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Luna De Lobos
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por Antonio Ruiz Vega
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"Luna de Lobos" fue llevada al cine en los ochenta, se rodó en las montañas leonesas y muchos de sus ambientes, como el del Café Moderno, se filmaron en el pueblo de Riaño, ya en trance de desaparición. En diciembre de 1986, recién filmada la película (la novela se publicó en 1985), estuve en Riaño y me mostraron los interiores del café, ya en ruinas, semidestruido, pues le tocó ser de los primeros edificios que cayeron, y todavía se respiraba el ambiente del film. Recuerdo que me hubiera gustado llevarme algún recuerdo –nada más fácil– pero que el viaje, bastante azaroso, lo había hecho desde Palencia, en auto-stop, y no podía transportar nada aparte de mi modesto equipaje de entonces. Luego vi la película, mucho después, protagonizada, entre otros, por Resines y Kitty Manver, y recuperé algo de la memoria de aquellos días. La película es bastante fiel a la novela, muy visual ya de por sí, bastante etérea, como la poesía y hasta la prosa de Llamazares.
"Luna De Lobos" consta de cuatro partes fechadas en años sucesivos (1937, 1939, 1943, 1946) y recoge los avatares de una minúscula partida de maquis asturleoneses cuya tragedia comienza con la caída del frente asturiano y su regreso a León, al abrigo de lo que eran sus pueblos de origen. Al pasar los años lo que comenzó como resistencia armada va decayendo en mera supervivencia, en un sálvese quien pueda que termina como el rosario de la Aurora, a medida que se producen las caídas en combate, las deserciones, las hambrunas, las enfermedades...
Es una historia de una desolación hiperbólica, sin esperanza, en un paisaje –el de la Montaña Leonesa– ya de por sí triste y decadente como pocos, que tan bien conoce Llamazares por ser el de su infancia (Vegamián, 1955). En este contexto la partida guerrillera subsiste como puede, recurriendo de vez en cuando a la ayuda de familiares y amigos, cada vez más difícil por el cerco de la Guardia Civil, que a menudo paga su impotencia en capturarlos sometiendo a sus familiares a palizas o persecuciones.
A veces tienen que "decomisar" un cordero a algún pastor, y si pueden se lo pagan, como hace en una ocasión el protagonista gracias al dinero que su padre le entrega en una de sus visitas al pueblo. Otras veces el propio pastor se lo regala, de su parte, prefiriendo la pérdida a tener que denunciarlos a la Guardia Civil, ante el temor de exhaustivos interrogatorios o acusaciones de colaborar con la guerrilla.
Hay episodios álgidos, como el secuestro de un empresario, con cuyo importe esperan sufragar su huída a Francia (nada menos que 150.000 pts. de la época), pero que termina mal, acudiendo a la cita un coche de guardias civiles, uno de los cuales se ha disfrazado de la mujer del empresario. Hay un tiroteo en el que mueren todos los civiles, luego ejecutan al empresario.
En otra ocasión asaltan el renqueante coche de línea entre León y Ferreras, robando a los pudientes y perdonando (disimuladamente, para que luego no puedan ser acusados de haber sido favorecidos) a los que ven con menos posibles. O el asalto a una cantina-colmado, donde se les enfrenta un secretario falangista al que no tienen más remedio que ejecutar.
Fuerte es el episodio de la muerte del padre del protagonista o narrador (Ángel Suárez), que tiene que ingeniárselas para acudir a la casa paterna donde, evidentemente, la guardia civil le espera.
O la ejecución-venganza del cura don Manuel, párroco de La Llávana, quien entregó a la Guardia Civil al hermano de Ramiro, uno de los maquis, cuando este quiso refugiarse al sagrado del templo.
Finalmente Ángel regresa a La Llera, a su pueblo natal, para ver morir a su padre y tiene una última entrevista con Lina, su mujer, que hasta entonces le ha sido siempre fiel. Esta entrevista, dura, marca un hito ya inamovible, él se nota cada vez más como fuera de todo juego, como un alma en pena, percibe que sólo causa dolor a quienes le quieren (sus familiares no dejan de achacarle la muerte de su propio padre). Tina le comenta que en el pueblo todos dice que porqué no se bebe una botella de coñac y se pega un tiro. "Diles que no soy un perro", le contesta Ángel, pero así es como se siente, precisamente. Poco después su hermana, Juana, le repite varias veces que tiene que marcharse:
"Tienes que marchar de aquí, Ángel. Esta tierra no tiene perdón. Esta tierra está maldita para ti".
Y Ángel marcha, en tren, en un último viaje que ha de ser "hacia el olvido o hacia la muerte".
Las últimas frases son:
"Sólo oigo el rumor negro y frío del tren que me arrastra. Sólo hay nieve dentro y fuera de mis ojos".
En "Luna De Lobos", lo mismo que en su siguiente novela "La Lluvia Amarilla", el tono poético es innegable (para bien), y basta abrir cualquier página al azar para percatarse de este lenguaje de altura, que se hace patente sobre todo en las morosas descripciones de ambientes y paisajes.
"Luna De Lobos", no pese sino gracias a ese carácter fragmentario y episódico es una novela atípica, escenas (otro de sus libros, años después, se llamará "Escenas De Cine Mudo") donde se alternan sin duda las vivencias personales (en este caso las localizaciones, los paisajes montañeses que son los de su infancia) con lo que debió ser encuesta personal y quién sabe si bibliográfica sobre la suerte de aquel puñado de hombres sin futuro que afrontaron su destino en el septentrión leonés. Esa "nostalgia de lo no vivido" sin duda emparentada con el mundo de Modiano, es muy similar a la que exudan la obra de contemporáneos como Sánchez-Ostiz o Trapiello. |
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