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portada Fin De Cita
Ficha del Libro:

Título: Fin De Cita    comprar
Autor: Alejandro Marguilis
Editorial: Alejandro Margulis editor
I.S.B.N.-10:
I.S.B.N.-13:
Nº P´gs: 198


Fin De Cita
por Daniel Tevini

Un libro, otro libro, otro libro… Cada vez que un nuevo libro viene a poblar mi biblioteca, uno no puede menos que preguntarse por su necesidad en un mundo tan saturado de lenguas escritas pero, a pesar de los embates de un mercado que ya no deja ningún resquicio para una verdadera crítica valorativa u orientadora y aún parece fagocitárselo todo hasta volver cada libro en simple mercancía –igualando mediante esa operación a las diversas certezas que pudieran esperarse de cada uno de sus productos culturales–, por suerte felizmente algo siempre subsiste a la perversidad del sistema, algo siempre sobresale subvirtiendo así los valores de este mercado falsamente “democrático” (donde lo democrático no es más que ese sello meramente formal por el cual todos tienen “derecho” a compartir la misma posibilidad de existencia en el exhibidor de una librería, con lo que se que intenta borrar la marca de fetichización a la que el mercado somete a sus objetos culturales). Entonces uno puede descubrir con placer que ese libro que ha de ocupar otro lugar en nuestra biblioteca imaginaria, bien puede disputarse un lugar privilegiado y este es sin duda el caso de “Fin De Cita”, la inquietante novela de Alejandro Margulis. Una novela que por muchos de sus elementos no puede menos que perturbarnos y dejarnos en una relación aún más perpleja frente al mundo. Pero no es cualquier perplejidad la que nos trae esta novela sino esa misma que, como protagonistas de una época, diariamente nos procuramos desde el momento en que somos tan cartesianamente modernos como para hallarnos fuera de época y tan post-cartesianos aún como para resignadamente terminar aceptándolo todo. Y esta es, sin dudas, una de las cosas que pone en escena la brillante escritura de Margulis y que sirve de título a este comentario. Porque su escritura lo que nos refiere son las desventuras de ese sujeto cartesiano que todos llevamos dentro.

Pero la lucidez o genialidad de su apuesta, no pasa justamente por la simple descripción del derrotero de ese sujeto que, frustrado ante un mundo en el que sus nociones modernas ya no pueden representarlo, nos cuenta su infortunio; sino que es la misma escritura la que juega en su modus operando a desnudar nuestras propias carencias, la que intenta captar los efectos paradójicos de una racionalidad en donde ese sujeto cartesiano, que aún habita en nosotros, ya no puede dar cuenta de ninguna certeza acerca del mundo, constatando con su escritura de forma fáctica, la inviabilidad del proyecto moderno; para dejarnos así más desnudos que antes y completamente a la deriva. Ya su título empieza a indicarnos algo, porque ¿a qué remite “Fin De Cita”? En una primera lectura, si se amerita la idea de una lectura que va progresivamente a la búsqueda de distintas consistencias, en una lectura desleída, el uso de la cita apunta de forma directa al mundo académico: pareciera como si, atrapados por una realidad en donde los grandes relatos ya no tienen ninguna cabida, la vieja pericia discursiva de los intelectuales que sabían buscar su prestigio haciendo uso de la cita culta a través de una apelación fragmentaria a esos mismos grandes relatos, al quedar desprestigiada la fábula racional del mundo que esos relatos nos traían -ese mundo cosido a fuerza de referencias-; ahora, quedara flotando en una nada inverosímil en donde una cita, no puede más que recurrir para hallar valía a otra, y luego a otra, y otra, hasta mostrar a través de ese revés que toda construcción de un discurso académico termina en una agonística de citas que, al no poder guarecerse ya unas en las otras, plantean la más agigantada muerte de todas las muertes que puedan suponerse, porque es la muerte del relato mismo; mientras que el mismo término “realidad”, como indicaba Nabokov y aún hoy en día, sólo puede ser escrito entre comillas.

