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por Juan Carlos Eizaguirre
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Crichton es un experimentado veterano de los thriller científicos; aunque más bien habría que llamar a sus best–seller novelas de ciencia–ficción, porque siempre da a sus trabajos un toque futurista amparado en argumentos científicos que están todavía sin madurar o experimentar por la comunidad científica y, mucho menos, al alcance del resto de ciudadanos ajenos a los avances de la ciencia.
Quizá por eso a este autor unas veces apasione leerle, y otras pase sin pena ni gloria por el mercado editorial. Fíjense que he dicho: sin pena ni gloria; esto es: novelas aceptables, pero que no están a la altura de las expectativas que este escritor levanta, porque sí hay que afirmar que Michael Crichton es un gran escritor, dentro de su genero, y ha publicado muchas excelentes novelas.
En el caso que nos ocupa, el autor deja volar la imaginación y elucubra sobre la llamada ingeniería genética, y nos describe un panorama de futuro inmediato sobre los grandes logros que el hombre alcanzará con el dominio del genoma humano y de los animales. Aquí ya comienza a desbarrar, pues nos cuenta, ficticiamente, casos de animales parlantes, obtención de vacunas que logran mejoras en el campo psicológico y conductual... Y todo ello desarrollado en unos ambientes casi de delincuencia, donde universidades y laboratorios científicos ocultan a las autoridades estos logros, para poder comerciar y venderlos al mayor postor.
Bien es verdad que el autor se distancia, en varias ocasiones, del optimismo de sus protagonistas, creando una serie de efectos secundarios nocivos en las personas y animales manipuladas por estos científicos y grandes magnates de laboratorios.
De esta forma, Crichton se desmarca de una más que posible equivocación, fruto de su enorme fantasía. En resumidas cuentas, deja la puerta abierta a que la naturaleza pueda revelarse al ser manipulada peligrosamente, y no expone ningún inconveniente de orden ético o moral. |
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