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| Santepar
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| por Noelia García
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1779 es el año en el que nace nuestro personaje. A pesar de ser castellano viejo e hidalgo de sangre, envuelto en el ambiente oscuro de su sótano entre probetas y vasijas, dedica todo su tiempo a enredarse en las telarañas de la ciencia y se convierte en alquimista, siguiendo los pasos de su padre al que juró en su lecho de muerte contentarlo y seguir sus pasos, circunstancias que le trajeron la ruina y la desilusión. Lejos de los campos de batalla que inundaban una negra España y apartado de placeres tales como la bebida, la comida y el amor, pasaba los días, los meses y su misma vida sin caer en la cuenta de ello.
Se hallaba en estos menesteres, cuando tuvo lugar un descubrimiento que cambiaría para siempre el rumbo de su vida y su propia existencia. Corría el año 1723, estando en el sótano de su torreón, completamente desnudo y sumido en sus experimentos, intentaba descubrir una solución para dar consistencia a los materiales débiles cuando, una gota de aquel líquido fue a parar a su más preciado apéndice, el signo de su virilidad. En aquel preciso instante no dio más importancia a lo acontecido pero, al asomar la mañana siguiente, sintió cómo una fuerza inexplicable se apoderaba de su cuerpo y al vestirse descubrió que aquella gota había hecho crecer de forma descomunal su miembro viril. Tras analizarlo, tantearlo y buscar las posibles causas de su asombroso crecimiento, sintió terror por las posibles consecuencias de tan extraordinario hecho pero, tras varios días de observación y análisis, concluyó que aquellas fuerzas renovadas y el nuevo brío que sentía, no podían acarrearle nada malo y volcó entonces todo su empeño en determinar si había descubierto “la eterna juventud”. Para ello decidió que debía partir a la corte, donde podría dar rienda suelta a sus experimentos, que pasaban por comprobar (siempre movido por la ciencia y no por el placer), si tales atributos cumplían su misión en su correspondiente campo de batalla: las mujeres.
Fue así como nuestro personaje va a parar a una de las “casas de citas” de la corte, y tras buscar al objeto de su experimento entre las muchas mujeres allí presentes, pudo por fin corroborar que la ciencia lo había dotado con atributos extraordinarios, tras lo cual cayó sumido en un profundo sueño. A la mañana siguiente, tras comprobar lo avanzado del día y esperando que lo echaran a patadas del lugar, no salía de su asombro al ver que las mujeres del lugar entraban en la habitación con flores y fruta, lo trataban cual marqués y lo vestían con prendas acordes a tan digno linaje. Tras un intento por pagar tan buenos tratamientos, cejó en su empeño al ver que no sólo no estaban dispuestas a aceptar aquellas monedas, sino que lo invitaban a pasar por allí cada vez que quisiera. Dando buena cuenta de tan buenos resultados a su científica empresa, se abandonó a los menesteres de la ciencia cada noche mientras durante el día, retomó su más temprana vocación: la pintura. Fue así como conoció a una de las personas que más influirían en su destino: el conde de Santepar.
Hallábase sumido en una vida dedicada al arte y los placeres carnales cuando una noche, una de las mujeres con las que compartía lecho le haría el terrible descubrimiento que marcaría su fatal destino y le haría vagar por conventos y campos abandonado en manos de la miseria y el remordimiento.
Campos Reina, este cordobés de Puente Genil, nos trae esta novela deslumbrante e inteligente. Con su prosa barroca, culta y poética, nos describe una España desgarradora y negra con tanta nitidez, que nos transporta a un espacio mágico. Nos envuelve en una atmósfera sensual y un entorno lujurioso, por el que se pasean todo un elenco de personajes que luchan por hacerse un hueco en tan esmerado escenario que es fiel reflejo de una época tan decisiva e importante como lo fue la España del siglo XVIII.
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