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portada Tres Argumentaciones Posmodernistas En Chile
Ficha del Libro:

Título: Tres Argumentaciones Posmodernistas En Chile    comprar
Autor: Hernán Vidal
Editorial: Mosquito Editores
I.S.B.N.-10: 9562650901
I.S.B.N.-13: 9789562650908
Nº P´gs: 157


Tres Argumentaciones Posmodernistas En Chile
por Carolina Navarrete

  A través de su libro "Tres Argumentaciones Posmodernistas En Chile", Hernán Vidal intenta comprender la motivación que condujo a un grupo de intelectuales a apropiarse del concepto de posmodernidad e introducirlo a la discusión de la cultura chilena como foco de agitación política y artística. En este sentido, el autor encamina su preocupación al estudio de tres de las principales argumentaciones sobre la posmodernidad en Chile, éstas son las de la Revista de Crítica Cultural (RCC) dirigida por Nelly Richard, seguida por las de José Joaquín Brunner y Marco Antonio de la Parra.

En cuanto al estudio de Revista de Crítica Cultural (RCC) (Santiago de Chile), publicación trimestral iniciada en mayo de 1990, donde se congregan personalidades de variada trayectoria en el ambiente neovanguardista, Vidal constata la creación de un caleidoscopio de convergencias argumentales que sugieren, a la vez que evitan, totalizaciones rigurosas. Así se proyecta el perfil ideológico característico de la posmodernidad en una extensa agenda: el desahucio de los grandes discursos de redención humana difundidos local, nacional y transnacionalmente; el repudio de las agencias sociales organizadas burocráticamente en torno a ellos; la denuncia de sus efectos culturalmente homogeneizadores; la voluntad de desconstruir los códigos subliminales con que se implementa la dominación social en la cotidianeidad, etc. Como consecuencia de todo esto se valora un discurso cultural crítico emitido desde lugares mentales descritos como los “márgenes”, los “bordes”, los “límites”, la “periferia”, los “intersticios”, los “entremedios”. Este haz temático es el que define la identidad de “neovanguardia” para este grupo.

Para este postmodernismo la historia latinoamericana quedó marcada desde sus orígenes con un sentimiento vertical de dependencia en su relación con Europa y Estados Unidos. Los latinoamericanos no producen conocimiento; son más bien recipientes que lo importan y traducen a su medio. Por lo tanto, el espacio latinoamericano ha quedado repleto de “copias”, “reproducciones” y “simulacros” que generan una tensión de nostalgia obsesiva por los “originales”. De allí que la existencia sea un vivir “referido [a ellos] en términos fantasmales”, en que la multiplicidad de las identidades nacionales europeas se disuelve en un espacio mítico llamado “Europa” –lugar que “existe únicamente en el imaginario latinoamericano”– que a la distancia “exige esa actitud de reverencia que es propia de las relaciones de dependencia y dominación”. Así la negación de la identidad histórica sindica al latinoamericano como un ser monstruoso que, en su incapacidad creativa, sólo tiene la opción de un “juego” infinito de “modificación” y de “distorsión” de los originales. En ello se revela una malignidad que se entrega a la “manipulación irónica” y a los “recursos de la ambigüedad” y que se explicita [en] el proceso de degeneración sufrido por el discurso europeo a raíz de su transferencia en Latinoamérica. El ser latinoamericano se siente enjuiciado y vistimizado, por ende, de acuerdo con las normas culturales más arcaicas y brutales de su historia. Indudablemente ellas reactualizan imágenes del trauma de la Conquista y de la Colonia, condenándolo a una existencia neurótica en la medida en que esas imágenes traumáticas son ubicadas en un presente permanente, se las revive infinitamente y nunca se las supera.

No obstante, con la asunción de su monstruosidad histórica, el ser latinoamericano inicia un “viaje” de “virtud terapéutica”, en el cual reconoce que entre la sinopsis y la película original habría otra película. La “película” propia implicaría la recuperación de la capacidad de examinar el entorno antes saturado por el pavor de la magnificiencia europea para situar la cultura impuesta en términos más humanos y objetivos, llegando así a la capacidad de narrar la historia sin ocultamientos ni reverencias patogénicas. La terapia terminaría con una conciencia de la desterritorialización cultural del ser latinoamericano y con la construcción de una identidad sobre la base de la manipulación ahora irrespetuosa de los códigos simbólicos antes reverenciados. Esta terapia muestra una autoagresividad, una autodenigración y sentimientos de culpa como fundamentadores de la identidad monstruosa anterior a la aceptación y reorientación constructiva de su energía.

