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El Móvil
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por Antonio Ruiz Vega
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Lo primero que hay que saber de esta novela corta es que fue publicada dentro de un volumen de relatos en 1987, así que es, probablemente, la primera novela del autor y no la última como pudiera parecer.
La reedición, exenta, incluye un corto prólogo del autor y un ensayo bastante laudatorio –final– de Francisco Rico.
Aparte de algunos errores circunstanciales como llamar Valera al general Varela (pág. 80) la novelita es un ejercicio de estilo sin demasiada trascendencia que dudamos hubiera vuelto a publicarse de no ser por el éxito de "Soldados De Salamina".
Hay un narrador, Álvaro, que ha decidido algo retóricamente emprender la carrera de las letras y lo hace de un modo sistemático. Se propone, cómo no, escribir una obra genial, ser un auténtico profesional del mundillo, denigrando a los diletantes. Para ello se consagra en cuerpo y alma a la tarea y si no del todo "full-time" sí que lo hace a media jornada (matutina) dejando las tardes para un empleo alimenticio que no le quite demasiado tiempo (una asesoría jurídica más o menos "full").
Como puede deducirse un planteamiento tan extremado no puede llevar más que al absurdo. Por mucho que se pretenda la elaboración de una obra literaria (y el tal Álvaro insiste más en el 99% de transpiración que en el 1% de inspiración) debe tener algo de casual, de gratuito, responder a algún impulso interior, no puede construirse a base de pura voluntad y trabajo. Y el perseverar neuróticamente en un empeño así pues le hace desembocar en el absurdo, como veremos.
El autodidacto toma como materia prima lo que tiene más a mano, pues considera que el tema no es lo fundamental. Disecciona su vecindario como si se tratara del 13 de la Rué del Percebe y va descartando uno por uno hasta que se queda con un matrimonio y un anciano que piensa pueden darle algún juego.
Imbuido de su papel de Zeus Tonante decide que puede jugar con sus personajes como le venga en gana y no tarda en hacerlo. Se me olvidaba que él mismo, Álvaro, es el cuarto personaje de la saga que quiere narrar.
Para comenzar no desdeña espiar a sus vecinos de la manera más abyecta, recurriendo al clásico respiradero al que aplica un magnetofón. Por no desdeñar, ni siquiera desdeña acostarse con la promiscua portera, a cambio de que le ponga al día de los mínimos avatares de los vecinos. La verdad es que el sacrificio de acostarse con alguien que se pinta tan poco apetecible como la portera parece excesivo hasta para tan alto (¿) empeño literario.
La trama se la sugiere un objeto que ve en manos de sus vecinos y que podría ser un hacha. Es necesario que el matrimonio asesine al vejete movido por el ánimo de lucro. Poco a poco engorda las fichas rellenas de datos y va construyendo a sus personajes. Falta (¡ay!) la motivación, el móvil. El matrimonio es razonablemente feliz y no parece que pase por su cabeza el emprender una carrera criminal, pero todo se andará. Mientras tanto decide entrar en la vida del anciano, antiguo combatiente franquista de la guerra civil, para lo que aprende ajedrez, por ser esta la pasión principal del vecino.
Montero, que así se llama el veterano, acaba por dejarle entrar en su casa tras las reticencias iniciales y Álvaro puede comprobar que, en efecto, dispone de una caja de caudales, deduce que bien nutrida, que suele dejar abierta durante el día.
Mientras tanto el matrimonio (Casares) y en concreto el marido sufre un traspiés en sus relaciones con la empresa donde trabaja (la SEAT, es curioso, por cierto, que un trabajador de la SEAT no tenga coche, como es el caso). Álvaro se ofrece a ayudarle pero hace exactamente lo contrario: logra que le despidan. Enmascara su acción (o mejor dicho, su inacción) hasta el punto que los Casares se sienten agradecidos y entabla con ellos una cierta amistad.
Embebido en la trama no se da cuenta –Álvaro– hasta que punto se está poniendo pesado y en evidencia a la hora de imbuir a los Casares en la oportunidad de dar mulé al vecino y quedarse con sus bienes.
Finalmente, se deduce, los Casares, que no son gilipollas del todo, optan por llevar a cabo el crimen pero no con el hacha, sino con un destornillador que le han pedido prestado a Álvaro y que luego le devuelven. Así las cosas, cuando aparece el cadáver de Montero Álvaro lo tiene bastante crudo. Varios vecinos (incluida una joven periodista con acné) le han escuchado varias veces dar la tabarra a los Casares con lo sólo que vive Montero, la de dinero que tiene Montero, lo abierta que deja la caja fuerte Montero, etc. etc.
Mientras cuenta los minutos que faltan para que vengan a detenerle Álvaro relee lo que lleva escrito, corrige, tacha, elige...
Esta es la novelita, y no hay mucho más que decir. O sí: véase el panegírico de Francisco Rico, que ve en él todo tipo de genialidades. A lo mejor lleva razón.
Creo que el propio Cercas es bastante escéptico al respecto. ¿Está todo autor (como mantienen ambos) sometido a la "ley de los rendimientos decrecientes, según la cual “lo que no salió en un primer intento es cada vez más difícil que salga” porque las astucias que nos entrega el tiempo nos las cobra en frescura y vitalidad?". Según esta ley, mantiene Cercas, este sería su mejor libro. Yo no lo creo. Otra cosa es que "Soldados De Salamina" no sea realmente una novela, pero ese es otro tema.
Como "Opera Prima" está bien, pero poco más. |
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