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portada Los Detectives Salvajes
Ficha del Libro:

Título: Los Detectives Salvajes    comprar
Autor: Roberto Bolaño
Editorial: Anagrama
I.S.B.N.-10: 8433910868
I.S.B.N.-13: 9788433910868
Nº P´gs: 622


Los Detectives Salvajes
por José L Amores

  Leer a escritores del siglo XIX y, después, adentrarse en la escritura de Bolaño, supone un cambio de tal brusquedad que, seguro, habrá de afectar a todo aquel que lo intente. Entiendo, también, que algo parecido pueda pasarle a otro tipo de lectores más, digamos, eclécticos a la hora de elegir lecturas, sí éstas entrasen todas en la esfera de lo –por llamarlo de alguna forma– correcto desde un punto de vista estilístico. Es lógico, por tanto, que el estilo literario de Bolaño chirríe y la mente se queje cuando desgrana sus letras. Algo parecido me ha pasado recientemente a mí con Hesse: libro, lector, momento de lectura, contemporaneidad, etcétera; son factores que provocan que las percepciones no puedan ser sino disímiles entre distintos sujetos ante una misma cosa. Otra razón diferente es la que, creo, puede empujar a algunos hacia su falta de entusiasmo con la obra de Bolaño: Bolaño no es lineal; Bolaño se dispersa adrede: coge un hilo y no termina de soltarlo cuando ya ha cogido otro, y así el relato se hace, al menos en apariencia, interminable, infinito (piénsese en un canasto repleto de cerezas, piénsese en que cuando se intenta coger una, sólo una, lo más seguro es que se termine sacando varias a la vez, engarzadas unas a otras –es como en Derecho: una norma remite a otra y ésta a su vez otra, y la remitida a otra en un continuum casi perpetuo; o como en Historia: los efectos se explican por causas que a su vez son efectos de otras causas que a su vez...).

Bolaño elige contar una historia: la suya y la de su especial relación con la literatura. Y lo hace de una manera muy particular: en varias obras. Sí, Detectives no es sino parte de un todo mucho más amplio. (Por poner el caso, en una conversación entre amigos se habló del personaje de Auxilio Lacouture, de su encierro en los baños de mujeres de la Facultad de Letras durante las cargas militares contra los estudiantes. Pues bien, este tema, mucho más extendido, es tratado por Bolaño en su libro Amuleto. En él, Auxilio cuenta su historia en primera persona: una historia emocionante y cargada de literatura, como no podía ser de otra forma con Bolaño.) Y ese todo al que me refiero está repleto de significados, de acepciones, de sentidos que empujan a pensar no en un solo elemento que explique la obra de Bolaño sino en varios.

Para empezar, sus obsesiones, y, más concretamente, su obsesión por la literatura. Bolaño fue un gran lector. Bolaño se lo leyó todo (aunque en su modestia no lo reconociese y fabricase modelos de lector con sus amigos), y en ese todo no faltó el nunca del todo bien ponderado Borges. No puedo dejar de encontrar un gran número de similitudes entre Borges y Bolaño –aunque muchos dirán que las comparaciones son odiosas–: la erudición literaria de ambos; el vanguardismo que presidió la obra de los dos; la relativa incomprensión que acompañó a sus, digamos, muestras de elevada literatura; el fuerte componente parasitario de sus escritos; los intentos periodísticos de acercamiento a las masas; los viajes; y, como Bolaño vino después de Borges, cuando éste ya había dicho y escrito casi todo lo que tenía que decir y escribir, Bolaño intenta copiar, al menos literariamente, determinados hábitos y acontecimientos de la vida de Borges. Pueden establecerse, así, algunos paralelismos entre ciertos aspectos de la vida del argentino y las ficciones plasmadas por Bolaño en Detectives: Belano es un Borges actualizado y Lima es Bioy; las hermanas Font son las hermanas Ocampo; en el caso de Belano las bibliotecas son callejeras y los libros robados; Borges trabaja en la Biblioteca Miguel Cané, Belano vigila un camping nocturno, ambos destinos muy kafkianos y walserianos; Borges escribe relatos cortos y se le acusa de retórico, denso, disperso, pero todos esos relatos contienen ingredientes que remiten a la obsesión del argentino sobre sus temas preferidos: el infinito, la teología, la filosofía, lo germánico, lo oriental, la muerte, los sueños, la literatura, el doble; Bolaño es un gran constructor de ficciones cortas, y en el caso de Detectives incluso se permite el lujo de engarzarlas en una única obra al modo de un jardín cuyos senderos se bifurcan; Bolaño es un maestro consumado del doble: Belano, García Madero, y ésta es una de las pasiones de Borges, el cual, sentado en un banco conversa consigo mismo en versiones temporales diferentes; Borges es el maestro –muy por encima de Hemingway– en la elaboración de historias con dobles sentidos, con significados escondidos y a menudo recónditos; Bolaño eleva ese arte a la máxima potencia, haciendo de su obra todo un mosaico de sobreentendidos y significaciones ocultas; Borges es un obsesionado de los giros y modismos del español en Argentina, queriendo salvarlo, como genuina muestra de argentinidad, de la influencia indiscriminada de emigrantes españoles e italianos; Borges, en muchas de sus ficciones y ensayos, criolliza el lenguaje en un intento de salvaguardar si no su sonoridad sí sus características esenciales; Bolaño acude a esa llamada del escritor argentino, creando una obra, Detectives, en la que el número de registros dialécticos sobre una misma lengua es apabullante; Borges truncaba sus historias, dándoles giros inesperados -¿qué tiene realmente que ver la introducción de Beatriz Viterbo en El Aleph?– frustrando de esta forma ciertas expectativas que sobre el relato se hace el lector; Bolaño, como puede comprobarse, también las corta en seco, las abandona, muy a lo Kafka, como Borges; y así podría seguirse durante con un finito número de ejemplos, estableciendo paralelismos y similitudes que no contentarán a algunos y que, sinceramente, tampoco conducen a mucho, más bien a nada, en la tarea de analizar Detectives.

