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El Tartufo
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por Silvia Rodríguez
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En esta deliciosa comedia Molière nos enseña hasta qué punto puede llegar la estupidez humana, rayando lo esperpéntico, y nos da un toque de atención hacia aquellos “personajillos” que van por la vida de “buenos samaritanos” y que, tarde o temprano, acaban siendo descubiertos en su propia falsedad e hipocresía.
Tartufo es esto mismo: un caradura e impostor, un individuo aparentemente bueno y devoto que, poco a poco, va a ir introduciéndose en el seno de una familia noble, llegando a adoptar un papel tan influyente en la vida de sus miembros que acabará dirigiendo los designios de cada uno de ellos con el fin de satisfacer sus propios intereses... para nada “espirituales”; así, con sus falsas y pías palabras conseguirá granjearse la confianza de Orgón, patriarca de la familia, hasta el punto de convertirle en un “pelele” en sus manos... acabará tan anulado como persona que su actitud para con su familia rozará la estupidez: el “impostor” acabará siendo más importante en su vida que su mujer e hijos.
Porque, sobre todo, Tartufo es un personaje con grandes dotes de persuasión y psicología humana, aunque no le es difícil someter a personajes tan ingenuos y simples, llenando sus vacías cabezas de consejos para una vida recogida y decente que ni él mismo cumple.
La obra está salpicada de momentos de gran humor, situaciones tan absurdas que costará trabajo creer al lector; pero, como se suele decir, “por la boca muere el pez” y el “hipócrita” se verá desenmascarado en una falsa que organizará la familia, para así, abrir los ojos al inocente patriarca y se de cuenta de cómo es en realidad... el final es predecible, y se puede entresacar de él cierta moraleja: hay que desconfiar de aquellos que van alardeando de su buena fe y honrosas intenciones y, que están dispuestos a ayudar a los demás a toda costa porque, suelen ser contrarios de pensamiento y de acción.
Y, sobre todo, confíen más en ustedes mismos.
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