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Playa De Los Alemanes
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por Pedro M. Valenzuela
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Decía el autor de EL RUIDO Y LA FURIA que todos los novelistas quieren escribir poesía en primer lugar, descubren que no pueden, entonces prueban con los relatos cortos, que es lo que más cuesta después de la poesía y, tras fracasar también en eso, sólo entonces se ponen a escribir novelas. Y como creo que la dificultad sigue ese orden, aunque conocí al poeta Eduardo Jordá a partir de su conmovedora novela ambientada en la guerra civil de los años noventa en Burundi titulada PREGÚNTALE A LA NOCHE, acogí con tantas ganas como recelo esta colección de relatos titulada PLAYA DE LOS ALEMANES, su anterior publicación, donde tan acertadamente consigue convertir la tristeza y la serena tragedia que planea por las distintas localizaciones (Todo el pueblo estaba asustado. Muchas mujeres lloraban. Los hombres andaban muy serios.) en pequeñas historias para contar en fríos atardeceres que ayuden a confundir el escalofrío de la humedad de la noche que cae con el de la conciencia intranquila.
La desesperada pequeña dependienta de una tienda de bisutería al norte de Tailandia, el viejo obispo viendo pasar los días sentado en un hotel en la ribera del lago Cohoha de Burundi, la mujer ucraniana o rusa que sabe lo que el hombre espera sin haberlo aprendido, o los dos viejos amigos dublineses de Joyce asistentes desde la oscura barra de un pub a la celebración de un Bloomsday (con la aparición estelar de Phil Lynott)… historias que hacen especiales a personas cotidianas convertidas en náufragos del tiempo, estoicos dirían otros, que se suceden en escenarios muy distintos, da igual que sean inventados o no, convertidos en una parte más de la personalidad de los distintos protagonistas. Éste es una de los principales alicientes de los relatos de Jordá, que consigue dar ese toque personal que necesitan los cuentos partiendo de pequeñas situaciones sin importancia donde retrata a personajes nada extraordinarios en apariencia pero tan bien construidos como complejos, que se enriquecen y complementan magistralmente con los lugares donde se encuentran, demostrando la sinergia que resulta de la comunión de personajes y escenarios (cuenta el autor con varios libros de narrativa de viajes) que juntos zozobran y corren el peligro de quedar varados como el barco de la impresionante fotografía de la portada. Además, como siempre hay calma después de la tormenta, tenemos el regalo de LA LUZ CUANDO ATARDECE EN LISSADELL, un homenaje a William Yeats (Pedidme que encienda la llama y sople) con el encanto de los secretos compartidos que con el tiempo se convierten en recuerdos para dar forma a las historias.
Historias y literatura para demostrar que las segundas oportunidades sólo sirven para poner de relieve la miseria humana que la primera vez se pudo disculpar por ingenuidad o falta de experiencia, cuando en el fondo lo que dejamos de hacer suele ser por pereza o cobardía. Un total de doce cuentos que huyen de la tan socorrida reconciliación que abunda en las principales estanterías de librerías donde se estila la historia cerrada con todos los cabos bien atados que mezcla la burda copia de otros que lo hicieron mejor con la guía rápida de autoayuda y porque tú lo vales que venden en los aeropuertos. Siempre es mucho más estimulante encontrar historias como éstas, más políticamente incorrectas y mucho mejor escritas que logran confrontar las distintas caras que creemos tener haciendo aflorar muchos de los prejuicios que intentamos ocultar. |
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