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Hans Y Las Lluvias De Abril
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por Irene Rodríguez Aseijas
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De vez en cuando, con suerte, aparecen novelas capaces de conmocionarnos profundamente y engullirnos entre sus páginas. Novelas que, al margen de corrientes complacientemente contemporáneas, recuperan la tradición narrativa más pura. Hans Y Las Lluvias De Abril es un ejemplo. Con un ritmo pausado, capaz de atraernos poco a poco, nos introducimos en la residencia-sanatorio Klug, lugar de asilo y tratamiento y escenario de pasiones de toda índole. Un escenario elegido por Juan Iturralde (autor, entre otras de Días De Llamas) para desplegar ante nuestros ojos un fresco humano complejo en el que emerge con especial fuerza la locura que, inevitablemente, subyace en el interior de cada uno de nosotros. A medida que la narración avanza, sin concesiones éticas ni estéticas, nos seduce la voz, o mejor dicho el ejercicio de memoria (adulterada o no) de un narrador cuyo nombre desconocemos, y que, inevitablemente, se revela unido a la memoria de Hans, eje fundamental de un universo tan opresor como fascinante, plagado de locura y deseo, de memoria, pasión y soledad. Así, poco a poco, el autor nos imbuye en la historia de Asmodeus, Frida, Gertrude (la mujer de hierro) Moevius, del jugador de rugby que se hace llamar Samuelson y del ángel exterminador, conduciéndonos a través de situaciones que se vuelven extrañas, metafóricas y conmovedoras y asomándonos a las vidas de unos personajes nada predecibles, hasta llegar a un final abierto que nos deja en el aire, cargados de preguntas. Administrada en dosis nada terapéuticas, la conciencia y sus frágiles aristas se convierten en el otro protagonista de una narración que no deja de superarse, manteniéndose magistralmente viva en el margen de ése doble filo que tortura y envuelve las vidas humanas y que todo lo pone en cuestión. Aunque si algo destaca en esta novela, afortunadamente recuperada del olvido, es su riqueza formal, el sorprendente manejo de la frase larga y el planteamiento denso y preciso de un argumento que crece, se fagotiza y evoluciona, vigorizado por la maestría de una prosa ajustada y deslumbrante que revela el talento de un escritor no lo bastante reivindicado. En definitiva, un título capaz de reconciliarnos con el lenguaje y el sabor de la literatura de primera clase, que nos arrastra, como a su personaje principal, hacia el abismo de nuestra propia conciencia.
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