¿Qué quiere decirnos Bolaño con el real visceralismo o realismo visceral? Mi opinión personal es que en este término está incluida esa técnica narrativa que a algunos de sus lectores tanto nos gusta, que se detecta como muy sincera y, usando un término llano, muy ‘legal’. Bolaño cuenta las cosas tal y como son, sin explicaciones ni alardes estilísticos, que para eso ya están los grandes y manidos escritores del pasado. Las historias de Bolaño nos dicen que un camión se ha estrellado y el conductor ha muerto, que la sangre ha salpicado el arcén y los cristales han inundado la calzada; nos cuenta también que, en ese momento, el sol era así o asá y el horizonte tenía tal o cual grado de limpidez; pero se limita a eso: no dice por qué se ha estrellado el camión, ni cuenta lo que ha podido suceder después con, por ejemplo, su viuda; en resumen, todo lo demás lo deja a nuestra elección; confía en la imaginación y perspicacia del lector. Tiene, no obstante, arranques poéticos: no puede evitarlo, él es, inicialmente, un poeta. Pero lo que interesa de verdad es que Bolaño nos cuenta la realidad tal y como es, y la interrelaciona con otras realidades aprovechando cualquier circunstancia por nimia que pueda parecer: como a Proust, a quien el sabor de una magdalena le provocaba un sinfín de recuerdos desparramándose por su mente, a Borges el olor de los eucaliptos conseguía evocarle la casa de campo de sus padres y, por relación causa-efecto, la biblioteca de aquélla, a Bolaño, la simple pertenencia a una ciudad, Barcelona, le da pie a contar la historia de un extraño abogado. A provoca B y B puede provocar C.1 y C.2, y aquí Bolaño no elige una de las dos alternativas sino que aprovecha ambas, las cuales, a su vez, dan pie a D.1.1 y D.1.2 la primera y D.2.1 y D.2.2 la segunda. Interminable, sí, pero la vida es así y Bolaño la cuenta tal y como la ve: una tremenda sucesión de episodios encadenados que se ramifican y dividen mitocondrialmente hasta el infinito. La realidad no es cerrada, admite múltiples variantes, aunque sí lo sea en las novelas convencionales, pues éstas cuentan una historia: planteamiento, nudo y desenlace; y después esa historia pasa a dormir el sueño de los justos.

Sucede un poco como con la pintura. Piénsese en una maravilla como la Capilla Sixtina: hay escenas representadas que, con su significado alegórico y todo, admiten poca especulación; hay algo pintado y ya está. Sin embargo, si avanzamos en la historia, observamos cómo este arte evoluciona, lo cual es lógico, y comienza a preferirse representar escenas no cerradas, que dan pie a pensar: ¿qué quiere decirnos el artista con esto? Son cuadros para mirar eternamente. Son los cuadros que preferimos ahora, sin por ello menospreciar lo pasado.

