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Queda La Música
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por Pilar Romano
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Cuando él descubre que tiene algo que decir y que puede decirlo de un modo único y bello, ya es de los otros, de nosotros. Luego escribe, o deja que sus dedos escriban, como él dice. Entonces los otros -nosotros- entramos a su texto y sentimos, vemos, olemos casi y, creo que a veces, danzamos; al menos a mí me pasa, porque cuando escribe, René logra también que sus dedos tensen una cuerda que me deja pulsar.
Y llega la música. Y queda la música.
Este libro es casi un ritual con voz profunda, cópula y latido que rompe los cristales del entendimiento y cautiva. René logra una forma literaria que envuelve un casi desafío a la teoría de los géneros y le permite, con dos personajes, expresar los oscuros dilemas del amor y el desamor, de la pasión que consume, de la esperanza y la desesperación, del encuentro y el abandono. Hay un hombre y una mujer que sufren y gozan entre las palabras que escriben los dedos del autor, y lo cuentan visceralmente, en un ámbito en el cual el tiempo se precipita, desordenadamente creo, entablándose una extraña pero inevitable relación entre ambos personajes y de éstos con los sujetos reales, es decir el autor y nosotros, los lectores.
Creo que todo narrador, al comenzar cada obra, hace algo así como invitar a sus ideas o quizá a sus anotaciones o apuntes, como a jóvenes solteras, a iniciar el baile. Entonces necesita oír música. ¿De dónde le llegó a René esta música, que se vuelve perdurable? Se la escucha en la extensión de las frases, en el ritmo de la escritura, en los ardides de su lenguaje:..."y tras ella alzo mis torres, pedaleando hacia su azul";..." el beso, el que me dejaste envuelto en un vuelito de tul"; "Me gustaría que sembraras y cultivaras en mis entrañas el trigo maduro, durazno, carambola..."; "hay una seda anclada en los baldíos de mis dedos".
Un monólogo a dos voces o una delirante multitud de voces que se entremezclan, como el principio y el fin de la palabra y el silencio. Las palabras de Florentino y Fermina se contonean, se hamacan o se estremecen, modelando pequeñas historias en cada rincón del libro y en algún momento se unen para perfilar la historia de ambos. Y algo más que su historia, si es que ello puede admitirse en la expresión narrativa, porque por la originalidad de la estructura, de la forma y el lenguaje, René Rodríguez Soriano nos transmite no solamente la voz de los personajes, sino que podría decirse que nos deja tocar los cuerpos y sus ardores, nos conduce por recodos oscuros, y a veces luminosos, de la memoria de estos seres que aman y alternan sus voces. Sin duda, René llega al desorden cautivante y al vértigo porque conoce muy bien la transparencia. No hay otra forma.
Esta obra atrapa, entre otras cosas, porque nos muestra una frontera movediza entre la realidad y el ensueño, entre el deseo y el temor, entre el recuerdo y la divagación, con pasajes sutiles de uno a otro plano. También hay que mencionar los epígrafes, felizmente transcriptos al inicio de cada capítulo, sabiamente seleccionados, que actúan como fogonazos en este juego literario.
Queda la música es una obra que genera muchos y distintos adjetivos y exhibe innegables méritos. Yo rescato, entre ellos, la indomable voluntad de ser René Rodríguez Soriano.
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