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| Piedras Encantadas
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| por Antonio Ruiz Vega
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Aunque suene a "realismo mágico", el título "Piedras Encantadas" alude a una banda de niños delincuentes famosa en Guatemala y este libro versa sobre este mundo del narcotráfico y las mafias urbanas de la ciudad de Guatemala, el país más hermoso, la gente más fea...
Prototipo de la ciudad dura, donde la gente rica va en blindados y los hombres de negocios más exitosos llevan chaleco antibalas.
Un personaje que comienza por confesarse su nombre, Joaquín Casasola, recibe la visita de otro, Armando Fuentes, procedente de Cobán. Armando le trae un paquete de marihuana y enseguida le confiesa que acaba de tener un accidente. Al pasar por el centro con su camioneta ha atropellado a un niño que montaba a caballo, cree que lo ha matado.
Van a ver a un abogado, Franco Vallina, especializado en entuertos, uno de esos que en Guatemala llaman Abogánsters. Franco se entera rápidamente que la policía anda buscando la camioneta, que tienen una descripción y dos números de la matrícula.
El niño atropellado, Silvestre, de origen belga, es un huérfano adoptado por guatemaltecos. Algo insólito, pues lo más frecuente es que sean las familias europeas quienes vengan a Centro y Sur América a adoptar niños, pero la clase alta de Guatemala tiene querencia por los niñitos rubios. Su padre adoptivo, Faustino Barrondo, es un hombre poderoso que no le niega ningún capricho, y el último ha sido el de andar a caballo por el centro de Guatemala, acompañado de un custodio al que, tras el accidente, se le culpa del mismo. Mientras Silvestre agoniza en el hospital, algunos comienzan a interpretar el suceso en claves conspiratorias.
Joaquín decide huir del país, marchar a España con su amante, Elena, periodista del Independiente (je, je je). Su director, Jorge Raúl Medroso, le informa de que el accidente pudo ser provocado, o que eso al menos se piensa en ciertos círculos... que se trata de una venganza.
Este Jorge Raúl Medroso es una especie de factotum de la prensa guatemalteca aunque personalmente no sepa ni escribir (tiene un negro, o mejor dicho una "negra"). En Guatemala sólo el 0,7% de la población lee la prensa y aún así los lectores los usaban sólo como guía de compras o de modas, o como agendas del ocio.
El autor habla con despego de la Guatemala oficial, no sólo de su prensa, su abogacía o sus "capitanes de empresa". Al hablar del Paseo de la Reforma recuerda que ésta se hizo para quitar a los indios sus tierras, ironiza sobre los Próceres, a quienes está dedicada una avenida y se chotea del Gran Palacio Nacional, a quien llaman el Guacamolón, porque parece una ensalada de guacamole, por la argamasa verde con la que está revestido y la mixtura de ingredientes arquitectónicos que lo conforman. Dice que en sus sótanos hay una IBM que procesa información sobre todos los guatemaltecos. Este sótano es el corazón del corazón de nuestra sangrienta democracia.
Mientras tanto Joaquín y Elena se encuentran en un hotel, antes de salir del país. Están preocupados:
"– No creo que estemos muertos, no todavía
– ¿No?
Ella dejó a un lado su copa.
– Mas yo diría sin embargamente –se sonrió con desenvoltura inesperada– que vos ya te estás poniendo tieso.
– Como de piedra– dijo él.
Ella lo tocó.
Era verdad".
Así acaba esta insólita novela, plena de americanismos que le prestan un tono exótico. Agil y ligera, sin que se acabe de desentrañar del todo el enigma que plantea un suceso aparentemente banal pero que va complicándose y adquiriendo una dimensión conspirativa inesperada. Pensándolo bien hay algún paralelismo con Crónica de una muerte anunciada. |
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