|
Tres Habitaciones En Manhattan
|
por Sara E Rodríguez
|
|
[... ] Resulta que dos personas gravitan, cada cual por su lado, por la superficie del globo, están como perdidas en los millares de calles, de una ciudad como Nueva York. Y el Destino hace que se conozcan. Y, unas horas después, están tan ferozmente soldadas una con otra, que la idea de separación les resulta intolerable.
¿Acaso no es maravilloso? [...]
A veces, y sólo en muy contadas ocasiones de nuestra vida, ocurre que conocemos a alguien de quien irremediablemente quedamos atrapados. Un extraño, una desconocida, a quien comenzamos a tratar como si conociésemos de toda la vida, como si lo/la hubiéramos esperado toda la vida. A veces sucede, y es maravilloso, pero al mismo tiempo contradictorio, pues te ves caminando junto a una persona a quien a penas, veinticuatro horas antes, no conocías, ni sabías de su existencia, y de la que ahora no te puedes separar.
“Tres Habitaciones En Manhattan” trata del amor desesperado que somos capaces de profesar a alguien que acabamos de conocer, tan sólo porque nos encontramos en un momento débil, o en soledad… Dos almas que se encuentran y deciden acompañarse. ¿Para siempre?
[...] -¿Dónde vive usted?
- Desde esta mañana […] no vivo en ninguna parte. [...]
Tres habitaciones en las que François y Kay se acuestan de noche y se despiertan de noche. Nada saben el uno del otro y, sin embargo, nunca dos seres, dos cuerpos humanos, se habían abismado uno dentro del otro más salvajemente, con una furia como desesperada. Desde que se conocen dejan pasar el tiempo porque nada les permite vislumbrar un porvenir posible.
La cuestión es que cuando dos personas se desconocen, pueden existir malentendidos entre ellas. Por eso, a François no le urge tanto conocer la vida de Kay como hablar de la suya y decir quién es, pues inconscientemente sufre porque lo tome como a un hombre cualquiera o peor aún, que lo ame como a un hombre cualquiera.
Kay estaba tan sola, tan irremediablemente sola, estaba tan decaída, con tal conciencia de que no remontaría nunca la pendiente, que había decidido seguir al primer hombre que se presentara, fuera quien fuese. También François se sentía solo y triste cuando conoció a Kay, por lo que en seguida se hundió en la intimidad. Recordaba la primera vez que se habían arrojado el uno sobre el otro, sin saber nada el uno del otro, salvo que estaban hambrientos de contacto humano.
Y es que la soledad, como dice Georges Simenon, es la que nos hace comprender el inestimable valor del contacto humano.
|
|