En definitiva, el entendimiento crítico de las formas de la intelectualidad chilena a través del estudio de la Revista de Crítica Cultural, llama la atención sobre la necesidad de abandonar plataformas exclusivamente macroteóricas con que se ha venido desarrollando el estado actual de la crítica literaria latinoamericanista socio-histórica. Esta crítica literaria se encontraría en un momento crucial de su historia: la tradición de canonizar y privilegiar ciertos textos de la alta cultura oficial como instrumentos fundamentales en la creación de las identidades nacionales no tiene sentido frente a los efectos de una industria cultural transnacionalizada. Ante esta situación, la única salida para una renovación es que la crítica literaria socio-histórica se reconozca como una crítica de la cultura, donde a través de una perspectiva antropológica y sociológica se privilegie el estudio de microexperiencias específicas por sobre el espectro macroteórico.

La segunda argumentación postmodernista estudiada por Vidal es la de José Joaquín Brunner, intelectual que ha usado con más frecuencia el término “postmodernidad” como punto de entrada para la discusión del sentido de la cultura chilena y latinoamericana de las últimas décadas.

Brunner descarta el significado del término “posmodernidad” como superación de la “modernidad”, puesto que en Latinoamérica ésta es un estadio alcanzado, aunque no del todo profundizado. Brunner más bien restringe el significado de la “postmodernidad” a la aceleración de las bifurcaciones institucionales en la producción cultural como consecuencia de las racionalizaciones modernizadoras. No obstante, debe considerarse que la relación de Brunner con el concepto de “postmodernidad” puede hacerse ambigua ya que, en algunos momentos, pierde su neutralidad heurística para convertirse en un estadio cultural simultáneamente deseado y temido.

Los argumentos sustentados por Brunner se organizan poniendo la teoría de la Dependencia en el trasfondo e instalando en el primer plano el concepto de “modernidad” tomado de Jürgen Habermas. La modernidad es caracterizada con las categorías de secularización, especialización, diferenciación, pluralización, tecnocratización, fragmentación y heterogeneidad que, sin embargo se mantienen unificadas bajo un sistema de administración social científica. Esas categorías configuran, además, un mundo “desencantado” en la medida en que la religión y la fe ceden paso ante el cálculo de eficiencia en la inversión de recursos, productividad y réditos en la administración social.  En lo que respecta a Latinoamérica, Brunner plantea que la condición de modernidad sólo se alcanzó en el continente a partir de 1950, sobre la base del desarrollo capitalista, la expansión de los mercados internacionales y, por tanto, con la centralidad y supremacía del valor de cambio. Sólo desde esa época ya es obvia la transformación de los países latinoamericanos en “sociedades de masa”. Esta masificación de la cultura hace que la heterogeneidad racial, étnica y de clase se articule en Latinoamérica como un “pastiche o collage cultural”, esto es, una configuración heteroclítica de elementos tomados virtualmente de cualquier parte, pero siempre fuera de su contexto de origen.

Así, la sociedad chilena es imaginada como un escenario teatral en que los seres humanos deben constituirse, individual y colectivamente, como actores en un espacio acotado por una extrema violencia, profundas dislocaciones de sentidos y significaciones y de confusas reorientaciones normativas de la acción humana.

El encuadramiento argumental de Brunner sobre la tensión entre modernidad-postmodernidad, ubica al autor en una postura historicista, que, a pesar de mantener el concepto de modernidad como categoría universal, más bien establece un criterio de verdad restringido a circunstancias históricas extremadamente acotadas: las de la periferia en el sistema capitalista transnacionalizado. El ser latinoamericano, en una monstruosidad “contrahecha, disparatada y deforme”, estaría motivado por las energías perversas de las pasiones nacionalistas revolucionarias que lo arrastran a la violencia. América latina estaría condenada a la modernidad, condenada a vivir en un mundo donde las imágenes de modernidad y modernismo, vienen de fuera y se vuelven obsoletas antes de que sea posible materializarlas. América latina, entonces, se vuelve en un espacio de proyecto, ecos y fragmentos, de utopías y pasados, cuyo presente sólo se puede percibir como una crisis continua. La cultura se constituye, finalmente, en una formación social de masas, tendencialmente internacional, altamente diferenciada y no controlable desde ningún centro. Una cultura, por lo mismo descentrada, desterritorializada, incapaz de reflejar el alma de ningún pueblo sino los deseos y anhelos y la sensibilidad y el trabajo de una ‘nueva clase’ –los productores y mediadores simbólicos– y, a la vez el trabajo generativo de una infinidad de receptores-consumidores que procesan, interpretan y se apropian de esa masa de signos producidos y transmitidos. 

