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Fiebre
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por Antonio Ruiz Vega
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En este libro de relatos de Josefina Aldecoa, están perfectamente diferenciadas por el estilo las tres partes en que se divide el mismo. Para tener una idea exacta de la evolución narrativa de la autora habría que empezar a leerlo por el final, "Los Viejos Domingos" y "El Puente Roto", extraídos de su primer libro de narraciones "A Ninguna Parte".
Colocados como están en orden cronológico inverso, la primera parte consta de ocho cuentos; el primero, "fiebre", que da título al volumen –inmerecidamente, toda vez que resulta el más insulso de los catorce– es el último relato escrito por la autora.
Tal vez el orden inverso esté bien pensado, después de todo, pues los relatos van "in crescendo" en la misma medida que, al parecer por lo leído, la fuerza de la autora decrece. Esta primera parte está escrita sin afectación, propio del estilo de Aldecoa, pero también con cansancio, como si los relatos hubieran sido escritos por encargo o de relleno. Los personajes pertenecen a una clase media-alta, burguesa, todos ellos con importantes negocios, carreras universitarias, casas de primera y segunda residencia, criadas y niñeras, que habitan un particular mundo superficial y frívolo en el que sobresale poco, más bien despunta algo, la mujer con sus fracasos, su soledad y su mundo pequeño-burgués.
Los relatos están ubicados en Madrid, Baqueira o Ibiza, donde la autora –quien por cierto y siguiendo la moda de la época tomó el apellido de Ignacio, su marido– pasaba largas temporadas. En la isla sitúa "Espejismos", relato en el que la hija, a quien ella creía felizmente casada con un "yupi", le confiesa el desamor e inminente divorcio, comparando su propia relación con la de los padres, modelo de convivencia familiar, mantenido así de cara a la galería por cobardía, razón muy esgrimida en la generación de la autora. "No quería confesarle que ella también se había equivocado y no soportaba la paz de la isla, el perfecto vacío de la isla. Que ella añoraba la ciudad, la prisa y la lucha y el cansancio y la rebeldía y la protesta y los fugaces contactos que a veces desgarran la niebla que nos rodea".
La lucha de la mujer, la necesidad de hacerse un hueco en el mundo profesional, queda reflejada en "El Desafío". En el relato se muestra esa lucha cuando entra en lid con la maternidad y la mujer se da cuenta de que, en realidad, nadie va a permitirle llegar al mismo lugar que el hombre, que toda ha cambiado, que las abuelas también están luchando y no se hallan dispuestas, como antes, a ocuparse de los niños y que el compañero no cede parte de su triunfo profesional. También en "La Rebelión" cuenta esa necesidad femenina, pero, por única vez en todo el libro, desde la perspectiva de una mujer analfabeta, la cual, naturalmente, no encuentra mejor salida que realizarse fregando en una casa distinta de la suya
Otra de las supuestas tragedias de las mujeres nacidas por la década de los veinte o los treinta es el haber aguantado durante toda la vida un matrimonio esgrimiendo la coartada de los hijos. Como todos los movimientos "progresistas" el feminismo necesita alguien contra quien rebelarse y, sino lo encuentra, se lo inventa. En "No Mamá", el hijo, quien en muchos casos ha resultado ser, paradójicamente, el sacrificado de la historia, se enfrenta a esa madre inflexible, instalada toda la vida en el papel de mártir, seca y resentida, a la que va a contarle su propio fracaso matrimonial en busca de una ayuda y comprensión imposible y acaba recriminándole la actitud cerril ante la vida, la incomprensión hacia su padre, para acabar alegrándose de que él, al menos, conociera, antes de morirse, una mujer llena de alegría y una casa empapada en música.
La pareja del relato "El Juez", se hallan en el trance de decidir, en ausencia de los criados, cómo y cuándo van a decirle al hijo, de corta edad, que juega con cochecitos de colección de lujo en la alfombra (desquiciando al padre que lee el periódico) su decisión de separarse. Pero mientras lo deciden, se pierden en discusiones banales, tales como dónde y cómo van a pasar el mes de agosto (discurre febrero) y de qué forma van a solucionar el que sus amigos noten o no su distanciamiento. Al final del relato el niño les soluciona el problema de con quién de los dos querría vivir. A la pregunta de la madre:
"– Dime, amor mío, si tú tuvieras que elegir entre irte a vivir con papá o con mamá, ¿con quién preferirías? El niño sonrió inocentemente, con lejanía, miró hacia los cochecitos abandonados, deseando volver a su juego solitario. Los miró, primero a uno, luego a la otra. Y volvió a sonreír. – Con ninguno de los dos –fue su respuesta".
La segunda parte del libro está compuesta por cuatro relatos, con el hilo conductor de la amistad entre Julia y Cecilia, dos amigas de la infancia de edad madura con trayectorias distintas. En los cuatro planea la sombra de la soledad, buscada en el caso de Julia y subyacente, a pesar del marido y los hijos, en Cecilia. El sufrimiento de la mujer-madre está descrito, sin mucha originalidad, en "La espera", donde una madre angustiada por la tardanza en llegar de su único hijo, feliz propietario de una costosa moto, respira por fin cuando le llaman a casa –llamada temida desde que el muchacho dejó la adolescencia– para notificarle que el hijo se encuentra en el hospital, pero sólo con una pierna rota y ya escayolada.
En la tercera parte del libro, la primera que escribiera la autora, aparece su mundo de la infancia y la adolescencia. Es la parte más auténtica, la más trabajada y la más densa, tanto por el tema elegido como por la ubicación, enraizada con la tierra que la vio nacer, León y concretamente una zona minera en unos años –carnaval de 1934– en los que el mundo de la minería andaba revolucionado.
Aparece la sufrida familia que depende de la mina y la rica del pueblo, aunque despreciados por su actividad de tenderos, con una madre de tres hijas que recuerda a Bernarda Alba, de Lorca. En las celebraciones de ese carnaval, el pueblo más sufrido, el de la minería, disfrazados algunos de ellos de acebo, trata de humillar a los ricos tenderos en dos de las niñas, quienes acuden vestidas de reinas y a las que pretender hacer bailar mezclándose con ellos y mancharse con los jorguines de sus manos y caras. Cuando el padre llega a rescatarlas, una mujer grita: "–¡Gallinas, cobardes! Le tenéis miedo porque es rico. No seréis nunca nada. No saldréis del hoyo de la mina. (...) – No ha llegado la hora, mujer –contestó un hombre viejo, seco y arrugado, con una sombra de negro polvillo en cada surco de la piel–. No la llegado la hora. Se armará cuando llegue el momento".
Por último, en "Los Viejos Domingos", Josefina Aldecoa recuerda los juegos de la niñez y la adolescencia, los fingimientos ante el varoncito, el rubor, los coqueteos, las visitas al cementerio en busca de emociones fuertes. Y, sobre todo, aquellos domingos quietos y silenciosos, de misas y lazos azules, de los primeros amores y de la ruptura, casi brusca, de todo ello, para acudir a la Universidad.
En resumen, se trata de un libro de relatos escritos desde una postura burguesa, con ligeros toques de rebeldía, para lectores instalados en esa misma burguesía. |
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