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Perforaciones
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por Ignacio Segurado
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Hay un movimiento mecánico que se repite en cada uno de los relatos que componen PERFORACIONES, salvo en uno, creo recordar. Es el gesto del cigarrillo en la mano y la calada honda, serenamente compulsiva. El tabaco perfora los pulmones; la bebida -también presente en altas dosis- perfora el hígado. Pero no es, o no sólo es, la nicotina y el alcohol lo que taladra por dentro a los personajes de estas historias, sino el reconocimiento íntimo de vivir en la encrucijada moral permanente, en la dolorosa elección de salvar algo de sí mismos para seguir siendo ellos mismos, para simplemente seguir siendo: una fotografía, un hijo, un hermano, el pellejo, un matrimonio.
Nada es aparentemente urgente en PERFORACIONES, salvo la necesidad de los personajes de salir del apuro inmediato al que ellos mismos por indolencia o por cobardía, por afán de reconocimiento o de compasión, por obsesión o por exceso de confianza, se han visto abocados. La escena se repite invariable: dos personas se encuentran, la botella medio vacía, los ceniceros sucios y después de agotado el tema de la vida, porque una de ellas ya no ve salida; es la necesitada, y la otra, la buscada. Una usa y otra será -lo sabe- usada. Sorprende que los personajes de PERFORACIONES confíen tanto en el otro. Una confianza nacida de la desesperación o de la falta de recursos propios. Los hombres y mujeres de estos relatos buscan fuera de ellos mismos la salvación, y se juegan a una última carta los vínculos que ni el tiempo ni la intolerancia ni la traición consiguen arrancar del todo.
PERFORACIONES lo forman diez relatos independientes. Cada uno de ellos muestra una cara conflictiva de las relaciones entre los seres humanos. Y aunque no hay una conexión evidente entre las historias, o por lo menos esa es la impresión que a uno le deja la lectura de los primeros cuentos, al poco empieza a crearse una familiaridad que va más allá de la repetición, casual o no, de algunos de los nombres propios. Quizá a esta conexión ayuda la descripción de un paisaje escaso y extático: una cafetería impersonal, una habitación sin muchas vistas, una caravana detenida en mitad de ningún sitio, una fábrica abandonada... Espacios neutros que ceden el protagonismo a unos diálogos maduros y preocupados, sin un ápice de retórica sentimental pero con toda la fuerza de sus propias contradicciones.
Un ritmo sereno, acompasado pero implacable acompaña las muchas despedidas y pocas lágrimas. Las escasas muertes y ninguna reconciliación. ¿Promesas? También las hay, pero en este punto las palabras no avanzan más para saber si fueron, son, serán cumplidas. Y qué más da. |
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