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El Papel de mi Familia en la Revolución Mundial
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por Juan Carlos Eizaguirre
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En la contraportada de esta valiosa novela se nos dice que se publicó en 1969, pero no sabemos cuándo fue escrita ni dónde se editó esta obra “artesanal”, como siguen diciendo los editores de la editorial Minúscula. Lo cierto es que, al cabo de unos meses, el libro fue adquiriendo popularidad en Yugoslavia, de donde parece ser la primera edición, hasta adquirir el premio literario más importante de ese desaparecido país.
No deja de ser chocante el galardón, pues el contenido de esta breve obra es una ácida e irónica crítica a los distintos avatares políticos en los que estuvo metida Yugoslavia justo en la mitad del siglo XX; en la novela, entre los años 30 a 50. Recuérdense las luchas por el poder de las distintas etnias y países limítrofes de antes de la II Guerra Mundial, la propia Guerra Mundial y, por último, su pertenencia al Bloque de Repúblicas Socialistas Soviéticas hasta la caída del Muro.
Leyendo el libro con estas premisas, uno se desconcierta al ver que en pleno 1969, con las revueltas de Hungría y Checoslovaquia recientes, las autoridades soviéticas consintieran no sólo en que se difundiera ampliamente, sino incluso que se le otorgara un premio. Veo una justificación. Como el libro tiene humor y, lo más importante, está como forrado de autocrítica, quizá por ello pensaron los jerarcas soviéticos dar el visto bueno y marcarse un tanto, alardeando de apertura.
Pero lo que he dicho hasta ahora es lo de menos. Lo que verdaderamente vale la pena, es el modo en cómo esta escrita esta novela. El autor simula ser un niño de corta edad que narra cómo las distintas revoluciones pasan por la cocina de su casa, habitada por una heterogénea familia. Por este modo de concebir la obra y escribirla, se puede decir que estamos ante una novela experimental. Es decir, esas puntas de lanza que siempre se encuentran en el arte: la búsqueda de nuevas maneras de expresarse; la inquietud que se posesiona del artista, en una a veces desesperada búsqueda de lo bello, lo verdadero y lo bueno. Ello sucede en todas las arte, y en la literatura no iba a ser menos.
En esta búsqueda no se implican todos los artistas. Hay algunos que, inquietos, luchan y vencen; otros, luchan y fracasan. En el caso de la obra de Bora Ciric, se puede afirmar que estamos ante un ejemplo victorioso, pero no asequible a cualquier lector. Porque, como digo, el libro, escrito simulando el habla de un niño que habla casi sin respirar, se nos ofrece como un torrente impetuoso de un río, de una cascada, que en ocasiones nos hace zozobrar; es decir, hemos de descansar, releer, pensar, leer despacio… Por eso pienso que no a cualquier lector gustará zambullirse en estas procelosas aguas.
Aunque estructurado en capítulos, forma un todo; es como un bloque monolítico, lleno de claridad expositiva, sin diálogos, sólo breves frase entre comillas; con ello se busca lo absurdo, que en este caso es como el lecho de la ironía y lo cáustico. Algo sabemos en España de este histrionismo, con la obra de Valle Inclán y el más cercano Cela. Lo que llamamos el esperpento y el tremendismo. Por poner un ejemplo cercano.
No quiero desanimar. La novela es corta y buena. Anímense.
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