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Gonzalo G. Velasco
 por Daniel Herrero

portada Velasco
Gonzalo, ¿cómo surgió la idea de hacer este libro?
Para ser honestos surgió en el retrete, mientras pensaba en que por aquel entonces mi vida se había vuelto más aburrida que una película de Antonioni. El símil me abrió los ojos y, mientras miraba para el póster de Steve McQueen en La Gran Evasión que hay en mi cuarto de baño, tuve una revelación: “si he logrado que mi vida se parezca a una peli de Antonioni, tal vez pueda convertirla en una superproducción hollywoodiense de la leche”. Además, daba la casualidad de que estaba escribiendo un guión, y decidí aplicar los mismos mecanismos con los que daba vidilla al relato sobre mi propia existencia. Me puse a escribir unos cuantos preceptos, los que en el libro aparecen como “los diez mandamientos del hombre peliculero y alguno más”. En principio, se trataba de algo personal, pero al igual que le debió ocurrir a Mahoma, a Jesucristo, y al resto de los grandes profetas, decidí que no era justo guardarme una información tan importante para mí mismo. Así que escribí un libro.


¿Cómo comenzó su afición por el cine?
Al principio el cine no me gustaba demasiado. Prefería abusar de mis amigos o levantarles las faldas a las niñas. Sin embargo, no era que no me gustara el cine, sino que la gente que me llevaba al cine tenía un gusto atroz, y me hacían ver todo el rato horribles películas musicales de la Disney o, en su defecto, de Parchís. Gracias al cielo, un día todo cambió cuando logré infiltrarme en una proyección para mayores de La Cosa, de John Carpenter. A partir de ahí, me convertí en un tarado incapaz de discernir la realidad de la ficción, cualidad que aún conservo.


¿En cuál de estas facetas se siente más cómodo: guionista, crítico, periodista, escritor...?
Cualquiera de ellas es cómoda, pues son tareas que se pueden realizar desde la cama. El problema es que yo no tengo alma de escritor. A mi en realidad lo que me gusta es lo que yo llamo “trabajos casposos de subsistencia”. He llegado a trabajar de teleoperador, de guía turístico e incluso de espía electoral sólo por vicio. Es la única manera de documentarse, de conocer gente y de que pasen cosas.


¿A quién está dirigido el sendero peliculero?
Hay una frase de El Protegido que me encanta, se la suelta Samuel L. Jackson a Bruce Willis y dice así: “Vivimos tiempos mediocres. La gente comienza a perder la esperanza. A algunos les cuesta creer que haya cosas extraordinarias dentro de ellos y de los demás”. Pues bien, a esta panda de incrédulos es a quien va dirigido mi libro.


¿Qué cualidades debe tener alguien que quiera vivir peliculeramente?
Lo primero: una gran imaginación. Y no me refiero a Harry Potter, que es el personaje menos carismático y menos peliculero de la historia de la literatura (¡si hasta se parece a Fernando Vázquez¡). Me pone de los nervios ver cómo los niños y algunos medios ensalzan esa basura como si fuera el colmo de la imaginación y la creatividad cuando sólo es la morralla sobrante de muchos otros autores y de cierto folclore popular. Cuando hablo de imaginación me refiero a la imaginación que tenían Ed Wood y todos los hacedores de serie B de su época, gente que creía a pie juntillas en que las radiaciones atómicas podían crear hormigas gigantes asesinas y que transmitían esa convicción entusiasta en sus películas. En segundo lugar, un hombre peliculero debe ser un ególatra compulsivo sin miedo al que dirán, un tipo que se quiera tanto a sí mismo como se quieren Barbra Streisand o Isabel Coixet, bueno, tal vez un poco menos, y también tener fe y valentía: fe a prueba de bombas en que las cosas pueden y deben cambiar, y valentía Charlesbronsoniana para llevar a cabo esos cambios. Eso, aderezado con un sentido mesurado de la paranoia y una mirada con personalidad debería bastar.


¿En qué puede mejorar la vida de alguien con los consejos de este libro?
No importa en qué pueda cambiar, lo importante es que cambie, que pasen cosas, que el guión no se estanque...


