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| La Amaba
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| por David S. Blanco
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| Este libro, en realidad, es sólo una conversación. Es sólo una conversación y es toda una conversación. En ella intervienen un hombre, Pierre, y su nuera Chloé. Ella es una mujer aún joven con dos hijos y con, hasta hace un momento, un marido. Esa familia y todo lo que la rodea, estabilidad emocional, seguridad, ausencia de sobresaltos... en definitiva, esa vida cómoda y predecible se va al garete cuando su marido, el hijo de Pierre, la deja para irse con otra. Pierre, su suegro, un tipo hermético, lejano y aparentemente frío, en un intento de consolarla se la lleva a su casa de campo a ella y las niñas. Una noche, tras la cena y amparados por el silencio, la nocturnidad y esa pizca de chispa que ofrece un buen vino a la luz de una hoguera en una noche muy fría se produce la citada charla entre ambos. Aflora la sinceridad, los sentimientos de desamparo, incertidumbre, miedo y abandono en Chloé, su incomprensión, su decepción, su rabia sorda contenida pero incontenible. Ella pretende reprochárselo a Pierre: “Mira D. Perfecto, lo que me hizo tu hijo”. Pero Chloé no sospechaba lo que había detrás de esa fachada dura y ausente, fría como un témpano, sin corazón que ha mostrado su suegro toda la vida. Éste, en una bajada de guardia involuntaria o acaso en un intento desesperado de comunicación, una petición de auxilio infructuosa le cuenta una historia que la deja estupefacta. Le relata una historia de amor acaecida veinte años atrás. Pierre estaba casado, un acto éste que realizó como todo en su vida por inercia, sin pasión ni convicción. Pero el amor lo pilló desprevenido y lo volteó como una ola golpea contra un acantilado. Conoció a Mathilde: una chica independiente, pasional inteligente y amorosa. Con ella no tuvo una ventura, llamarlo así sería algo superficial y alevosamente falaz. Con ella vivió un amor arrasado e inconcreto, intenso pero intangible como la niebla, como el humo que no se puede agarrar, almacenar o poseer. No tuvo el valor para dejar atrás su vida anodina y abocada al empate a cero, a la línea plana, a la existencia gris. En una mano poseía un tesoro, un verdadero amor, el único amor que había conocido. En la otra acumulaba moralidades, temores al qué dirán, certidumbre, vida cómoda y establecida, actitud intachable. Pierre no fue capaz de dar el salto, tuvo más miedo que ganas de vivir y ahora se lo cuenta a Chloé, su nuera, en el momento más crítico y crucial en que se encuentra ella. La autora, en una historia contada con dinamismo e inteligencia, nos muestra las dos caras de una misma cosa de forma magistral. A través de dos vidas distintas, con su bagaje cada una, nos enfrenta al paradigma de lo ecléctico, siendo Chloé la destinataria de tal herencia. Es un libro tierno, lleno de sentimientos, triste y alegre a la vez, que habla de relaciones humanas, de sentimientos con mayúsculas, de realidades cotidianas, de vidas vividas y vidas que se escapan, de trenes que no cogimos, de oportunidades que se presentan y de la falacia que representa la palabra destino. |
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