|
El Cuaderno Rojo
|
por Sara E Rodríguez
|
|
Un domingo de 1974, a las ocho de la mañana, sonó el teléfono en la casa de Paul Auster. La noche anterior se había acostado a las tres de la madrugada porque había estado escribiendo. Al oír el teléfono, Auster se dijo que nadie llamaba un domingo tan temprano si no era para dar una noticia que no puede esperar, y una noticia que no puede esperar siempre es una mala noticia. Su padre había muerto, y ese hecho cambió radicalmente su vida: la herencia de su padre salvó su vida y le permitió escribir.
Antes de dedicarse plenamente a la literatura, Paul Auster (Nueva Jersey, Estados Unidos, 1947) fue marino en un barco petrolero, cuidador de una finca en Francia y traductor. Pero si por algo se define este escritor norteamericano es por ser cazador de coincidencias por obligación moral. Aunque suene extraño, es así.
Como dice Felipe Benítez Reyes en tono humorístico, Paul Auster es el tipo que está solo en algún sitio y se pone a charlar con nosotros, y se pasa un buen rato contándonos eso, que está solo en algún sitio. Hasta que, por casualidad, se encuentra con Jim o con Tom, o sea, eso, por el azar mismo, y ya se ponen los dos a hablar de esto y de lo de más allá, y así durante un rato, hasta que el tipo se queda solo de nuevo, a la espera de que el azar le brinde otro pasatiempo inexplicable.
"El Cuaderno Rojo” (1993) está compuesto por una serie de historias autobiográficas -al menos esa es la pretensión del autor-. Este libro contiene trece piezas, breves relatos inspirados en la experiencia personal, cuyo hilo conductor es el azar. Gracias al azar, Paul Auster encontró su propio idioma particular. Justo Navarro explica muy bien cómo se compone ese idioma de Auster, que descubrió siendo niño en una excursión por el bosque: el idioma del azar es también el idioma de la fragilidad: hay coincidencias y casualidades con las que te mueres. Descubrir el poder del azar es descubrir que somos tremendamente frágiles y vulnerables, que dependemos de la casualidad, que una coincidencia estúpida puede destrozarnos en un segundo.
Nunca un prólogo fue mejor que un libro y, sin embargo, hay que reconocer que la valía de este volumen estriba también en las primeras páginas escritas por el poeta Justo Navarro (quien también fue el encargado de traducir esta obra al español).
La coincidencia y los sucesos curiosos han abundado siempre en la vida de Auster. Por mucho que lo intente, por muy disparatados que parezcan, es incapaz de librarse de ellos. Pero son los sucesos inesperados (como la muerte del padre de Auster) los que dan un giro a nuestra vida. Historias como la que inspiró su primera novela, “Ciudad De Cristal” (de la Trilogía de Nueva York) han sucedido de verdad. Y es que no existe Dios más Todopoderoso que la casualidad y el azar, los cuales rigen la existencia de todo mortal y también la de la literatura austeriana. |
|