|
El Pícaro Frasco y Otros Relatos
|
por Lidia Cano Ponce
|
|
Enamorado de su tierra natal, Francisco Cuenca Gómez nos habla de sus entornos, del lugar que le vio nacer; Adra como marco que delimita unas historias que no conocen el significado del tiempo. En El Pícaro Frasco y otros relatos nos cuenta de sí mismo, de la realidad-ficción de esa literatura que tanto le gusta, y de la que al parecer, se ha curtido. Ganador de varios premios en su comarca, tiene dos novelas en curso.
El Pícaro Frasco y otros relatos, está dividido en dos partes, llamadas Cuentos Navideños e Historias Breves; en el primer fragmento, el autor pretende mostrar una línea moral en la educación de los niños, que tanta falta hace en esta era de consumismo, sobre todo, en las fiestas navideñas donde la “felicidad” exagerada nos hace comprar y comprar y comprar. Toca Francisco Cuenca temas actuales, como el tan en boga cambio climático; expresado en la voz de un niño dentro de unos cuantos años, no deja al lector impasivo la inocencia con la que hace las preguntas: extrañado, no entiende a su propia raza.
El autor promueve la búsqueda de la felicidad, en esos sueños que llenan la ilusión del día a día (aunque sea un poquito). Él nos aconseja: “todo el mundo […] debería tener la ilusión y la inocencia de un niño, por lo menos en algunos instantes de su vida”. Ya en la segunda parte, la breve historia Charlas Quijotescas me sacó una sonrisa, más en concreto la discusión literaria de escritores de la talla de Antonio Machado o Unamuno dentro del relato; es imposible no acordarse de libros como El Mundo de Sofía de Jostein Gaarden o El Café de los Filósofos Muertos de Nora K. y Vittorio Hösle, ¡donde los grandes pensadores de la historia vuelven a la vida! Estos fueron libros que me hablaron de pequeña, me encantan. Entre todas estas historias de la vida, que el El Pícaro Frasco y otros relatos simbolizan, el que da nombre al propio título, es uno de esos relatos de la posguerra española; infancias donde el juego dibuja subsistencia, y la picaresca nos cuenta como era aquella España rural tan hambrienta. Hay otro relato, La vela, que me ha gustado especialmente, por su descripción y fineza a la hora de contarnos lo que veía: parecía que fuese la primera y última vez que fuera a vivir la presencia de una vela. Me llamó la atención el asombro con el que nos lo hace sentir, pues la vela llega a cobrar vida propia. En El libro que no podía leer denota la importancia de una vida compartida, donde al final, dos son uno.
Francisco Cuenca Gómez se transporta a otros momentos del pasado, haciendo pequeños homenajes, a grandes obras. Adra es para El Pícaro Frasco y otros relatos el múltiple escenario de la narración, con sus playas y su historia.
|
|