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El Rostro Imperfecto Del Tiempo
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por Lydia Rodríguez
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El Rostro Imperfecto Del Tiempo “es mucho más que el paso del tiempo….”. Sorprende que un tema tan abstracto, subjetivo e inaprensible como ése, objeto de estudio de las más diversas disciplinas, se convierta en el leit-motiv de un libro de poemas.
La obra se desarrolla en torno a dos dicotomías que la segmentan y definen: Afuera (Primera parte) y Adentro (Segunda parte). “Afuera, la ficción del tiempo/ hundida en el llanto; (...) Adentro, acechando en la tormenta, un incendio en los ojos del poeta”.
Según señala Jesús Zomeño en el prólogo, este libro "nos habla del paisaje y de las raíces, de la razón y la conciencia, de lo que queda afuera y de lo que hay dentro". El poeta actúa como intérprete de una realidad parcial y subjetiva, a la vez que se erige como un evocador de sentimientos. Transfiere al lector, en definitiva, su particular universo ideas, juicios y experiencias. El hombre, más allá de la Sociedad, el Poder o el Estado, “es un universo en sí mismo/ y el orgullo es el impulso que le da vida”.
La intención del poeta, ese superhombre que emerge del abismo, es “descifrar el enigma de su tiempo”, enigma que se cifra en temas –que circulan a modo de satélites alrededor de la idea del tiempo– como el progreso humano y la tecnología –que a veces atentan contra la creación y la belleza (“vinieron las golondrinas metálicas/ y cortaron a jirones el lienzo de su creación”)–, cuestiones como la posmodernidad o ultramodernidad (“adjetivos compuestos/ para decir más de lo mismo”), las expectativas que nos marca la sociedad actual, disquisiciones filosóficas sobre la verdadera inteligencia humana, la emocional (“La generosidad de corazón y la falta de rencor/ son los cimientos de la única inteligencia:/ la bella durmiente que habita en las mazmorras de la conciencia”)...etc.
El tiempo, a pesar de ser “áspero como la arena” e “inverosímil como el sueño” se parece a un prestamista de proyectos e ilusiones a largo plazo que rige nuestra existencia y que nos lleva sibilinamente a esa estación final: la muerte (“El único destino inexorable”). Sin embargo, el hombre anhela la intemporalidad (“El pescador sueña con la intemporalidad/ y se estremece atravesado en un arpón”) y se mantiene ilusionado gracias a la esperanza y a la proyección de una vaga sensación de inmortalidad.
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