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portada Mordake
Ficha del Libro:

Título: Mordake    comprar
Autor: Irene Gracia
Editorial: Debate
I.S.B.N.-10: 8483063883
I.S.B.N.-13: 9788483063880
Nº P´gs: 192


Mordake
por Antonio Ruiz Vega

  Que en la especie humana, quizá debido a desórdenes genéticos, regresiones, atavismos, etc., son relativamente frecuentes los monstruos es algo conocido. Conozco fotos de casos horrendos similares a los que aquí se describen. Como aquella mujer mongoloide de cuya cabeza salía otra cabecita espantosa, pero con ojos, rasgos, expresión... Son sin duda consecuencias de la excesiva supervivencia de la raza humana. Orinamos hacia el cielo, y luego nos extrañamos de mojarnos. Los zoólogos suelen admirarse de que la mayoría de las especies animales sólo constan de individuos sanos, en la plenitud de su idoneidad animal. La causa es muy sencilla. Los especímenes malformados no duran mucho y, en cualquier caso, casi nunca logran reproducirse. El hombre se ha recreado en transgredir esta ley natural, quizá por la influencia judeo-cristiana, porque tampoco parece que la complacencia en lo decadente sea general en la raza humana, y de hecho hay un cierto horror hacia toda deformidad que cuesta mucho vencer, porque es innato. Lo mismo que la búsqueda de la belleza y el goce con los especímenes más perfectos del otro sexo es, en el fondo, el "piloto automático" de la salvaguardia racial.

La cita inicial de este libro, procedente de "Anomalies And Curiosities Of Medicine" (George M. Gould y Walter L PYLE, 1896). Confieso que, imaginando una impostura de la autora, consulté el Espasa. George Milbrey Gould, nacido en Auburn (Maine), en 1984, escribió, en efecto, ese libro. Estaba, en todo caso, especializado en enfermedades de la vista. De si, en su libro, se ocupa del misterioso caso de Edward Mordake, es algo de lo que ya no podemos opinar.

Dicho lo anterior, hay que explicar que el caso de Edward Mordake, el heredero de una familia noble británica, que vivió en los años del siglo XIX, poseía, en la nuca, un rostro femenino "adorable como un sueño, terrible como un demonio" dotado de expresión propia, que sonreía, miraba, y movía los labios, aunque sin emitir sonido alguno. Si bien es cierto que Edward afirmaba que sus susurros no le dejaban dormir por las noches.

En base a esta extraordinaria historia Irene Gracia ha urdido una narración brillante y escueta donde van alternándose los testimonios que ambos personajes, Edward Mordake y su incómoda hermana (a la que se termina llamando Edwardina). Estaríamos ante el manuscrito encontrado de un diario donde las dos personalidades (que, como veremos, llegaron a un cierto "modus vivendi") van escribiendo sus impresiones a lo largo de toda su vida.

La relación entre ambas partes, siempre difícil, hace que, con los años, todo desemboque en un conflicto irresoluble. El lado masculino, al fin y al cabo el visible, pues el rostro femenino solía estar oculto por los cabellos, era el de un individuo sensible pero apocado, niño mimado, superprotegido sobre todo por su madre. Por el contrario, la parte femenina, lunar, nocturna, se revela como una mujer perversa, muy activa sexualmente que continuamente invade la parte consciente del cerebro que comparte con Edward. Pasados los años, pues al principio se ocultó la existencia del pequeño rostro, Edward y Edwardina, llegan a un compromiso. La mujer dejará vivir al varón las horas del día sin inmiscuirse, sin hablar, sin interferir en sus pensamientos. Por el contrario, la noche será de ella y pronto comenzará a adoptar una apariencia femenina, impostando los senos con postizos en la espalda y usando como órgano sexual –sin el permiso de su propietario– algo que, en principio, no estaba pensado para tal fin. La sola estampa de Edwardina Mordake vestida de mujer, andando hacia atrás y con las articulaciones de sus miembros invertidas, paseándose por los salones de baile de Venecia o Londres, es ya de por sí inquietante, pero hay más.

Edwardina escribe poemas, que imbuye a su otro hemisferio. Compone música, que ha de ejecutar Edward y que pasa por ser suya. Por contra Edward ha de sufrir silente la cotidiana profanación de su cuerpo. Él, que es tan pacato, tan convencional, que no se atreve a manifestar sus anhelos amorosos para con Vera, su hermanastra. Horrorizado por su papel de sumiso objeto sexual, aborrece tanto a los hombres a los que ha de entregarse sin voluntad, que quiere prevenir a las mujeres, a todas, del horror de la masculinidad...

Edward recurrirá a todas las posibilidades. La cirugía, balbuciente en su época, solía fracasar incluso en casos mucho más sencillos de simbiosis. En el caso de los Mordake no había ninguna posibilidad, pero Edward buscará a verdaderos carniceros que se atrevan a eliminar las excrecencias de la parte trasera de su cerebro. Pero ni siquiera estos galenos sin entrañas se atreven a afrontar, escalpelo en mano, la terrible mirada del rostro femenino de su nuca.

Recurre entonces a los auxilios espirituales, al exorcismo, pero tampoco sin grandes resultados La agonía de los dos seres en el mismo cuerpo va extendiéndose por el tiempo y el espacio. Un viaje a Venecia, en busca de un galeno portentoso, hace que se queden una buena temporada en la ciudad italiana. Allí Edwardina se encuentra en su salsa, no digamos en Carnavales, y bajo distintos disfraces logra dar suelta a sus instintos más perversos. Llega a una perfecta simbiosis con la decadente y enfermiza ciudad del Adriático. "Soy y me siento veneciana" llega a afirmar sin ambajes...

Al final, tras la vuelta de Venecia, radicados de nuevo en las afueras de Londres, los dos hermanos llegan a una cierta "entente cordiale2 pero justo entonces, un amor contrariado, Larsen, aparece por el jardín con una pistola....

Los capítulos son cortos, y como los puntos de vista son distintos, aunque complementarios, la lectura se hace muy amena. La historia es ejemplar, y puede simbolizar, evidentemente, las dos partes complementarias de la mente humana, el Yin y el Yan, lo masculino, lo femenino, lo húmedo, lo seco, etc.

Trascendiendo el "caso" biológico, que parece bastante improbable estadísticamente (aunque hay ejemplos reales, como hemos visto), Irene Gracia ha construido una obra modélica, ha sabido sacar partido a lo que, simplemente descrito, no pasaba de ser una curiosidad de la Medicina.
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