|
La Orden Maldita
|
por José De Jesús Molina
|
|
La novela La Orden Maldita, de José Manuel Ruiz Marcos, sacada a luz por la editorial Planeta en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, México, en los primeros días de diciembre, parece construida con arquitectura semejante a la de una sonata.
A manera de brevísima obertura, comienza describiendo el milenario embate del océano contra la costa cantábrica que lo enfrenta con sus blancos acantiladados, aquel otoño, como todos, bajo un cielo entenebrecido.
Tal es la presentación simbólica de un tema épico: luciendo invencibles, unos cuantos malvados acosan, humillan y someten inocentes, con cadenas más crueles que la muerte misma; lo hicieron los malos de este relato y lo harán otros, en tanto la conciencia, –luz capaz de desnudarnos a todos hasta de nuestra sombra, de fortalecer la virtud y de imponer el orden–, no se atreva a liberarse, a desarrollar su inmenso poderío y a protegernos del dolor de sentirnos huérfanos de Dios. El primer movimiento inicia el desarrollo del tema, dibujando algunos antecedentes y rasgos de los personajes de la historia. El segundo, desarrolla con detenimiento la horrenda trama, en la cual el criminal y sus cómplices campean, pisoteando impunemente a sus víctimas y esparciendo corrupción en torno suyo. El tercero, precipita un inesperado final trágico, en el cual, sin embargo, asoma finalmente el sol de la justicia. La composición mantiene unidad melódica, bordando siempre en torno al tema inicial. Uno termina por darse cuenta de que el protagonista verdadero de la novela no son las víctimas, ni sus verdugos, ni siquiera el mismísimo Fundador, sino precisamente la conciencia, único poder que nos hará libres. Se antojaría excesivo el título de la novela, tal vez impuesto por decisión mercadotécnica de la editorial. Pero hay que llamar las cosas por su nombre, para romper el círculo de complicidades y rasgar el velo que enceguece los ojos de muchos. Habrá quienes desgarren sus vestiduras y pidan la cabeza de Ruiz Marcos, acusándolo de pornógrafo y calumniador, como si la realidad aludida no fuera del Fundador, sino de sus víctimas y de quienquiera que se solidariza con éstas clamando justicia. ¡Por fortuna es verdad! ¡Es posible que la ficción –aséptica en su brutal crudeza– de la inspirada novela de Ruiz Marcos, sacuda las conciencias más que cualquier ensayo, más que los testimonios mismos de las víctimas y más que el juicio discrecional a que fue sometido el viejo decrépito quien, sin ayuda, abandonado a su orgullo, morirá ahogado en su vergonzosa impenitencia! ¡Increíblemente, a eso lo ha condenado la tibia decisión del Vaticano!
|
|