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| El Olvido Que Seremos
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| por Lale González-Cotta
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En estos tiempos que corren cada vez más veloces nada hay más efímero que la actualidad. Lo novedoso tarda segundos en dejar de serlo, tanto así que aplicar este adjetivo a algo ya se me antoja una temeridad. Esta fugacidad es especialmente evidente en las librerías: lo que un mes aparece como rutilante primicia, no tarda ni dos semanas en ser reemplazado en el stand de novedades. Mejor no ponerse en la piel de los autores que, tras invertir años de trabajo en un proyecto, lo ven envejecer en cuatro tardes, lo que tarda en languidecer el revuelo auspiciado por el marketing. Ingrato, desde luego.
A esta caducidad vertiginosa sucumbe también nuestra memoria; de las lecturas del año 2007 sólo tres sobreviven en mi mente a la voracidad del olvido: VENENO Y SOMBRA Y ADIÓS, de Javier Marías, EL VIENTO DE LA LUNA, de Antonio Muñoz Molina, y un espléndido libro del menos conocido Héctor Abad Faciolince, de título EL OLVIDO QUE SEREMOS. Curiosamente los tres –de forma más velada en el primero y más explícita en los otros dos– comparten la voluntad (¿necesidad?) de rescatar para la colectividad a los seres excepcionales que fueron sus padres. Esto sí que es memoria histórica útil.
Resignados como estamos a que cualquiera se crea digno de la posteridad y aspire a vendernos sus memorias en la vanidosa presunción de que éstas puedan interesarnos, resulta un alivio dar con alguien que tiene algo relevante que contar y que sabe hacerlo seduciendo. Y es que ni el hábito hace al monje ni se puede sacar de donde no hay, por mucho negro que intervenga. Viene este libro a demostrar justo lo contrario: el que es escritor lo es hasta cuando recita el pronóstico del tiempo.
Hector Abad Faciolince, colombiano nacido en Medellín en 1958, ha reunido valor para reencontrarse con su pasado. Recrea para ello la historia familiar que culmina con al asesinato de su padre a manos de los paramilitares, una crónica más de las muchas muertes anunciadas por la disidencia en Colombia. La infancia del escritor viene marcada a fuego por el fervor hacia su padre, el médico Héctor Abad Gómez, un profesional de ideas progresistas a contrapelo de una sociedad acomodada en la corrupción. A través de múltiples detalles – todos ellos procedentes, gracias a Dios– aprendemos a conocer a un hombre singular, comprometido con los más desfavorecidos de su ciudad, Medellín, y a un padre cariñoso, sabio, paciente, cercano, alegre y generoso, como emanado de un manual de pedagogía. No es de extrañar que haya demorado tanto su hijo el escribir sobre él: tarda uno mucho tiempo en disipar el nudo en la garganta, en sobreponerse a la pérdida de un padre así. Lo mismo que nosotros, felices lectores, tardaremos en recobrarnos de las conmovedoras secuelas de estas memorias. |
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