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portada Tánger Bar
Ficha del Libro:

Título: Tánger Bar    comprar
Autor: Miguel Sánhez-Ostiz
Editorial: Seix Barral
I.S.B.N.-10: 8432245879
I.S.B.N.-13: 9788432245879
Nº P´gs: 189


Tánger Bar
por Antonio Ruiz Vega

  Cronológicamente "Tánger Bar" es la tercera novela de Sánchez-Ostiz, pues sigue a "Los Papeles Del Ilusionista" (publicada en el 83, pero escrita en el 80) y a "El Pasaje De La Luna" (1984). Con respecto a las anteriores es una ruptura y tiene una cierta continuidad en obras posteriores, como "La Gran Ilusión" y, mucho después "La Caja China". Dejando aparte "Los Papeles Del Ilusionista" que es la obra fundacional y donde está ya en germen todo el universo narrativo que Ostiz irá luego desarrollando (véase que, por ejemplo, su última novela, "No Existe Tal Lugar", es una vuelta a los mismos escenarios que bosquejara en "Los Papeles Del Ilusionista"), lo cierto es que "Tánger Bar" no tiene mucho que ver con "El Pasaje De La Luna" tanto por cronología como por estilo, intención, etc. Pues si "El Pasaje De La Luna" es una evocación historicista de la Pamplona de ayer (años veinte o treinta), este "Tánger Bar" podría ser contemporáneo del momento en el que aparece, aunque con referencias continuas a dos décadas atrás. Tenemos aquí a un personaje que regresa después de muchos años a la ciudad donde vivió, donde conoció a un muy concreto grupo de personas (Rafael Horne, Altube, Ana Lisa, Marta Berraondo) cuyas vidas giraron en torno a un establecimiento mítico, el "Tánger Bar" homónimo. Pero, para empezar, lo encuentra derruido: no existe. A partir de esta sorpresa inicial nuestro personaje evoluciona por la ciudad, trata de tomar contacto con los viejos amigos y pronto nota como camina de decepción en decepción. El mundo que conoció, y al que regresa sin demasiado entusiasmo, apenas para cerciorarse de su estado, se ha esfumado, sólo quedan cenizas que él va aventando mientras reúne una colección de objetos heteróclitos: un bibelot marino, un frasco de perfume, libros, la maqueta de un barco en una botella, etc. Dentro de "Tánger Bar" (no es el único caso dentro de la obra de Ostiz) nos encontramos con la sorpresa de la "novela dentro de la novela". En efecto, nuestro personaje encuentra en una librería de lance un libro titulado, precisamente, "Tánger Bar". Alguien, antes que él, ha escrito su peculiar historia. Altube, uno de sus antiguos compañeros de correrías, en paradero desconocido, ha narrado en este libro las andanzas del grupo de amigos de antaño. La lectura de este libro le informa de algunas cosas ocurridas en su ausencia. Después será un viejo anticuario quien le más pistas, bastante embrolladas. Poco a poco va atando cabos, encuentra a Muguiro, pelotari y jugador de póker, quien le dice por primera vez que Ana Lisa -la compañera sentimental del protagonista- murió hace tiempo. Con ella vivió una aventura amorosa desigual, al ser ella mayor que él y dotada de mayores medios económicos. Nuestro personaje, vagamente estudiante, era el más joven del grupo, y por ello el más incauto. De hecho su partida se produce por la extraña muerte del "Negro", otro personaje insólito a medio camino entre el terrorismo y la delincuencia, que aparece flotando en las aguas del mar. Su muerte provoca la desbandada del grupo y la detención del narrador. Buscando respuestas se entera de que también Marta Berraondo está fuera, que quizá no vuelva nunca. Finalmente su búsqueda se centra en Rafael Horne, el alma máter del grupo, el "macho dominante" (este tipo de personaje aparece con mucha frecuencia en la obra de Ostiz: es arquetípico). Pero Horne se esconde, no se pone al teléfono, está "missing". Da con su casa, pero nadie le abre. Y de pronto, una noche, (quizá detrás del Urgull, en el rompeolas?), se cruza con él. Es una sombra de otros tiempos, macilento, envejecido. Ambos regresan a la casa de Horne y allí se van desvelando algunas claves del pasado. La muerte de Ana Lisa, al parecer de una sobredosis, una muerte sobre la que la prensa de la época parece haber pasado como sobre ascuas. Una muerte misteriosa que nunca fue investigada a fondo. Horne da una explicación plausible. El que antaño había pastoreado al grupo parece encontrar, frente al más joven de sus epígonos, restos de su pasada autoridad y le trata con la suficiencia de ayer. Tras esta entrevista, que transcurre en la casa de Horne, escenario de decadencia (huellas de cuadros en las paredes, vendidos a anticuarios, etc.), el narrador regresa al hotel donde vive, intenta sacar alguna conclusión, nota que lo que Horne le ha contado no cuadra, etc. Finalmente, una segunda visita al