Pero decía que esta es solo una primera aproximación, una aproximación suave, desleída. En una lectura más consistente, o diríamos acaso espesa, incrementando ese mismo juego en donde un discurso se repliega sobre sí mismo para demostrar su propia insuficiencia o ineficiencia, advertimos que los ecos de este discurso, del que emite esa voz y la propaga por toda la novela es el propio autor que, como personaje ahora de la misma, somete de este modo su yo narrativo, el del Margulis real, a un yo ficcional -el Margulis personaje de su propia novela-, a los avatares de la construcción de una racionalidad que dé finalmente las explicaciones de un mundo, ahí donde ya nada podrá ser verdaderamente definido. Planteada la historia como la reconstrucción de una memoria sobre los hechos acontecidos en la última dictadura militar, de los cuales el protagonista de la novela –o el autor mismo, ya que los espejos desplegados en la novela ya no dejarán nunca de manifestarse y perturbarnos–, como sobreviviente, no pudo haber vivido nunca, por lo tanto, la realidad de estos hechos –que nacen, no de experiencias reales, sino de la sospecha de unas experiencias reales–, sólo podrá ser ficcionalizada en base a una evidencia siempre ajena; y hacen que la reconstrucción de esta memoria, quede naufragando en esa nada que implica la racionalización de lo inenarrable: en tanto, toda lógica fascista, no deja de ser en esencia una perversión de los racionable, es decir una irracionalidad que presenta unas reglas de juego con el fin único de poder ser postulada plausible y volverse competitiva, como si ella misma fuese posible de ser narrada. Y es este devenir entonces de la reconstrucción de una memoria que siempre le será ajena, lo que deja al sujeto sin sus referencias ya que, las referencias del mundo se vinculan directamente a unas experiencias de lo otros que, a su vez, son imposibles de ser revividas sin que eso no ponga en juego la existencia misma del sujeto. Entonces es aquí, en una tercera condensación de sus contenidos, en una lectura que ya no puede ser desleída, ni espesa, sino densa, con toda la densidad que su exégesis amerita, que uno podría llegar a preguntarse si el Fin de cita así planteado no es el fin de la cita del sí mismo, y si la pérdida de esa ilusión de sentido que nos otorgara un sujeto cartesiano, no se debe más a las experiencias fascistas del siglo XX que al devenir de un capitalismo en su lógica post-industrial desde el momento en que cualquier racionalidad, aún las más inverosímil, dadas unas reglas de juego impuestas o cómplicemente aceptadas puede dar razón de un mundo sin importar la relevancia de verdad que conllevan. Por lo que, si la lógica fascista pudo intercambiarse por una lógica cartesiana, dada cierta conformación histórica, y el mundo siguió andando: ambas lógicas, a los fines prácticos, son tan irrelevantes como verdaderas. Además ya se sabe que toda imposición racional es violenta. Por otro lado cabría preguntarse, si la pérdida de ese sujeto cartesiano, manifestado en la novela no sólo por el devenir discursivo del autor-personaje, sino por todas las otras voces o espejos desnaturalizados que hacen de eco en esa imposibilidad de construir una imagen racional del mundo: sus compañeros de oficina, sus lectores de sus obras anteriores, sus obras anteriores, reales y verdaderas, los expertos en su obras, etc; si esa pérdida de nuestro sujeto cartesiano, no plantea radicalmente eso: la pérdida de un sí mismo, un “sí mismo” que se constituía para los demás, y que los demás sólo podían percibir no tal como es, no por su “fidelidad”; sino a través de las citas que constituía para sí y que, a su vez, le permitían a los demás citar como un “otro” ajeno de ellos. Por lo que, al peder el sí mismo, se pierde también la posibilidad de ver a un “otro”, y sólo nos reta quedarnos encerrados en ese sí mismo confuso, donde cada recorte de la realidad pareciera brindarnos pequeñas palmadas de certeza, pero como ya no existe la posibilidad de de un discurso unificador, es como si esas palmadas no pudiesen llegar a ser ese cachetazo que siempre es un estatuto de verdad; entonces toda construcción del ser quedaría reducida al devenir esquizofrénico de su propio discurso –reforzado en la novela de Margulis plásticamente por el uso cambiante de tipografías–, condenados de este modo a espejar la realidad sin poder otorgarle un sentido propio. Por otro lado, el mismo hecho de haber proyectado una novela como un producto para ser leído a través de la red de redes, es decir, un producto que pretende escapar a su propia fetichización que, según nuestras acotadas reglas actuales de realidad, es lo único que le otorga un sentido unívoco, es decir, su valor de cambio; no puede menos que ser un reforzamiento de esta aventura. Así, como lector, uno se sumerge inocentemente en sus páginas a la búsqueda de ese sentido perdido que siempre sospechamos que puede devolvernos la lectura, hasta que nuestra propia racionalidad aún moderna comienza a exigirle justamente “eso”, que el devenir narrativo del sujeto de la novela se ajuste a nuestras expectativas racionales, mientras la novela juega todo el tiempo a desestructurar esa tradición de lectura, llevando el juego hermenéutico a sus extremos más asfixiantes. Ya que toda hermenéutica sólo es posible gracias a que cada obra nunca está completamente cerrada; dado que, de lograrlo, su interpretación sería una y única, y hasta debería proveer la explicación de nuestra propia existencia respecto de ella, es decir, en este único caso: ella sería la que nos leería a nosotros. El juego inverso que propone la novela de Margulis, el de una hermenéutica completamente abierta, el de una novela que no busca la ilusión de un cierre sino que todo el tiempo destruye esta expectativa, desnudando nuestras propias expectativas de construcción de un sentido completo; nos hace ver y percibir a cada tramo nuestra pobre condición de sujetos aún modernos en un mundo, en donde sólo nos queda flotar entre cita y cita (cada una ya más desprestigiada que la otra) como flotamos dentro de la imágenes fragmentarias de cada uno de esos mundos margulianos, los que decostruyen al Margulis personaje –¿o al Margulis autor?, nunca lo sabremos y este es sin duda la genialidad de esta obra–, o cómo lo hacemos diariamente en una computadora de link en link, sin que halla un discurso unificador y moderno que explique nuestras búsquedas más que la agonía pulsional de nuestros propios deseos reprimidos; porque, sin duda, la matriz del link es la que se presenta en el fondo estructural y narrativo de la obra: la idea de flotar de un contenido a otro, tratando de reconstruir un relato ya imposible, ya ajeno, el de la memoria de unos hechos no vividos, porque para la conciencia profunda del ser sólo pueden ser apenas certeras sospechas, para dejarnos así plantados en un mundo en donde todas las viejas convicciones se vuelven blandas o esquivas y al fin, nos dan la espalda. Eso es, sin duda, 'Fin De Cita': el fin de toda cita posible, acerca de un mundo que nos ha sobrepasado y al que ya no sabemos cómo leerlo.
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