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Kartografía
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por Ignacio Segurado
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Karachi, en la costa del mar Arábigo, al noroeste de la desembocadura del Indo, es la ciudad más poblada de Pakistán, y su centro económico y financiero. Allí nacieron, espectadores de los excesos y contradicciones de su burguesía, Karim y Raheem, los protagonistas de KARTOGRAFÍA: una historia de amor trágicamente marcada por la sinrazón étnica, la guerra y el exilio, pero que sobrevive agónicamente gracias a los mapas, los recuerdos sublimados de una infancia común y a esta frase final de Las Ciudades Invisibles de Calvino: Buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.
Entre Karachi suena a cuchillo de doble filo y Karachi es un lugar fraccionado y violento, pero efervescente y acogedor, hay 314 páginas y la Adolescencia. En 1987, Karim, un chico regordete y no especialmente atractivo, abandona la ciudad de su vida y parte al exilio de Londres. Su padre le acompaña. Se llama Ali y, curiosamente, pudo llegar a ser el padre de su amiga del alma, Raheem. Es fácil. Dieciséis años antes de aquel momento, Ali era novio de Ami, la madre de Raheem, y Maheen, la madre de Karim, era la prometida de Zafar, el padre de Raheem. Un intercambio de parejas, sin más. Pero, ¿por qué? Maheem era Bengalí. En 1971 Pakistán del este se separó de su otra mitad, Pakistán del oeste, y con la inestimable colaboración de la India se reconvirtió en el estado independiente de Bangladesh. Es fácil, la tribu: el odio, sin más.
Fechas. Conflictos. Identidades. Los adolescentes suelen ignorarlos con irreprochable desdén, pero a los protagonistas de KARTOGRAFÍA les pesan como la barrera de acero de un paso fronterizo. A Karim y Raheem les une con Karachi aquello que unía a Borges con Buenos Aires: el espanto. El espanto y la familia (otra forma de espanto, en su caso). El sentimiento de pertenencia es una planta trepadora al borde del mar, reflexiona Raheem, ya universitaria en América, muchos años después de aquella quiebra del tiempo, cuando su casi hermano, su casi amor, partió dejándole con un mapa de Karachi en las manos. Ella no lo sabe, o sí, pero después de ese día se escribirán, se odiarán un poquito, se querrán en la distancia, verán pasar ante ellos lo absurdo de las convenciones sociales y la cobardía de las decisiones paternas. Ocho años. Si les hubiera tratado Sacks, quizá les diagnosticase algún brote de nostalgia incontenible.
Lo que hace de KARTOGRAFÍA una novela deliciosamente amena e íntima, no es su forma de abordar el drama colectivo de una nación (un eufemismo amable e indoloro), de denunciar el patetismo absurdo de las identidades enfrentadas, sino todo lo contrario, el contar una historia (de amor, qué si no) con paralelas y perpendiculares, con nombres de calles y plazas reales, con -otra forma más de pertenencia- palabras polvorientas: jaanoo, motia, yaar...
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