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| Los Mares Del Miedo
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| por Antonio Ruiz Vega
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Novela histórica, muy ambiciosa y no del todo lograda, pues parece coquetear con cierto esoterismo pero se queda en el amago, pese a que transcriba prolijas descripciones alquímicas de la obtención de la piedra filosofal.
Pese al título, por aquí no hay mar alguno, sino geografía bien mesetaria, circunscrita casi completamente a la ciudad de Madrid y su "hinterland", todo ello bajo el reinado de Felipe III (siglos XVI y XVII).
En este marco se plantea la historia de un amor frustrado entre dos niños, Clara y Fernando, el último con vocación de médico y hasta diríamos que de científico. Esta vocación le aparta del amor de su prima, que verá alejarse indefinidamente la deseada boda.
A medida que Fernando se adentra en el mundo de la ciencia va interesándose por el enigma de la muerte. Ya de estudiante le afecta mucho la macabra experiencia de diseccionar un cadáver en pleno cementerio, le hurga en el cerebro buscando el alma, pero no ve más que las conexiones nerviosas, las venas, la carne mortal en toda su deleznable complejidad. En aquella hazaña juvenil ya le acompañó su amigo del alma, Alfonso de Guzmán.
Verá morir a su padre, más tarde a su madre, y deseará más de una vez poder vencer a la muerte. En este camino usará de caminos oscuros como el de la alquimia, y trabará amistad con un físico morisco, converso y bautizado pero que finalmente sufrirá la expulsión con el resto de sus compañeros de religión.
Cuando su padre cae enfermo de muerte, que es cuando Fernando jura vencerla algún día es llamado por primera vez José de Córdoba el morisco antes llamado Ben Al-Razí, quien le iniciará en la alquimia y otras disciplinas heterodoxas.
Por cierto que la supuesta victoria sobre la muerte no deja de ser un mero juego conceptual. Ni siquiera original porque creo que ya Epicuro dijo prácticamente lo mismo. Aquello que mientras vivimos estamos vivos y por tanto no debemos preocuparnos por la muerte. Y cuando morimos "dejamos de saber que existe la muerte. Si llegásemos a pensar siempre así, sentiríamos nuestra inmortalidad".
Añade en la página 299:
" [...] si el tiempo se volvía inexistente, si se prescindía del tiempo a la hora de medir la duración de la existencia de un hombre, las personas vivirían mientras vivían, y durante ese espacio eran inmortales, y una vez muertas, dejaban de ser, de existir, por lo que tampoco eran mortales porque no eran nada".
Amén de cirujano, físico y alquimista, Fernando se convierte en un precursor de la psicología, pues trata a muchos afectados por la locura (aprende, con los clásicos, a distinguir los nueve elementos que acompañan a la locura: amor propio, adulación, olvido, pereza, voluptuosidad, demencia, el festín "y el sueño dormilón". Pronto alcanzará gran éxito con una enferma, Francisca, aquejada de miedos irracionales.
Una de las conclusiones a las que Fernando llega es que las almas transmigran de un cuerpo a otro, y que todos tenemos al menos un "sosías". Su maestro Antonio Sánchez de Tovar le contó cómo se encontró con el suyo en una ocasión, durante un viaje a Génova.
Cualquier novela histórica es de por sí un riesgo muy fuerte (literariamente hablando), y esta, que está bien redactada y es convincente en la ambientación histórica, no termina de convencerme quizá porque –como suele suceder– el milagro final es pedestre y predecible. "Miserable milagro" que diría Bretón o Bataille... |
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