Pues lo mismo viene a decirnos Bolaño que pasa con la literatura. Al igual que Rayuela de Cortázar o Ulises de Joyce, que supusieron un estremecimiento de la narrativa convencional del momento (y todavía hoy lo son), Detectives se convierte en una revolución de la literatura tal que, en palabras de Vila-Matas, supone un ‘carpetazo histórico y genial al Rayuela de Cortázar’. El porqué de una mayor facilidad de asimilación de los cambios en, por ejemplo, pintura y música, hay que buscarlo en las diferencias relativas al grado de dedicación necesario para evaluar estos tres tipos de arte. Mientras que la música se ha simplificado (y su duración se ha acortado) con el paso del tiempo, y para observar un cuadro basta un simple vistazo (o un ratito, pero nunca tanto como el necesario para leer todo un libro), para apreciar los cambios literarios hay que leer, implicarse, poner de parte de uno; y esto es ya más complicado. Es comprensible que al leer Detectives tras una larga serie de obras convencionales terminemos cansados, si no asqueados. Pero la evolución de la literatura va por ahí. Habrá retrocesos, alguien volverá a adelantarse, otros renegarán del grado de vanguardismo, pero el avance será imparable: vendrán obras más o menos filosóficas, metafísicas, descriptivas o narrativas, pero lo cierto es que a Bolaño lo va a copiar tanta gente (ya lo están haciendo) que nos vamos a hartar de estructuras narrativas tipo Detectives.

¿Qué es lo que Bolaño ha intentado decirnos con Detectives, con esas 600 páginas que disgustan (o no gustan) a unos y que tanto, al mismo tiempo, han gustado a otros (Premio Herralde y Premio Rómulo Gallegos, todo a la vez)? Para responder con un mínimo de coherencia hay que irse a la vida de Bolaño, hay que volver atrás (o volver la cabeza) e intentar vislumbrar cuáles han sido las vivencias de este hombre –que a algunos podrán parecernos, desde nuestras poltronas aburguesadas, fascinantes y a otros, observadas a través de jirones de vida más que desde el estatismo del sueño anhelado y jamás alcanzado, pudiera saberles a poca cosa– para dar lugar al fresco o composición coral que es tanto Detectives como toda su obra.

Desde luego no hay que ir muy lejos para vislumbrar esa vida a la que me refiero: está ahí, en Detectives; parte de ella muy real, otra soñada, otra más imaginada, y otra más repudiada, y puede que otras más sólo escuchadas y retocadas o, sencillamente, inventadas, para dar coherencia –o quitársela– a esa gran ficción-no-ficción que marca el inicio de una nueva generación literaria. La vida de Bolaño y de Mario Santiago y de sus amigos y conocidos y carreteros que encuentran por el camino y circunstancias políticas y desgracias y alegrías y, finalmente, libros; sobre todo libros y literatura. Bolaño parece decirnos algo así como: ‘Oye tío –o hermano, o amigo, o, simplemente, tú– mira lo que me ha pasado en los últimos veinte años. No te lo vas a creer cuando te lo cuente. Es una cosa de locos.’ Bolaño, al igual que Holden Caulfield ("El Guardián Entre El Centeno), sufre una experiencia desgarradora, no tiene una vida tranquila; los años setenta en Latinoamérica son tumultuosos, Latinoamérica es tumultuosa, y Bolaño vive en Latinoamérica en esa época y tiene que salir de allí como tantos otros salieron y siguen saliendo; aunque él no se ve como un exiliado, pues el exiliado siente cierta nostalgia de su terruño y sus gentes y yo no consigo ver esos sentimientos en Bolaño, sino que lo único que hace es contar su experiencia, denunciarla a medias, esconderla entre líneas algunas veces, otras sacarla a la luz, siendo más explícito. Y para contar su historia, esa historia a la que me he referido, utiliza la poesía: Bolaño es poeta y, dice Gonzalo Garcés, nunca escribió en prosa, aunque lo parezca. Detectives, como si se tratara de una gran poesía –pienso en una obra homérica que puede ser narrada o versada, según los gustos y casos–, da saltos hacia atrás, hacia delante, se reserva la causa aparente de la huida de Belano y Lima de México para el final, donde se nos cuenta la circunstancia de las muertes, enmascarando, metaforizando, la injusticia de esa marcha, de esa huida, por causas que poco o nada tienen que ver con los huidos, con aquellos que realmente terminan soportando la carga del pandemónium en que, durante los años setenta, se convierte Latinoamérica.

