, TRAFALGAR es historia de España, pero no una historia embalsamada y académica, sino un pedazo vivo, fresco, vigente y apasionante. Literatura de primera clase, novelescamente engarzada con lo que fuimos. Un libro que, por mil razones, nadie debería perderse. |
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