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| La Historiadora
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| por Enrique García
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El mito del conde Drácula es muy fecundo. Nunca podría haber imaginado Abraham Stoker la repercusión que iba a causar su novela, y por extensión su personaje más conocido de la literatura universal. Considerado por la crítica literaria como el villano de la novela gótica por excelencia, el conde Drácula se ha convertido en un filón o, si se me permite la comparación con la afición del conde, un cuello del que escritores y directores de cine han bebido. Porque no podemos negar que el personaje de Stoker ha dado lugar a innumerables versiones cinematográficas en la década de los setenta. ¿Quién no ha visto alguna de las muchas películas de la productora británica de la Hammer con Christopher Lee en el papel de Drácula? ¿O quién no se acuerda de Bela Lugosi, el actor húngaro que dio vida por primera vez al vampiro allá por los años 30, y que murió creyendo ser el personaje que lo hizo famoso?
En la literatura del siglo XX aún ese mito de Drácula resulta productivo. No hay más que ver la extensa bibliografía de otra escritora de renombre como es Anne Rice. Sus "Crónicas Vampíricas" han vendido millones de ejemplares, e incluso dos de sus novelas han sido también llevadas a la gran pantalla: "Entrevista Con El Vampiro" y "La Reina De Los Condenados". Ahora nos llega la novela de Elizabeth Kostova que vuelve a retomar el mito del conde, aunque entremezclando al personaje histórico con el creado por Stoker.
La novela engancha desde un principio, hay que reconocerlo. La búsqueda incansable de la tumba del príncipe valaco se convierte en una carrera frenética por toda Europa. Y cuando la trama ha conseguido engancharnos, ésta dar un giro inesperado al mezclar la historia con la tradiciones eslavas. Es aquí cuando la novela pierde cierto interés. En el momento en el que los vampiros aparecen en escena. Lo que en un principio es una buena novela de intriga con toques históricos (bien investigados por la propia escritora durante diez largos años), se convierte en una novela más de vampiros incluyendo al propio Tepes.
Es cierto que la costumbres y creencias eslavas hablan de muertos que caminan, nosferatus, vampiros etc. Y son los elementos que la escritora conjuga con la propia historia de Vlad Tepes, El Empalador. Bien podría considerarse a la novela como una novela histórica dados los datos históricos que proporciona al lector acerca del auge del Imperio Otomano. Pero vuelve a perder valor cuando aparecen en escena los vampiros. Así mismo, podemos considerar la novela como una guía para viajar por países como Turquía, Hungría, Rumanía, Bulgaria. Países que la propia autora conoce a fondo. Sus relatos acerca de las costumbres en ciertos pueblos y aldeas eslavas son fruto de una ardua labor investigadora.
Por otra parte, la novela sigue la senda inciada por Dan Brown con "El Código Da Vinci". A lo largo de la novela encontramos las características típicas de este nuevo género literario surgido en el siglo: viejos manuscritos, cartas, mapas, dibujos misteriosos, pistas que confunden, libros antiguos... Toda una serie de ingredientes esenciales para enganchar al lector.
Pero la novela es algo más que una obra de ficción. Es la persecución hasta el final de una idea o misión. El personaje se ve abocado a una carrera contra el tiempo por hallar la tumba de Vlad Tepes. Y en esa frenética carrera arrastra a los demás personajes y al propio lector haciéndole partícipe de esa misión. Pero, lo que el personaje principal busca no es la tumba de Drácula, sino a su director de tesis Rossi. Es la búsqueda de la amistad, de la persona querida. Y cuando por fin la halla se da cuenta de que esa búsqueda alocada no ha servido de nada. Aquí la autora deja entrever en todo momento cual ha sido el destino del profesor Rossi.
Es entonces cuando introduce la narración retrospectiva en forma de cartas que nos comunican que Vlad Tepes está vivo, y que además es un vampiro. Una vez más la credibilidad de la narración se cae al introducir el elemento fantástico del vampiro. La novela es una muy buena novela de misterio e intriga, pero que una vez que surge el personaje del vampiro, a mi juicio personal, pierde el interés que suscita en un principio. En ese momento en el que aparece por primera vez el tema de los no-muertos el lector puede intuir que se encuentra ante otra versión del mito del conde Drácula creado por Stoker, pero sin capa. La aparición de Vlad Tepes vestido con traje de príncipe valaco es un intento por parte de la escritora de desmarcarse de la imagen que el cine nos ha enseñado del conde. Pero que no evita que veamos a "La Historiadora" como una novela más de vampiros al estilo de Stoker o Rice, por citar algunos ejemplos. |
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