En Detectives hay dos partes porque tiene que haberlas –sí, ya sé, he dicho dos y no tres. Una parte es la historia que García Madero cuenta acerca de sus amigos Belano y Lima –esos amigos extraños con los que quiere y no quiere entablar verdadera amistad. Bolaño la divide en dos (primera y tercera parte de la novela) porque es indulgente con el lector. Bolaño parece pensar: ‘Mantengamos algo de suspense. No digamos por qué huimos de Latinoamérica hasta el final del libro.’ En esta parte Bolaño está despierto, es consciente de lo que hace y escribe: recuerda paso por paso los acontecimientos y los narra de una forma convencional; planteamiento, nudo y desenlace están claros en este trozo, aunque, como el propio Bolaño dice en otra ocasión, ‘la vida es más dura que la literatura’ y por ello prefiere terminar sin terminar en el sentido clásico de la narración. Bolaño es incorregible.

En la segunda parte, en la central, Bolaño recuerda un sueño: el sueño de sus últimos veinte años desde que salió de Latinoamérica. Vuelve a ella, a veces, en sueños, y sueña, por ejemplo, qué pudo haberle pasado a Piel Divina después de que él se hubiera marchado del D.F. para siempre. ¿Cuántas veces hemos salido de un círculo de amigos, una empresa o un trabajo y nos hemos preguntado al cabo del tiempo qué habrá pasado con esta o aquella persona? Bolaño se lo pregunta, lo sueña, rememora personajes y situaciones y los va incluyendo en Detectives. Pero los sueños no son lineales, vamos dando saltos y mezclamos situaciones y contextos diferentes: un verdadero sueño es un collage de la locura que teje nuestra mente cuando no somos conscientes de ello; nuestro cerebro dando rienda suelta a todas las obsesiones y circunstancias que, por una u otra razón, nos han marcado especialmente sin nosotros notarlo a veces. Bolaño sueña y recuerda haber estado sentado en un banco y haber encontrado a un antiguo conocido que le ha susurrado o gritado su hégira particular. Narrar un sueño es imposible, pero Bolaño le da estructura y lo consigue.

No recuerdo bien la cita, pequeña conversación, que aparece al principio del libro, pero a mí me quedo más o menos esto: ‘¿Estás dispuesto a aceptar a Cristo Rey y cumplir, bla, bla, bla...?’, pregunta alguien. ‘No’, responde el otro. Bolaño dice No a muchas cosas: a la convención, a Octavio Paz y al conformismo, a la inercia, a una supuesta racionalidad que, al menos en Latinoamérica, no ha conducido a nada o por lo menos a nada bueno; Bolaño no deja títere –y la palabra no es casual– con cabeza. Es importante el asunto éste de la cita inicial. En otra de sus obras maestras, ‘Nocturno de Chile’, se cita al principio una frase de Chesterton, ‘Quítese la peluca’, que viene a decirle al protagonista del libro (un sacerdote chileno que narra su vida como en un sueño, aquejado por la fiebre, y que cuenta atrocidades en las que participó por omisión y cobardía) que se deje de disfraces y afronte la verdad de una vez. (Hay, además, una anécdota que rodea a este libro. Bolaño quiso titularlo ‘Tormenta de mierda’, y, creo recordar, Rodrigo Fresán e Ignacio Echevarría le convencieron de que no lo hiciera, por motivos comerciales obvios. Bolaño accede y lo cambia, pero no quita, sin embargo, la última frase-párrafo del libro –el libro, que tiene unas 150 páginas, consta de dos párrafos, siendo el primero de ellos de 150 páginas–: ‘Y entonces comenzó la tormenta de mierda.’ Más o menos, no lo recuerdo al pie de la letra. ‘Tormenta de mierda’ en la que Bolaño metaforiza la situación actual de tantos latinoamericanos expiando culpas del pasado, barbaridades, excesos y desenfrenos cometidos contra sus congéneres: mierda cubriéndolos a todos, culpables o no.)

Y qué estructura, qué locura es la parte central de Detectives. No sería mala idea trazar un mapa de puntos que, a modo de nexos de unión, nos señalase las líneas sinuosas que fusionan las diversas historias de Detectives. No sería mala idea pues, a lo mejor, saldría algo coherente, un dibujo o algo así, parecido al juego con el que se entretienen García Madero, Belano, Lima y la mujer con la que viajan por Sonora: ‘¿A qué se parece esto? ¿Y esto?’ Mapas, puntos, trazados vitales que, en la mejor parodia del matemático John Nash, que quería encontrar un algoritmo que definiese los arbitrarios movimientos de las palomas, nos enseñasen a nosotros cómo están trazadas nuestras vidas de antemano.

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