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| La Niña Verde
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| por Pedro M. Valenzuela
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Sin conocer al autor, me llamó la atención este libro por ser una novedad y estar prologada por Graham Greene en 1946, y nada más empezar con los recuerdos de Greene sobre el autor ves que hay algo especial: ‘Las únicas experiencias reales de la vida -escribe Read- son las que se viven con una sensibilidad virgen (de modo que sólo oímos un sonido una vez, vemos un color una sola vez, vemos, oímos, tocamos, gustamos y olemos todo una sola vez, la primera). La publicación de La niña verde por parte de la joven editorial DUOMO dentro de su colección NYRB (The New York Review of Books) se convierte en un acto de justicia al apostar por la edición en castellano de este clásico surrealista e idealista admirado por T. S. Eliot y por quien lo lea; en la contraportada un profesor lo recomienda después de La República de Platón, yo lo pondría mejor junto a la Utopía de Tomás Moro (siempre recomendable para quien todavía no lo haya leído).
Si Nietzsche no volvió ha hablar después de una visión traumática, el maestro Olivero abandonó su pueblo y su profesión tras ver a un niño destrozar un juguete símbolo de todo lo que el pretendía enseñar, empezando una aventura de final incierto que le llevará a ejercer de aprendiz de contable, marino en un barco, estará preso en una cárcel de Andalucía y se convertirá en el gobernador de una pequeña región argentina tras el asesinato del dictador local. Es en esta región donde Olivero va a desarrollar todas las ideas y planes que ha estado urgiendo a pequeña escala desde hace años, cómo construir un mundo mejor basándose en principios constitucionales de igualdad, autoridad, autosuficiencia, defensa de la patria y fraternalidad. Bajo unos principios inspirados en los avatares de las colonias jesuitas como el mejor ejemplo de herederos de Platón, y aprendiendo de sus errores (fundamentalmente por la envidia causada debido a la acumulación de bienes y a la incapacidad de defenderse frente al exterior), encaminó a un pueblo de la pampa hacia la realización de la Utopía, donde el trabajo del individuo beneficiaba a él y al Estado, y las necesidades no autoproducidas se solventan con trueque fijado por el gobierno. El arte de gobernar es el arte de delegar la autoridad. Lo esencial es que la autoridad delegada actúe como una pelota sobre una cuerda elástica. No importa el tamaño de la pelota ni la tensión de la cuerda, con tal que la autoridad vuelva a su fuente con sólo la presión de un dedo. El gobernador ideal es aquel que está desposeído de toda autoridad y es sencillamente el centro matemático en que convergen mil líneas: el guía invisible, y aun potencial, de una hueste de eficaces títeres.
La historia y aventuras de Olivero se ven complementadas con una vuelta de tuerca más sobre el mismo eje pero con distinta cara. Después de dejarlo todo mil veces y haber desarrollado su ideal de gobierno en Sudamérica, vuelve a su pueblo natal donde se encuentra a un ser que hace treinta años turbó la paz de sus habitantes, una pequeña niña verde que llegó sin pertenecer a este mundo. Junto a ella emprenderá su último viaje de iniciación que hará que todo lo aprehendido se desprenda de él hasta llegar a una última forma de conocimiento. Mucha carga política, social e intelectual para un libro que da la primera apariencia de literatura fantástica, pero que viendo por encima el perfil de el escritor (soldado de la primera guerra mundial, poeta, crítico de arte y pensador anarquista) tiene el mérito de utilizar la literatura como en pocos ejemplos podemos encontrar para hacer de ella un medio reaccionario, iconoclasta y transgresor.
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