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El Puente
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por Pedro M. Valenzuela
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Esta novela de Iain Banks, el autor de La Fábrica De Avispas, fue escrita en 1986 y aún conserva ese halo de frescura que tenía en su momento de lanzamiento a pesar de que muchas de las circunstancias políticas y sociales de la época que se recrean en el libro han evolucionado de muy distinta manera (como cuando Dylan se convirtió a la religión o Thatcher venció a los laboristas). El Puente es una turbadora historia que, tanto en la forma como en el fondo, a medida que avanza el libro resulta cada vez más agobiante creando una atmósfera más y más asfixiante: John Orr se despierta con amnesia después de un accidente y la única manera de intentar recobrar su identidad es mediante el tratamiento impuesto por su médico que consiste en analizar los sueños, unos sueños que él no duda en inventarse pero que pronto irá viendo como pasan a adueñarse de su vida. Además, la agradable y relajada rutina que le permite vivir holgadamente gracias a los servicios que le presta la administración a este paciente se desarrolla en el extraño e incomprensible mundo de El Puente, una inmensa y aparentemente interminable estructura donde habita la gente y de la que nadie sabe cómo surgió o hacia dónde lleva.
El ritmo cambiante es el de una historia que avanza complicándose progresivamente saltando entre personajes, situaciones, sueños y realidad, con varias historias conectadas de extraña manera, donde los recuerdos se convierten en nuevas experiencias y los sueños son los que pasan a gobernar la conciencia; esto, junto con el cambio de tono cuando empiezan a surgir problemas y situaciones incontrolables en las distintas personalidades que dirigen el libro y que se van intercambiando y confundiendo cada vez más mientras se vuelven más radicales y luchan cada una de manera muy distinta por su sitio y la supervivencia: “Si acaso sentía lástima por sí mismo, sólo era una tímida parte de su mente la que lo hacía; la otra parte parecía un halcón o un águila; hambrienta, cruel y de mirada penetrante. La autocompasión duraba apenas unos segundos, y luego el ave depredadora se lanzaba sobre ella, y la rasgaba y la abría”.
El autor es capaz de conseguir toda la atención a través de una escritura intensa que requiere de la suficiente dosis de concentración, y que alterna la elegante narrativa de la historia principal con el uso de dialectos y expresiones callejeras destinadas a la descripción de los sueños, como el reducto más visceral de la personalidad que puede llegar a suplantarla.
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