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portada Una Historia Perversa
Ficha del Libro:

Título: Una Historia Perversa    comprar
Autor: Adelaida García Morales
Editorial: Planeta
I.S.B.N.-10: 8408037269
I.S.B.N.-13: 9788408037262
Nº P´gs: 219


Una Historia Perversa
por Antonio Ruiz Vega

  Tómese una dosis de "Doctor Jekyll Y Mister Hyde", únase con el argumento de "Los Crímenes Del Museo De Cera" y algunos ambientes y caracteres de "Rebeca", mézclese con liberalidad y redáctese sin excesiva preocupación por mantener el suspense (ya prácticamente inexistente desde el título) y "¡ekilikuá!", aquí tenemos una novela más en el mercado.

Un escultor sicótico se casa con una galerista algo neurótica. Se casan a los dos tres días de conocerse lo cual, en principio, es poco usual, y tampoco se explica de modo convincente. Él le exige que se traslade a su hogar, que ocupa varios pisos de un edificio madrileño, pero desde el principio le niega el acceso al estudio donde trabaja. Hay que decir que la temática de sus obras es truculenta, personas torturadas, con gestos de dolor, etc. Hay una ama de llaves, Sila, clavadita a la de Rebeca y tanto el escultor (Octavio) como (evidentemente) su primo Juan, llevan el apellido mussoliniano/sádico/passoliniano de Saló, más claro: agua. Aunque es cierto que Saló es apellido español, aunque muy raro.

El tal Octavio, personaje increíble, descrito con pocos trazos, apenas una máscara, tiene también una gruesa fijación con su difunta madre, así que viste a Andrea con trajes a la moda de los años cuarenta que él mismo diseña, le hace peinarse de un determinado modo bastante "demodée"... Hasta que finalmente el primo Juan (primo de él), cuando la ve le descubre que parece una doble de su extinta tía... Este Juan, que es poco discreto con las cosas de Octavio y que trata peligrosamente de inmiscuirse en la pareja, terminará fiambre en un envoltorio arcilloso, contribuyendo así involuntariamente al éxito internacional del escultor...

La galerista, Andrea, comienza a darse cuenta de que hay gato encerrado y llega un momento que descubre que lo que hace Octavio (que tiene una personalidad dúplice y stevensoniana, tan pronto amante solícito como hideputa prepotente y violento) es recubrir con arcilla fragmentos de cadáver y hacerlos pasar por esculturas. El problema técnico la autora lo elude, porque es tamañito. La arcilla, cocida o sin cocer, es un material relativamente poroso y el pestazo inherente a semejantes manejos harían imposible la viabilidad de las esculturas. Si se opta por cocer el engendro este explota directamente por los gases producidos. En fin, una verdadera chapuza de todo punto increíble. En este aspecto era mejor la técnica de "Los Crímenes Del Museo De Cera", porque la cera sí que es impermeable y buen conservante: los pequeños roedores que quedan atrapados dentro de las colmenas, recubiertos con una capa de cera que las abejas extienden sobre ellos, a menudo duran años sin corromperse.

Cuando ella descubre lo que pasa, Octavio trata de minimizar su reacción diciéndole que se trata de cadáveres que obtiene de estranjis, pero la realidad, más tarde revelada cuando le sorprende dando mulé a un mendigo, es que los "julios" se los procura él mismo, artesanalmente (guiño a De Quincey).

Hay otro extremo tan increíble o más que este y es el método que escoge Octavio para asegurarse del silencio de Andrea una vez que esta descubre el tinglado. Falsifica unas cartas donde ella se inculpa como cómplice de los asesinatos, imitando su letra tan perfectamente que ella misma se confunde. La habilidad de Octavio como grafista ful es sobrevenida e inexplicable. Júzguese si ese burdo chantaje es capaz de sellar los labios de alguien que tiene que convivir con un asesino quien no se priva, además, de sugerirle subrepticiamente que podría utilizarla a ella de armazón fúnebre para su próxima obra de arte...

La obra está estructurada en capítulos alternos donde habla cada uno de los personajes, Octavio y Andrea. Idéntico subterfugio, por cierto, Irene Gracia usa en su "Mordake O La Condición Infame", donde, como aquí, la misma realidad es interpretada desde dos puntos de vista, muchas veces contrapuestos. No es que sea una técnica muy original pero, en este caso, funciona bastante bien, contribuyendo a dilucidar la trama, ya que se espera con agrado el próximo capítulo para ver cómo interpreta cada uno los sucesos que van aconteciendo.

El final es todavía más rocambolesco. Ella, Andrea, se cepilla a Octavio y con su cuerpo confecciona una escultura, la última de un artista misteriosamente desaparecido. Y la escena postrera, que –realmente– no sabemos cómo tomar, es el hallazgo de las famosas cartas comprometedoras que había escondido tras un espejo el finado pero con una nota disculpatoria para ella. Conclusión, finalmente resulta que él la quería a su demente manera. Rebuscado "happy end" con efectos retroactivos...

Toda la historia es increíble y suena a cartón piedra. Por ejemplo, no es de recibo que Andrea vaya creyéndose las inverosímiles explicaciones o excusas que va urdiendo Octavio, ni tampoco suenan a verdad las motivaciones –incluso admitiendo su enfermedad mental– de este o el inexplicable amor de Andrea por un tipo así de execrable.
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