chamarilero, a quien presiona, le revela la verdad: a Ana Lisa la dejaron morir por orden de Horne, quien así quiso evitar un registro, el hallazgo de drogas, etc. Fue prácticamente un homicidio. Aunque Ana ya no signifique nada para él, regresa a donde Horne y se produce una verdadera catarsis. Viéndole vencido, le humilla, le golpea, le hace confesar su crimen y le abandona envuelto en lágrimas. Es todo un pasado el que así queda exorcizado: la muerte de Ana, la del "Negro", nunca explicitada, su propio abandono como "chivo expiatorio" ante la policía, etc. Reniega aparece aquí también: "Un viejo caserón que se caía a pedazos y que tras su apariencia de rancia hidalguía ocultaba la podre de sus moradores: eran aviesos, rapaces, rencorosos, violentos y pasaban por ser lo que en efecto eran". Imagen que no se compadece con la de "Los Papeles Del Ilusionista" y mucho menos con la francamente idealizada de "No Existe Tal Lugar". "Del maldito caserón pude desprenderme más tarde sin remordimiento alguno con total alivio y a través de intermediarios". (Pág. 30). Esto no lo hubiera firmado el protagonista de "No Existe Tal Lugar" ni siquiera el de "La Caja China" que, por cierto, es quien termina vendiendo la casona más o menos de matute. Vemos, pues, que Ostiz juega con sus personajes lo mismo que juega con los lugares, que los intercambia, que los baraja, que los coloca donde quiere y les hace hablar. Que el tono, tan sinceramente autobiográfico como nos parece, no lo es tanto, que sin duda todos los personajes de sus novelas son él mismo, pero en algunos aspectos. Sucede como en toda obra novelística, claro, pero en el caso de Ostiz acude, a veces, la tentación de reconstruir su vida como si de un puzzle se tratara, a partir de sus novelas. Y no es posible. Tenemos, por ejemplo, su experiencia como anticuario o brocanteur. En algunas novelas se habla de ella con detalle, el aprendizaje primero, luego la experiencia en Madrid, los viajes al país vasco francés, con su socio Gonzague (que aparece en "La Caja China" y también en "Los Papeles Del Ilusionista). Aquí también, en "Tánger Bar" advertimos esta fascinación por los objetos, ese fetichismo de lo ya vivido, como en los cuadros de Braekeleer. Así uno de los personajes claves de "Tánger Bar" es el misterioso anticuario que le orienta y le despista con sus palabras. O la tienda, ya cerrada, de Marta Berraondo, que describe en la página 42: "Recorro estas calles como quien recorre un laberinto conocido y juega a hacer que no lo conoce y se pierde en él. Voy recorriendo cada calle, deteniéndome ante algunos comercios, ante algunas fondas, ante algunas casas de comida, diciéndome, sí, aquí fue, no sin cierta angustia. Me estoy complaciendo en una nostalgia fácil, en la celebración del recuerdo de esos días del término de la adolescencia que corresponden al inicio de una forma de vivir y que la memoria tiende a magnificar sin fundamento alguno, y a mantener iluminados por más tiempo del necesario, como si de un pequeño y secreto museo se tratara. Una nostalgia demasiado fácil por un pasado que yo quiero ver como algo amable, sentimental, carente de miedo y de fantasmas: pero que ya sé que en su fondo es siniestro y esconde la podre y el horror". (Pág. 45). "La podre y el horror"… hay en todas las novelas de Ostiz, y en esta también, algo así como sombras ominosas que unas veces vemos actuar (matando), como en "Las Pirañas" otras a punto de hacerlo ("La Caja China"), que tan sólo se insinúan vagamente ("Los Papeles Del Ilusionista") o, como en "Tánger Bar" que bordean y rodean a nuestro personaje, que se cruza con ellas y desentraña su obra, es como un miedo poco explicitado, casi cósmico, incontrolable, que en cualquier momento puede terminar con todo. Algo de esto se trasluce, también en la visita al anticuario, cuando le estrecha a preguntas, y éste salta, incongruentemente con esta extemporaneidad: "¡Y además yo no quiero saber nada de todos vosotros. Estáis podridos. Ja. Podridos. Puag!". ¿A quién se refiere? ¿Al círculo de amigos/ex-amigos del protagonista? No queda claro, y al momento, cambia de tono y se muestra afable con él. Pero el narrador reconoce: "Tengo la sensación de haber escapado de algo siniestro". Porque, en el fondo, "Tánger Bar" es una de las novelas de Ostiz donde el personaje central, el protagonista, escapa dejando muy pocos pelos en la gatera. Viene de un lugar concreto (Londres) donde afirma repetidas veces haber llevado una vida de provecho y marcha hacia otro lugar donde le espera un cometido concreto (¿Madrid?). Salda cuentas con su pasado de un modo bastante exitoso y consigue hacer la luz sobre los asuntos que le preocupaban. Su