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Chesil Beach
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por Juan Carlos Eizaguirre
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La narrativa inglesa contemporánea goza de buena salud. Efectivamente hay, a mi parecer, alrededor de una decena de escritores de muy alto nivel, entre los cuales se dan en perfecta simbiosis las dos grandes columnas de toda obra literaria: la forma y el fondo. El estilo es notablemente brillante, sean cuales sean sus características, y el argumento de peso, profundo, con algo que decir. Pero cuidado, no se trata de una selección de mujeres y hombres que escriben para sesudos lectores, no; la evasión, el entretenimiento o la intriga forman parte de sus buenos oficios.
Ian McEwan es uno de ellos. No sabría a qué nivel se encuentra pero, según mi opinión, no creo que haya nadie que sobrepase su estilo meticuloso y preciso, y la capacidad de ahondar en los temas y arrastrar al lector con ellos.
A McEwan le gusta pensar y escribir sobre la vida: la compleja variedad de actitudes en las relaciones interpersonales, que son un botón de muestra de este mundo actual que nos ha tocado hacer y vivir. Tal parece que el autor desmenuzara algunos aspectos del vivir cotidiano, y que con una lupa estudiara los comportamientos, los ambientes, los intereses... Se trata de un universo pequeño, como de un prototipo de humanidad. En este caso, la noche de bodas de Edward y Florence. En su conducta, en sus hechos y conversaciones va a verter toda su intensidad temática para que, al concluir la novela, el lector pueda apreciar que la pequeña historia es lo de menos; lo importante son las relaciones interpersonales (con malicia o con bondad) que construyen los ambientes de toda la civilización Occidental.
En esta ocasión el sexo será el tema principal, tratado decentemente, aunque en ocasiones incurre en descripciones explícitas no del todo necesarias; con momentos de intensas emociones, mordacidad, ingenio... Casi no queda un registro de la vida sin ser tratado minuciosamente, con ese estilo tan particular en él: de una minuciosidad completamente brillante.
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