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| Jitanjáfora
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| por Pedro M. Valenzuela
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¿Puedes imaginar qué pasaría si a dos antihéroes se les diera la oportunidad de compartir pupitre en una escuela de hechiceros laicos?
De este planteamiento surge Jitanjáfora: Conrado Marchale, un toxicómano en fase de rehabilitación que alterna las fases del síndrome de abstinencia con las consultas al psicoterapeuta, es embaucado en un estudio de mercado junto con otros singulares personajes. Al lado de Adolfo Filgueredo, un pedante intelectual que no ha salido nunca de su cuarto, emprende un viaje de descubrimiento que le obliga a replantearse su concepción del mundo y de la mediocridad.
A través de las páginas, acompañaremos a estos parias en su proceso de adiestramiento en una escuela de hechiceros donde la magia no existe, al menos de la manera en que comúnmente es entendida, si no que consiste en la manipulación de la voluntad ajena y en el ejercicio de poder sobre los demás.
“Todo es ridiculizable, y la ironía y el cinismo constituyen corazas indestructibles. Un hechicero frívolo no posee puntos flacos porque no ofrece, en realidad, ninguna resistencia al openente, porque él es el primero dispuesto a atacarse a sí mismo, criticarse, desdeñarse, vencerse y quedar hecho un guiñapo frente a los demás.’
Si quieres hacerte una idea de lo que encontrarás en esta novela (y no es con mala intención) puedes mezclar elementos de Lo Mejor Que Le Puede Pasar A Un Cruasán, de P. Tusset, con toques de Harry Potter y alguna novela de Javier Marías. Con un estilo sobrecargado de interminables oraciones copulativas, circunloquios, abusos de citas literarias y referencias freaks, se sientan las bases para desarrollar todo el potencial que encerramos para poder convertirnos en una nueva generación de hechiceros.
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