discusión final con Horne, a la que nos hemos referido, viene a ser una victoria, una venganza, un acto de justicia, incluso. Esto no quiere decir que las "sombras ominosas" no aparezcan en "Tánger Bar". Lo hacen en la página 89: "Los dos tipos de la barra me inquietan. No puedo apartar de ellos mi mirada. Uno de ellos tiene inequívocos rasgos magrebíes. Y va vestido de una forma pulcra, pero de una inelegancia feroz -una camisa violeta abierta, sin corbata, un traje con chaleco color gris claro con rayas oscuras y unos zapatos puntiagudos también grises...". Las librerías de viejo, los paraísos del bibliófilo y hasta del bibliófago, son lugares predilectos de la novelística de Ostiz. Aquí, en "Tánger Bar" no podía faltar una librería de éstas, que hasta tiene nombre, y hasta fecha de nacimiento: "Casa Azcona, fundada en 1886": (Pág. 67). "Es una librería muy antigua y tiene un encanto especial. Uno se creería en una de las librerías de los alrededores del Museo Británico. Está atestada de libros colocados sin mucho orden, aprovechando todos los huecos de los anaqueles. Los mostradores tienen una barra de latón dorado para colgar los bastones. Dejo en ella mi paraguas. En el centro hay una gran mesa abarrotada de pilas de libros de saldo. Sobre ella una gran lámpara con dos pantallas verdes. En las paredes algunos apliques también con pantallas verdes. Un altillo con barandilla recorre la librería por sus tres lados. Toda la carpintería tiene un barniz rojizo oscuro y muy brillante. Frente a la puerta un precioso reloj enmarcado en un barroco marco tallado con flores y frutos multicolores y en una rodela de porcelana de brillo apagado con unos pensamientos de decoración...". Es en esta librería donde encuentra nada menos que una edición de la novela del pintor Gustavo de Maeztu, "Andanzas y episodios del señor Doro" y es allí donde se topa, en un montón de libros de lance, nada menos que la novela de Luis María Altube, "Tanger Bar". "Es la primera sorpresa agradable que he tenido desde mi llegada. Agradable y divertida". En "Tánger Bar", en ese "Tánger Bar" dentro de otro "Tánger Bar", descubre sucesos relacionados con su círculo de amigos durante los años en los que ha estado fuera. Descubre también cosas abracadabrantes o, como suele decir el propio Ostiz, "Jacarandosas". Altube desbarra, lo trabuca todo, hasta es difícil de concebir con qué intención o proyecto ha escrito aquel libro que, además, apenas se ha vendido (lo demuestra su malbaratamiento en la pila de libros fules). El propio protagonista lo es también de este "Tanger Bar" apócrifo, donde aparece como una especie de ridículo chevalier servant de Ana Lisa, que en el libro es el Hada Morgana. Pese a todo se observa un deseo por parte de Altube de huir de aquel mundo, de escapar, lo que finalmente hace. Luego sabremos que el libro se publicó bajo el mecenazgo de Rafael Horne, siguiendo sus consignas, pero entre líneas se observa la burla de Altube, que trata a Horne con un comedimiento tan exagerado, lo pondera tanto, que lo pone en evidencia, lo hace ridículo. Es la venganza de Altube antes de huir, como no deja de notar el protagonista. Fatigando las hemerotecas nuestro personaje trata de hacer luz sobre la muerte de Ana Lisa, la que fue su amante, pero no encuentra más que una espesa tinta de calamar: todo el mundo pasa sobre el asunto como sobre ascuas. Claro que, en el fondo, tampoco le interesa tanto. ¿Qué representa para él el recuerdo de Ana Lisa? Por momentos llega a llorar pensando en ella, pero luego se pone en su sitio, abandona todo idealismo. Aquello ya pasó, puede que nunca tuviera sentido. ¿Qué mueve entonces su encuesta, su búsqueda de respuestas? (Pág. 113). "Tiene gracia, hace falta ser un iluso para emprender una indagación sobre un pasado inexistente, o ni tan siquiera eso, una fabricación de ese pasado, un rompecabezas que voy inventando pieza a pieza. Una indagación engañosa porque yo sé muy bien cuáles son los espacios más recónditos y secretos de ese pasado que no quiero tocar, en los que no quiero mirar porque no es necesario, porque a parte alguna conduce como no sea a la estéril fascinación por el horror". Las constantes de la obra de Ostiz aparecen, pues, aquí. La vida no vivida, la vida que se esfuma entre las manos. El sentido de la amistad, o su falta de sentido, con más precisión. Las relaciones tormentosas dentro de un grupo social que se devora. Los paisajes del alma vistos a través de una ciudad (aquí Donosti), el propio sentido de la vida, el gusto por los objetos antiguos (libros incluidos) "vividos", la nostalgia por lo que nunca fue, etc.
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