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Los Días Felices
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por Alejandro Pérez
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"Los Días Felices" esboza de antemano el placer por la lectura, junto al cuento perezoso de la nostalgia, mientras que el tiempo se deshoja en una estructura tripartita: "Días De Pájaro", "(Días Entre Paréntesis)" y "Los Días Felices".
Días de pájaro no es más que una oda al canto, el vuelo propio de la imaginación a lugares insospechados y unas alas dormidas en busca de una caricia acunada por el viento de la pasión. Es el sentimiento de volar hacia los demás y hacia lo demás, hacia los lectores y hacia las cosas. Es el intento de renovar las ansias de ser libre. Es el sueño de mirar desde las alturas donde el mar adquiere la forma de una panza tan profunda que encierra los misterios del recuerdo. Se alimenta de nostalgias que la corriente recoge a su antojo bajo el arrullo de unas olas, de unos versos salados esculpidos en la piel del poeta, en el papel del tiempo que nunca está en blanco, que siempre está escrito. Es un ejercicio de diálogo donde el ser y el estar se ocultan bajo la farola lejana de la distancia, donde el tú y el yo se miran a los ojos, donde el autor y el lector se comunican, se hablan con susurros, con silencios y con palabras. Las palabras adoptan una vida propia más allá de quien las dicta, pero quien las dicta se asoma de vez en cuando entre sus letras. En "Días De Pájaro" transcurren las mañanas y las noches azotadas por las brisas de las horas. En este contexto el aire y la tierra representan la cara y la cruz de una misma realidad, al igual que los sueños y la vida. Para saber que uno está vivo, la autora se traslada a un universo propio donde sus fantasmas se expresan de manera particular: "Me devuelve / con los ojos vendados / al lugar donde mueren los sueños".
Isabel Bono traza la fórmula sabia de la antítesis donde el todo y la nada resultan ser la frontera natural del poema. En "Días De Pájaro" el sexo también tiene protagonismo. Al igual que la creación, el sexo nos conduce al éxtasis.
La tragedia del pájaro negro se desliza por estas páginas como nube oscura que tarde o temprano amenaza nuestras cabezas. Los sueños despliegan sus alas como párpados de arena que sueñan con su propia playa.
"(Días Entre Paréntesis)" describe las heridas de unas huellas. Aquí adentro uno se protege de los rayos de la vida. Ese interior, el de los paréntesis, apunta siempre al mundo de la lírica. Aquí el dolor acude a la pluma como un pasajero despistado llamado por su nombre en la voz del pasado en un juego de palabras donde el dolor no se compra con dinero y el dólar produce insatisfacciones. La poesía es un oficio muy serio donde el humor y el aspecto lúdico son imprescindibles. Las ciudades se despliegan en el atlas de la memoria para viajar no sólo físicamente, sino también desde el punto de vista mental. La poesía es un viaje en el que el poeta no siempre tiene que moverse de la silla. El poeta es un fotógrafo de sensaciones que se filtran al exterior a través de los versos donde uno puede cantar y amar, reír y llorar; que se filtran hacia adentro a través de la imaginación que nos llevan hacia paraísos nunca hollados salvo por la pluma. El poeta busca y se busca en el espejo de otros su propia figura, su propio concepto: el de desvivirse por los demás para vivirse. De ese modo se encienden las hogueras. El amor destruye y construye, mata y resucita, quema tanto que uno no tiene más remedio que meter las manos. "(Días Entre Paréntesis)" elabora una lírica entregada a los sentidos donde la pintura con pinceles o con palabras dibuja un mosaico de sombras, un inciso donde caben los misterios y los paréntesis, donde la risa queda encerrada en esencia y las lágrimas mojan su superficie. Pone de manifiesto los distintos matices del corazón. Los paréntesis se convierten en cicatrices profundas que desnudan el alma por dentro y la visten por fuera con el calor de los lectores: "A estas alturas / mi corazón es una ciudad / sin ventanas".
En "Los Días Felices" el sueño y el verano encarnan los significativos iconos de los buenos tiempos. El miedo se esfuma en la pintura del olvido donde el corazón aprende a pensar lo que siente el cerebro, donde el cerebro aprende a sentir lo que piensa el corazón: "El miedo está perdido / en el paisaje". En "Los Días Felices" hay sueños de presente, un manera brillante de convocar el carpe diem porque, como indica Isabel Bono, "no estoy hecha para el hielo". A pesar de los pesares, a pesar del tiempo, de una vida a veces sin sentido, a pesar de estar condenado a la muerte, "aun así / este amor que me empuja / no ha muerto conmigo". El amor nos mantiene vivos, es el mejor antídoto contra el tiempo, contra la nada, contra nosotros mismos.
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