Menciona en el libro que en la vida no se puede ser un pavisoso. ¿en qué consiste exactamente ser un pavisoso?
Creo que nuestro actual presidente ejemplifica perfectamente lo que significa ser pavisoso. Y los futbolistas de la selección española de fútbol también. Son unos pusilánimes sin personalidad ni confianza en si mismos. Si leyeran mi libro, se dejarían de zarandajas y ganarían el mundial de calle. Estoy seguro.


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¿Qué objetivos espera conseguir en el lector?
En realidad no me gustaría que todos los consejos que les propongo les dieran resultado. Si así fuera, lo peliculero se convertiría en algo parecido a la psicología tibetana para Richard Gere o la cienciología para Tom Cruise y perdería su encanto. Con que los lectores se lo pasen mejor leyendo el libro que viendo el debate del programa de Garci tengo bastante.


¿Qué paralelismos hay entre el cine y la vida real?
El cine es, por su propia naturaleza, un paralelismo con la vida real. Lo que pasa es que como apenas nadie sabe escribir su propia vida, hay que manipular las películas para que entretengan cuando debería ser al revés. Mi objetivo es vivir una vida tan peliculera que cuando la gente la vea exclame “¡menuda fantasmada!”, en otras palabras, hacer del documental biográfico, un “blockbuster hollywoodiense”.


¿Y qué diferencias?
La vida, tal y como la mayoría de la gente se la plantea, tiene el mismo ritmo que una partida de los Sims, y en gran parte de los casos, los diálogos que mantenemos entre nosotros son tan estúpidos como los de estos personajes de videojuego. En la vida real pasan menos cosas de las que nos gustaría, y es así porque desde pequeños nos meten en la cabeza la idea de que ser infantil es malo pero divertido y ser maduro bueno pero aburrido. Yo propongo una vida infantil y divertida no exenta de madurez, porque no hay mayor madurez que darse cuenta de que la vida es un juego, una representación, una película.


¿Qué es más importante en la vida: comenzar desde el principio con un buen guión o llegar a una escena final apoteósica?
En los buenos guiones, como en la vida, hay mucha improvisación. Es importante tener una estructura sólida, pero no rígida, o sea, que no conviene obsesionarse con tenerlo todo controlado sobre el papel desde el principio. El verdadero hombre peliculero es intuitivo, y si su intuición le aconseja cambiar de rumbo lo hace sin pestañear. De lo que si debe estar seguro es de su propia seguridad, aunque suene a chorrada de señor Miyagi. En cuanto a la escena apoteósica, el clímax, desde luego que es importante. Lo ideal sería llevar una existencia tan espectacular que no pudiéramos saber con certeza si lo que estamos viviendo en determinado momento es un clímax o un mero pico de interés. El suspense es lo primero.


¿Qué película o icono cinematográfico refleja mejor el modelo de una perfecta vida peliculera?
Soy un fan enfermizo y monomaniaco de Clint Eastwood, aunque en honor a la verdad, su vida real no es tan peliculera como la cinematográfica. Tal vez Frank Sinatra sea quien mejor conjugue ambas cosas. Además de ser actor, cantante, y ligarse a las tías más guapas, estuvo presente en muchos “films” no menos peliculeros, como De Aquí a la Eternidad u Orgullo Pasión, por ejemplo. Claro que Jack Palance, Steve McQueen y James Coburn también tenían su miga... De directores me quedo con Sam Peckinpah y Sam Fuller, cuyas vigorosas obras son tan sólo un pálido reflejo de sus peliculerísimas vidas.


¿Cuáles son sus proyectos futuros?
Me haría enormemente feliz convertirme en un pope de la autoayuda a lo Jorge Bucay para forrarme a costa de las desgracias ajenas y así poder cumplir el sueño de toda mi vida, que no es otro que dilapidar toda esa fortuna en una noche de jarana en Las Vegas, donde ya hice mis pinitos a menor escala hace unos cuantos años. Por desgracia, no creo que consiga nada de eso, así que de momento tendré que conformarme con seguir viviendo del cuento con mis libros, guiones, críticas y demás.






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