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El Rojo Emblema Del Valor
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por Daniel A. Gómez
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Estamos ante la lucha interior de un joven. Una psicología personal que es reflejada eficazmente en la más arquetípica de las acciones: la guerra; y en este caso la guerra civil estadounidense. Henry Fleming, en la época del conflicto, es un jovencito campesino, lleno de ideas épicas sobre la guerra, y que se alista en el ejército unionista. Está impaciente por entrar en combate; e incluso la admiración lo rodea; pero, una vez en el sedentario campamento, la ansiedad se hace dueña de él. Espera y espera, lo que no hace más que aumentar sus nacientes e inesperados fantasmas. El miedo y, quizá aún más, el miedo a que descubran su miedo son plasmados por el narrador y sus diálogos en un crescendo eficaz y vívido, hasta llegar al primer vicio viril: la huida del protagonista en combate.
Más que los movimientos del diálogo o de la acción, tenemos los movimientos del alma del individuo, que evolucionan e involucionan según diversos patrones morales. Henry Fleming, si vemos la novela como una iniciación, se enfrenta ante uno de los dilemas del varón, la valentía. La valentía se convierte en el camino hacia la realización personal. En este caso, la novela -afortunadamente- no es lineal. El joven autor Crane se nos muestra lo suficientemente complejo como para ejercer diversos quiebres en el argumento. Henry, en efecto, está impaciente, pero luego miedoso. Llegada la batalla, huye; pero luego, volviendo a la contienda en afortunado incógnito, tiene una segunda oportunidad, obtiene la virtud bélica y se comporta. Entre todo ello, Stephen Crane se apega a la estética naturalista y sus diálogos tienen calor y color; no son sólo coloquiales sino también una propuesta, un coloquialismo. Las descripciones del paisaje muestran como una opresión, también temerosa: la humanidad parece cercada por una naturaleza de adjetivaciones antropomórficas, como cuando un ansioso tiene miedo de la misma creación.
Pese a que es narrada impersonalmente, esta novela relata la peripecia emotivo-mental del muchacho. Es el espíritu del protagonista- y no tanto sus acciones- el protagonista de la obra. El valor, o más bien, el valor en combate, es puesto en el escenario de un diálogo con el lector, y como ejemplo o ejemplar está Henry Fleming y su torturada alma. Crane, que era muy joven en el año de publicación de este relato de fines del siglo diecinueve, obtiene una rara destreza descriptiva, sobre todo en la batalla y en el paisaje. Las descripciones poseen altas sabidurías estéticas en intencionada contraposición con el coloquialismo del diálogo soldadesco.
El escritor, por demás, siempre se comportó como un marginado en la puritana sociedad estadounidense de su época. Cualidades tan exóticas para su tiempo y lugar como la defensa de las prostitutas, la fama consiguiente de una atípica y desenfrenada libido, la instauración de la crudeza en la literatura de guerra, ante las románticas y sentimentales propuestas anteriores sobre el tema, no lo hicieron deseable para algunas autoridades del país, y acabó sus días en el extranjero, muriendo antes de cumplir los treinta años y como un importante adalid del naturalismo estadounidense. En su fugaz vida, conoció los bajos fondos de algunas ciudades de los Estados Unidos. En la novela, aparece ese barriobajerismo en los diálogos, y también en el distanciamiento verista respecto a la antigua retórica sentimental.
Henry Fleming puede verse como el arquetipo de la pulsión, sobre todo la varonil. Es el deseo del valor; pero, ante éste, se alza el raciocinio descriptivo de la objetividad de Crane, que parece dudar irónicamente de las ilusiones y de las bonanzas de un desempeño virtuoso dentro de la violencia de la guerra.
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