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La princesa de hielo
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por Juan Carlos Eizaguirre
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Camilla Läckberg se está abriendo paso como un torbellino en el mundo literario europeo y, sobre todo en su Suecia natal. Parece (no es cierto) como si se hubiese puesto de acuerdo con su colega Henning Mankell, ahora que éste ha terminado su serie de novela policíaca con su agente Kurt Wallander. Es todavía una mujer joven y ya ha escrito cuatro novelas, todas ellas del genero casi negro, es decir, de intriga, policíaca, de una mesurada acción; con unos personajes con unos perfiles muy bien trazados, verdaderos retratos físicos y psicológicos… Pero no se la puede ubicar entre las novelas del género negro, pues no reúne los requisitos tradicionales del antihéroe, el policía malo y el ambiente sórdido… Tampoco es uno de esos thrillers, tan al uso. ¿Cómo se la puede definir, entonces? Yo diría, que es una obra cuya factura es muy personal. Aun siendo el tema muy tratado en nuestros tiempos, sin embargo Lackberg, le imprime un sello muy particular.
Los mimbres son los de siempre, engaño, un asesinato, dolor, consternación, investigación policial… Pero la autora combina todos esos ingredientes de una manera, si no del todo novedosa, si bastante atractiva y poco frecuente. En los distintos frentes argumentales que se van abriendo a medida que el inspector Patrick y sus compañeros avanzan en sus pesquisas, Camilla Lackberg introduce toda su pasión creadora, de tal forma que ningún personaje está demás, ninguna ambientación es un virtuosismo “a se”, sino que está entrelazado con la marcha de la historia, aunque más bien habría que decir historias.
S a lo antedicho, añadimos un estilo fresco, claro, sincero, preciso; en definitiva bello y atrayente, cabe concluir que la novela, sin ser importante por su temática, es muy buena por los oficios de su autora.
Quizá le falte profundidad trascendental, aspecto muy de agradecer por los lectores: que haya referencias a algo superior y concreto; vida después de la muerte… Nada de moralinas, sino lo que la gente se plantea en esas situaciones límite que la escritora describe con tanta lucidez.
Hay tres o cuatro ocasiones en que esta novela se “encharca” un poco, al hacerse demasiado minucioso algún corto pasaje. Creo que es cuestión de experiencia, nada más. Y es que, según mi opinión, la mujer sabe mirar más y mejor que el hombre; posee una mayor capacidad de empatía, de hacerse cargo de las cosas. Y eso creo que, en este caso, traiciona a Camilla Lackberg: se compadece de algunos personajes, se enamora de un paisaje, es la delicadeza personificada en una incipiente relación amorosa… Bueno, no me voy yo a meter a feminista. Sólo opino que la mujer es más receptiva con su mirada que el hombre, nada más. Es mi opinión |
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