El último autor del que se ocupa Vidal es Marco Antonio de la Parra, el cual contaría con la desmesura necesaria para elevar la historia chilena reciente a un cuestionamiento de la ontología humana mientras simultáneamente la estaría trivializando y enmascarando con íconos creados por la industria cultural. De la Parra no tiene reparos en declarar su creencia en un inconsciente colectivo nacional y que la función social del escritor es servir de canal para los sueños de una colectividad. El acto de aliviar la neurosis de un paciente sufre una transposición megalomaníaca, la de psicoanalizar a toda la cultura chilena.

Dentro de la producción de De la Parra pueden reconocerse tres ciclos: el primero, relacionado con el psicoanálisis de la cultura y el surgimiento de la modernidad donde el tema estructural básico es la necesidad del asesinato ritual de la figura del Padre;  el segundo, referido al nihilismo nietzscheano y ruptura posmodernista y el tercero, vinculado con la iluminación y la disciplina del bodhisattva.

El segundo ciclo es el que lo establecería como escritor posmodernista. En este contexto, De la Parra, desde una perspectiva freudiana, asevera una persistencia de impulsos instintivos: éxito sexual por parte del id; supervivencia individual por parte del ego; la contradicción entre la agresión contra el Padre y la conmemoración de Su altruismo por parte del superego y la perenne aparición de simbologías y rituales para disolver las formas más agudas de conflicto generacional. Teniendo en cuenta esto  se debería aceptar una serie de suposiciones: primero, la supervivencia de la cultura implica la ironía de que la enfermedad mental es la base inevitable de la “normalidad” cultural; segundo, el imperativo de enfrentar y tratar de derrotar infinitamente al Padre Primordial en ciclos eternos, a la vez de detectarlo en la vida cotidiana escondido bajo máscaras y disfraces innumerables; tercero, Eros es una fuerza “ciega”, éticamente neutral, que afirma la continuidad de la vida más allá del bien y del mal. Esto significa un continuo desbalance en que los individuos, por afirmar la vida, quizás no tengan otra alternativa que traicionar sus más caros ideales.

Así, el perfil postmodernista de este segundo ciclo arranca del escepticismo nihilista en cuanto a la efectividad de las narrativas maestras de redención científica de la humanidad administradas por instituciones políticas y el Estado. En el contexto chileno, este postmodernismo se relaciona directamente con el cuestionamiento de las razones del colapso de la Unidad Popular en 1973. Las narrativas maestras de redención científica que luchaban por hegemonizarse eran todas importadas, no habían surgido de necesidades estrictamente nacionales, lo cual explicaba la inflexibilidad con que se las había aplicado.

En el contexto político, la adopción a Nietzsche contribuyó a combinar dos series conceptuales muy complejas: el destino humano y la naturaleza del cosmos se reflejan mutuamente como una tensión nunca resuelta entre Eros = Principio de Placer = Principio Dionisiaco + Principio Apolíneo = Principio de Realidad = Thanatos. La tensión entre ambas series es precedida por la imagen ilusoria del Padre Primordial como figura de la que provienen tanto el sufrimiento como el desafío del que surge toda creación. Los seres humanos serían castigados y condenados por oscilar entre la destrucción y la creación. Así, la capacidad de creación de los seres humanos estaría marcada por la tragedia y reflejaría la naturaleza nihilista del cosmos en la que la destrucción y la creación se vuelven términos equivalentes. Esta equivalencia provoca un nihilismo aún más profundo: el imposible deseo de escapar del dolor de los ciclos repetitivos de la historia y de la creación cultural, negando todos los utensilios conceptuales y materiales que las han hecho posible. Por tanto, el aburrimiento, la traición y la certidumbre de participar en una broma cósmica, junto con el deseo de liberarse de todo esto se convierten en el principal impulso dialéctico de toda creación artística y cultural.

De esta manera, Vidal pone en escena tres posturas posmodernistas que responderían a una motivación inicial vinculada con la intranquilidad ante la forma en que la crítica latinoamericanista de los discursos culturales ha venido debatiendo la temática de la postmodernidad. Vidal da prioridad al entendimiento de instancias concretas: es decir, los modos con que ciertos intelectuales  deciden utilizar el concepto de postmodernidad como respuesta a incitaciones originadas en un contexto social e histórico específico, dando cuenta en el terreno práctico, que el núcleo central de la problemática postmodernista en Latinoamérica no estaría en un juego de captación de taxonomías de la postmodernidad, sino en los intentos por redefinir los nexos entre discursividad cultural y política en una época de cambios sociales que intentan superar sucesos catastróficos anteriores.    
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