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portada Nadie Escucha
Ficha del Libro:

Título: Nadie Escucha    comprar
Autor: Julio Llamazares
Editorial: Alfaguara
I.S.B.N.-10: 8420481807
I.S.B.N.-13: 9788420481807
Nº P´gs: 232


Nadie Escucha
por Antonio Ruiz Vega

  Publicado en 1995, "Nadie Escucha" es un volumen recopilatorio de columnas periodísticas, reportajes y entrevistas realizados en los años anteriores por Julio Llamazares. Sirven bastante para conocer las opiniones de este autor leones, que como columnista y reportero no brilla tan alto como lo hace en la novela, pero que mantiene en todo caso un nivel digno.

Nuestro hombre es bastante pesimista, como puede colegirse del tono de su obra. Explica en el prólogo que en nuestra civilización "nadie escucha", que hay demasiado ruido. "En un país en el que nadie lee y en un tiempo, como éste, en el que nadie escucha, seguramente el silencio es la única postura inteligente y todo lo demás vanas palabras condenadas, como todas, a convertirse en ruido".

Lo que menos interesa de estas colaboraciones periodísticas es, evidentemente, lo circunstancial, lo episódico, donde Llamazares es escasamente original y se mueve en las coordenadas habituales del anticlericalismo, el antinorteamericanismo, etc., dentro de la senda bastante trillada de los progresisamente políticamente correcto, aunque con alguna originalidad que le salva.

En "Factores de corrección" (Pág 45), con la excusa de hablar del Baloncesto León, rompe una lanza (que no quiere localista) por provincias como la suya natal, ninguneadas por todos los poderes (incluido el autonómico), lo que le sorprende doblemente que se produzca en unos años en los que se suponía que el estado de las autonomías iba precisamente a corregir estos desequilibrios. Los factores de corrección aplicados no han sido a favor de los más pobres o atrasados sino, curiosamente, de los más ricos y adelantados, lo que le encocora.

En "Vista (Parcial), de Cangas de Narcea" (un juego dialéctico, pues el el pie que un amigo suyo ha puesto a una panorámica de Manhattan, en un bar de su propiedad) y con el pretexto de hablar de lo cosmopolita y lo provinciano, hace una verdadera confesión de autor, bastante interesante. Se defiende de las acusaciones que a lo largo de su vida literaria le han hecho. A saber: localista, rural, provinciano, ecologista, mesetario y hasta lírico. Su defensa viene a ser esta: "que el escritor no elige los temas, sino que los temas le eligen a él (en función, entre otras cosas, de su vida); que, en novela, lo de menos es el qué (el argumento) y lo de más el cómo (el estilo); que ni el hábito hace al monje ni la apariencia al que escribe (ya saben: aunque el escritor se vista de seda, etcétera); que, aunque algunos de mis libros (no todos) se desarrollen en escenarios rurales (cosa también discutible), mi concepción del mundo es urbana aunque sea solamente por haber vivido en ciudades las dos terceras partes de mi vida (aparte de que no entiendo por qué habría de despreciarse lo rural, y menos en un país como España en el que la mitad de su población sigue viviendo en ese mundo); que el valor universal de una novela se lo da su calidad y no el lugar en que ocurre; que provinciano es el de las provincias, y yo lo soy, en efecto, pero no entiendo qué tiene que ver el lugar de nacimiento o residencia con la calidad de un libro; que no se es ecologista por sacar árboles en los libros, y ponerle su nombre a cada uno (lo primero, en todo caso, será exigencia del texto, y lo segundo vocabulario, pero nunca ecología); que la meseta la conocí en Madrid (mi tierra, como mis libros, está llena de montañas) y que lo lírico, en fin, más que ofenderme, me enorgullece, entre otras cosas porque la poesía es la quintaesencia de la literatura". (Bueno, ¿está claro?).

"Hubo un tiempo, sin embargo, en el que lo provinciano era, precisamente, la admiración de lo ajeno y el desprecio de lo propio y no, como pasa ahora, el respeto y la pasión por ambos mundos. Ahora, para no ser provinciano, para no ser localista y llevar boina, hay que hacer exactamente lo contrario situar las novelas en Chicago o Nueva York (aunque uno no conozca estas ciudades), pero jamás en su pueblo, aunque, a través de él, esté dando una visión de todo el mundo. Del mismo modo que, para ser considerado universal, lo de menos es escribir bien, ni tener una visión propia, que es lo que siempre se les ha pedido a los novelistas, sino que sus historias sean exóticas y sus personajes viajen mucho, a ser posible por países y ciudades en los que el lector ni el autor hayan estado nunca".

La verdad es que el mejor Llamazares es el ruralista, y eso pasa incluso en este libro misceláneo donde al lado de artículos perfectamente prescindibles los hay geniales y sentidos como el dedicado al semidespoblado de Foncebadón, en el Cebrero, donde una mujer se enfrentó al obispado y a la Guardia Civil por un quítame allá unas campanas. También notable es "Parque Jurásico" donde tras una transcripción de despropósitos tomados literalmente de los medios de comunicación termina por preguntarse "¿Quién soy yo?¿Qué hago aquí?". A celebrar, también, "La España menguante" donde, a propósito de un modesto restaurante situado a caballo de León y Asturias vuelve a interrogarse por el declive de la España rural, ejemplificado en este figón, en una zona donde el estado brilla por su ausencia, ayuna de toda infraestructura, pero donde sí llega la avaricia fiscal, o el covachuelismo administrativo para acabar de joderlo todo...

"Verdades como puños" (Pág 119) es la escueta enumeración de tópicos cuyo fondo no puede ser más falaz (incluye este: "Castilla y León es una región"), es tan elocuente que no necesita añadir ni una palabra suya.

Los reportajes son bastante buenos e incluso interesantes. Por ejemplo "La catedral perdida", relativo a la de Roda de Isábena, en el pirineo de Huesca, que fuera asaltada, entre otros, por Erik el Belga y que ha sido trabajosamente restaurada por el párroco, señor Lecinyana, quien no duda en ponerse el mono y tirar de paleta y hormigonera, ejercicio recomendable –que he practicado– y que sirve, entre otras cosas, para desenmascarar los secretos de la mafia más dañina que ha existido sobre la capa del cielo: la de albañiles y constructores.

Entrañable también la crónica sobre el ocaso del cabaret maño "El Oasis". Esta faceta de Llamazares se desarrolla más airosamente en el reportaje largo que en la columna de opinión. Buena muestra de esto es, por ejemplo, "El Hullero: la muerte de un dinosaurio", sobre este tren de vía estrecha que recorría prácticamente todo el norte de España. En el apartado de viajes, recorre con cariño seis rutas por el País Vasco, o hace la reivindicación de la ciudad de León, a la que llama, quizá algo tópicamente "La bella desconocida" (lo mismo dijo algún lumbrera de Soria). El libro concluye con la entrevista a Bernardo Gonzalo, de profesión mendigo, que no es un prodigio de coherencia precisamente y que, para terminar, afirma lo siguiente:

"– El dinero te quita libertad, de cinco sistemas, en cuatro. El dinero te quita libertad de movimientos, te quita libertad de mirada, libertad de sistema y libertad personal.

– ¿Y cuál es el que no quita? ¿Qué es lo único bueno que tiene el dinero?

– Lo único bueno que tiene el dinero es que no te falta de nada".

Y es que esto de los filósofos caseros, de arrabal o del arroyo, suele ser así de penoso.
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1 - Luna De Lobos

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