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| Travesuras De La Niña Mala
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| por David S. Blanco
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Este relato por encima de todo es una gran historia de amor. Se le podría achacar que es un amor perro pero, ¿cuántos tipos de amor hay? Y, ¿quién se encuentra libre de ellos? En el centro de la novela se encuentra Ricardo Somocurcio, un peruano afincado en París, traductor de profesión y esclavo de amor de la niña mala. No podemos decir el nombre de ella porque no lo tiene, o no uno verdadero, ella se llama dependiendo de la etapa de su vida en la que se encuentre.
Ricardo, joven pequeño-burgués peruano, tiene un sueño y una aspiración clara en la vida: vivir en París, la ciudad de la luz, el ideal de belleza, de cultura; la cosmopolita y avanzada capital de la vieja Europa, el adalid de la cultura y el elitismo. Allí trabaja como intérprete de varios idiomas y vuelve a ver a la niña mala, en ese momento camarada Arlette, enviada de las guerrillas peruanas a Cuba para instruirla en la revolución. En ella reconoce a la falsa chilenita de la que estuvo enamorado de adolescente y a la que se da cuenta, sigue queriendo. Comienza aquí una tórrida historia de encuentros y desencuentros, de amor fugaz en el tiempo interrumpidos por las fugas de ella en aras de una ambición, de una codicia de bienestar basada en el lujo y el dinero, en la creencia de una seguridad fundamentada en la piedra filosofal.
El tiempo va transcurriendo para ambos con periodos de desesperación y tristeza para Ricardo cuando no la tiene y eternos reencuentros en diferentes ciudades, identidades y formas de vivir de la camaleónica niña mala. Atrás van quedando amigos y vivencias, recuerdos y propósitos no cumplidos mientras perdura el amor infinito e incomprensible, necio, inabarcable y obstinado de Ricardo y la frialdad y perversa actitud de ella que aparece y se esfuma, que se va pero permanece la cruel esperanza de un retorno feliz. Pasando por esposa de diplomático francés se vuelven a ver en París, escala de nuevo a esposa de un magnate inglés donde es encontrada por Ricardo en Londres. Más tarde permuta a querida y objeto de un gángster japonés para salir mal parada y volver a los brazos del niño bueno que siempre la recibe con los brazos abiertos, con la predisposición de quien acoge al hijo pródigo, al amor retornado.
Vargas Llosa va engarzando sus vidas en la segunda mitad del siglo XX, dando deliciosas pinceladas de historia de esta época y dejando ver el magnífico y glosado conocimiento que tiene de ciudades como París, Londres, Tokio, Madrid o su Lima natal y su personal historia de amor-odio con el Perú que le vio nacer.
Con toda esta mezcla nos pone ante uno de los enigmas de nuestra naturaleza humana: por qué ansiamos lo que no tenemos, por qué pretendemos lo que no podemos conseguir, por qué el amor se obstina en atrapar lo que sabe que lo va a destruir y a la vez por qué a pesar de todo y de vez en cuando, algo se ilumina, arranca, funciona y echa a andar.
Con un final apoteósico y exquisito, delicado como la primera brisa que barrunta la primavera, nos entrega a la disyuntiva de sabores dulces y amargos que caracterizan eso que, sin saber muy bien qué es, llamamos amor.
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